A fines de 1893, Arthur Conan Doyle decidió matar a su personaje más reconocido, el detective Sherlock Holmes, “convencido de que no debía dejar que mis energías literarias se vertiesen con exceso en un mismo cauce” (Prólogo 222). Le preocupaba que el detective se hubiese “interpuesto un poco en el camino de la apreciación, por parte del público, de mi labor literaria más importante” (222). Claramente, su temor se hizo realidad, pues Conan Doyle es casi únicamente recordado por Sherlock Holmes. De su plan de 1893 debió retractarse pocos años después, luego de que el público le exigiera escribir más relatos sobre el detective. Dejando de lado el fracaso que a largo plazo significó la escritura de “El problema final”, el cuento que dio muerte a Sherlock Holmes, es interesante revisar las estrategias textuales que utilizó Conan Doyle para dar fin al detective. Estas se basan en una serie de novedades que vuelven a “El problema final” una especie de epílogo que tiene poco de relato detectivesco tradicional. Un texto imperfecto, problemático.
La primera novedad está en el título. Las narraciones anteriores a “El problema final” tienen nombres de lugares, personajes u objetos concretos y directamente vinculados con el misterio a resolver. La única posible excepción a esta regla es “Un caso de identidad”, cuyo título se refiere a la resolución del misterio central: un novio perdido resultaba tener la misma identidad que el padrastro de la novia que lo buscaba. Es un título abstracto, pero que indica el enigma concreto que el cuento resuelve. En cambio, no es claro a qué problema se refiere el nombre de “El problema final”. ¿Es atrapar al doctor Moriarty? ¿Es huir de él? ¿Es la muerte? ¿Es la suma de los tres anteriores?
Antes de presentar la segunda novedad, revisaremos rápidamente una definición de la novela policiaca clásica, dentro de las cuales se enmarcan las de Arthur Conan Doyle:
Todorov caracteriza a la novela policiaca clásica por la superposición de dos planos temporales correspondientes a dos historias narradas: una primera “historia del crimen” ausente que termina donde comienza la “historia de la investigación” realizada por el detective, la cual progresivamente va dejando al descubierto la primera hasta llegar a la solución del misterio; su preocupación central es averiguar lo que ha ocurrido (Colmeiro 44).
En “El problema final” no hay un crimen que se resuelva. Hay dos grandes misterios que ni siquiera se resuelven para el lector. Sherlock dice a su amigo Watson que el profesor Moriarty, “el organizador de la mitad de los delitos y de casi todo lo que no llega a descubrirse en esta gran ciudad” (Conan Doyle, El problema final 79), ha cometido un error. Este ha sido aprovechado por Sherlock para tejer una red que dentro de tres días mandará a Moriarty y su organización criminal a la cárcel. ¿En qué consistieron ese error y el plan del detective? No lo sabemos. La narración continúa con la partida de Watson y Holmes desde Inglaterra al continente europeo, una huida con medidas de precaución extremas ante la amenaza que hizo Moriarty de destruir al detective. Finalmente, en un paseo por las cataratas de Reichenbach, en Suiza, Watson deja solo a Holmes para atender a una mujer que está al borde de la muerte en el hotel donde se alojan. La llamada resulta ser un engaño. Watson regresa a la cascada y solo encuentra el bastón de Holmes apoyado sobre una roca y su pitillera con una carta al interior. Ahí escribe Sherlock que fue encontrado por Moriarty, quien le permitió escribir la carta antes de morir con él, cayendo abrazados al abismo de la cascada. ¿Qué métodos usó Moriarty para esquivar a la policía y llegar hasta Sherlock? Tampoco lo sabemos. La carta sólo dice que ellos “confirman, desde luego, la elevada opinión que yo me había formado de su inteligencia” (96), es decir, que las técnicas de su rival fueron muy inteligentes. Este es el segundo gran misterio que no resuelve la narración. De haber comunicado Sherlock cómo hizo para estar a punto de atrapar a Moriarty o cómo hizo este para encontrar al detective, el cuento habría sido detectivesco, pues habría contenido la resolución de un caso. Según la clasificación de Todorov, podría decirse que “El problema final” corresponde a la novela policiaca de la serie negra, pues funde la historia del crimen y de la investigación en una sola. “Su interés radica en lo que va a ocurrir” (Colmeiro 44-45). Sin embargo, nuevamente preguntamos: ¿hay una investigación en la historia? Nadie investiga nada. El relato no es más que la huida de un detective antes de morir.
Finalmente, llegamos a la novedad más notoria de las tres: la muerte del detective. Este es el único hecho incambiable del relato, el que justifica su existencia según los objetivos de Conan Doyle. Sin embargo, se desprenden ciertos problemas de él, relacionados especialmente con el narrador. Como vimos, el cuento sacrificó la resolución de algún misterio, pero conservó a Watson, una voz cuestionable en esta historia por su ausencia en el momento en que Holmes, supuestamente, cae por las cataratas. Es decir, un testigo que no vio lo más importante de la historia. Había al menos tres soluciones para evitar este problema. La primera era que Watson viese morir a Sherlock, cuyo defecto habría sido la imposibilidad de resucitar al personaje tres años después. La segunda, que Moriarty narrara la historia, agregando así la posibilidad de que él revelara los dos misterios arriba mencionados (cómo fue atrapado por Holmes, y cómo lo encontró en las cataratas). Lo malo de esta estrategia es que habría tenido que dejar vivo a Moriarty, es decir, sacrificar el triunfo parcial de Sherlock en el cuento definitivo. Una tercera solución era utilizar un narrador omnisciente. Esto habría dejado de lado al gran cronista que fue Watson, y, sobre todo, habría quitado cierto nivel de realismo. El narrador omnisciente es típicamente ficticio, a diferencia del narrador testigo, el más usado en textos de no ficción. Esta preocupación es evidente en el segundo párrafo del cuento, donde Watson menciona otras versiones supuestas de la historia que va a narrar: dos periodísticas y una testimonial del hermano de Moriarty. Si dice que Sherlock apareció en los diarios, es lícito pensar que haya sido real. Sin embargo, la solución empleada para narrar la muerte de Holmes es altamente cuestionable. En medio de una pelea, el villano permite al héroe tomarse el tiempo de escribir una carta en perfecta caligrafía, a pesar del apuro que le impone la inminente llegada de Watson. Es una manera extravagante de describir a Sherlock y de contar lo que más queremos saber: cómo es que murió el detective Holmes.
Conan Doyle intentó matar a Sherlock Holmes en un cuento de título ambiguo, que no es policiaco y que sólo conserva de los otros relatos al protagonista, el narrador y un personaje secundario. Puede haber una voluntad de innovar, pero también de cansar: mostrar que el personaje está agotado, que no da para más y que por ello ni siquiera es capaz de huir a su propia muerte, que de hecho, desea. Probablemente, el único agotado era el propio Conan Doyle, que escribió un cuento deficiente para cerrar un ciclo. Afortunadamente para nosotros, recuperó las energías y pocos años después volvió a escribir los cuentos que el público sí esperaba recibir.
Libros citados
Colmeiro, José F. La novela policiaca española: teoría e historia crítica. Barcelona: Anthropos, 1994.
Conan Doyle, Arthur. «El problema final.» Los mejores casos de Sherlock Holmes. Buenos Aires: Imaginador, 2004. 75-97.
Conan Doyle, Arthur. «Prólogo.» Obras Completas de Sherlock Holmes. Vol. 4. Buenos Aires: Díada, 2008. 221-222.