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Montaigne hubiese citado a YouTube

Montaigne con su computador portátil abierto en YouTubeContra los ateos en su extensa Apología de Raimundo Sabunde, Montaigne se propone pisotear la vanidad humana demostrando su semejanza e inferioridad respecto de los animales. Entre muchas anécdotas, cuenta una historia que prueba la gratitud de los animales, de la cual Apión habría sido espectador. Dice que un día se celebraba en Roma un combate de fieras, entre las cuales se destacaba un león de furioso porte, miembros robustos y rugido soberbio y espantoso. Androclo, uno de los esclavos que participaba en la lucha, detuvo al león con solo ser visto. El animal se le acercó lenta y apaciblemente buscando reconocerlo hasta que, seguro de quién era, “comenzó a mover la cola al modo de los perros que halagan a sus amos, y a besar y lamer las manos de aquel pobre desgraciado sobrecogido de espanto y fuera de sí” (173). Androclo se calmó al reconocerlo también, se acariciaron y el pueblo hizo una fiesta por la alegría que sintió al verlos juntos. El emperador mandó a llamar al esclavo para que le explicara cómo es que había ocurrido un hecho tan extraño. El esclavo le contó que tras abandonar a un amo maltratador en África y esconderse en una cueva para protegerse del calor, recibió la visita de un león que sufría por una garra ensangrentada y herida. Androclo sintió mucho miedo, pero el animal se le acercó con dulzura pidiendo que le curara su garra. El hombre le quitó una gruesa astilla que tenía incrustada y le lavó la herida. El aliviado león se durmió con la pata en las manos de Androclo, con quien vivió por tres años en la misma caverna, compartiendo alimentos. Cansado de una vida tan animal y salvaje, el hombre se alejó un día de la cueva, fue encontrado por los soldados que lo llevaron a Roma, donde lo habían condenado a morir entre las garras de las fieras. Al reencontrarse con el león supuso que había sido cazado poco tiempo después y que quiso recompensarlo por la cura y los auxilios prestados.

La historia tiene un final muy feliz que incluye la imagen del esclavo liberado paseando al león por las calles de Roma con una pequeña cuerda, como si fuese un perro. Es una buena historia que Montaigne cree totalmente cierta porque la leyó escrita por un autor romano. Personalmente, creería que es falsa basándome en algunos momentos que me parecen exageradamente perfectos para una narración. Y sin embargo, creo en la historia porque existe YouTube.

Probablemente, al leer la historia de Androclo te acordaste de uno de esos videos que la gente edita para emocionar hasta al más insensible de los mortales. Uno de esos que, insatisfechos con la fuerza de sus imágenes, resultan sobrecargados con músicas sentimentales y textos cursis. Me refiero a la historia de los leones Christian y Júpiter. El primero es más conocido porque en su video incluye el dramático reencuentro con el animal en su hábitat, un año después de que sus amigos humanos dejaron de verlo. El segundo me gusta porque tiene a una señora que se llama Ana Tulia Torres (razón suficiente para ganarse mi admiración) y que es muy graciosa para cuando le habla a su amigo león. El hecho es que si Montaigne hubiese vivido actualmente, podría haberse ahorrado la lectura de Apión gracias a YouTube o las redes sociales.

Otra historia que cuenta Montaigne en el mismo ensayo es la de Hircano, el perro del rey Lisímaco que, “al morir su amo, permaneció obstinadamente en su lecho sin querer beber ni comer; y el día en que quemaron su cuerpo, siguiole corriendo y lanzose al fuego, abrasándose con él” (165). Para graficar esta historia, también hay al menos dos videos en YouTube. Uno es el de un perro malagueño que se quedó a vivir junto a la tumba de su amo en el cementerio. La historia es bastante mala, pero me encanta cómo pronuncian los españoles entrevistados, en especial el que aparece en 0:31. El otro video le hubiese gustado más a Montaigne porque es más dramático. Cuenta la historia de un anciano indigente que tropezó y se golpeó con el borde de una vereda, junto al mercado de Huancayo. Sus perros son tan protagonistas de la historia, que a diferencia del muerto sí tienen nombre: Milo, Poncho y Pellejo. Los tres acompañan con aullidos a la camioneta que lleva el cuerpo de su amo a la morgue.

Podría buscar más historias contadas por Montaigne que tengan nuevas versiones en YouTube, pero no agregarían mucho a lo que quería decir, que Montaigne leyó tantos libros porque no tenía internet. Actualmente, él hubiese sido un seguidor de diarios sensacionalistas, de cuentas con datos curiosos en Twitter, de señoras que publican videos en Facebook. Hubiese aceptado las recomendaciones de YouTube para redactar sus ensayos a partir de casos extravagantes, pero reales. Porque Montaigne disfrutaba historias muy populares, que le gustarían a mucha gente, que son divertidas, entretenidas y sorprendentes. Por el ambiente en que le tocó vivir, tuvo que buscarlas en textos latinos escritos 15 siglos antes de que él las leyera. Hoy las hubiese encontrado en LUN o en YouTube y las habría citado en algún blog para probar cosas que muchos pensamos, pero que solo él sabe decir con tanta gracia, simpatía y sentido del humor.

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