Libros, Periodismo

La pasión del Che

Che Jesus

Al destino le agradan las repeticiones,
las variantes, las simetrías.
Jorge Luis Borges

El diario El Mundo de España publicó hoy un reportaje sobre Mario Terán, el soldado boliviano que mató al Che Guevara. Cuando leía el texto esta mañana fui captando ciertas semejanzas entre la muerte de Guevara y la de otro hombre admirable: Jesús. A continuación presento un paralelismo entre las dos historias. Los párrafos en cursiva son de El Mundo.

“Los hemos agarrado”, gritó un soldado. Eran las 15.30 horas del 8 de octubre en la quebrada del Churo, a tres kilómetros del poblado de La Higuera. Palabra de Gary Prado:
-¿Quién es usted?- pregunté al más alto antes de pedirle que me mostrara la mano izquierda para verificar la cicatriz que sabía que tenía en el dorso.

Jesús fue capturado en Getsemaní, en un valle al pie del monte de los Olivos, por un grupo de soldados armados con espadas y palos que seguían las órdenes de sus superiores, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (Mt 26, 47). El Che fue capturado en una quebrada, otro terreno irregular. Mientras Jesús estaba en un monte de Olivos, el Che estaba cerca de un poblado con el nombre de otro árbol, La Higuera, cuya presencia bíblica explicaré al final.

La petición de identidad aparece tres veces en la pasión de Cristo. Primero, con el beso de Judas (Mt 26, 48), después ante Caifás (Mt 26, 63-64) y finalmente con Pilato (Mt 27, 11). En el relato del Che se hace una averiguación verbal, como la de las autoridades religiosas bíblicas, y se agrega un medio visual: reconocer una cicatriz en el dorso de su mano. Las palabras necesitan una corroboración tangible, tal como exigió Tomás para aceptar que Cristo había resucitado: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20, 25). Ambas identidades se definen por heridas en las manos.

-Soy Che Guevara -me respondió en voz baja-, me destrozaron el arma cuando su ametralladora empezó a disparar. Supongo que no me van a matar, valgo más para ustedes vivo que muerto… ¿No le parece, capitán, una crueldad tener a un herido amarrado?

Cuando es detenido, Jesús también reclama por la crueldad de los tratos recibidos: “¡Habéis salido a detenerme con espadas y palos, como si fuese un bandido!” (Mt 26, 55). Ambos se entregan sin resistirse.

Lo teníamos atado a un pequeño árbol, y entonces me mostró la pantorrilla. Y vi que tenía un proyectil. “Desátenle las manos”, ordené. Fue cuando me pidió agua, y yo que me acordé de Himmler y algunos jerarcas nazis que se suicidaron con una cápsula de veneno al ser apresados, le di de beber de mi propia cantimplora, evitando la suya.

Poco antes de morir, clavado a una cruz de madera, de árbol, Jesús dijo: “Tengo sed” (Jn 19, 28). En los otros evangelios se dice que le dieron vino con hiel (Mt 27, 34), vino con mirra (Mc 15, 23) o vinagre (Lc 23, 36), que en los tres casos rechazó. Gary Prado no le niega el agua, pero elige de qué cantimplora obtenerla.

Mario Terán, el hombre que mató al Che Guevara, cuenta cómo fue su gran momento:
Cuando llegué, el Che estaba sentado… Al verme me dijo: “Usted ha venido a matarme”. Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder. Yo no me atrevía a disparar. En ese momento vi al Che grande, muy grande. Sentía que se me echaba encima y cuando me miró fijamente me dio un mareo. Pensé que con un movimiento rápido podía quitarme el arma. “Póngase sereno, usted va a matar a un hombre”. Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che cayó al suelo con las piernas destrozadas, se contorsionó y comenzó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y en el corazón.

Jesús también acepta su destino con resignación. Reza en Getsemaní: “Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mt 26, 42). Es decir, si esta es la experiencia que Dios le ha destinado, él aceptará que suceda. Luego llega Judas a apresarlo y Jesús le dice: “Amigo, ¡a lo que estás aquí!” (Mt 26, 50), que significa “haz aquello por lo que estás aquí”. Como el Che Guevara, aconseja e impulsa a su verdugo a cumplir la misión que le han asignado. Hay menos belleza en las palabras de Mateo, quien podría haber aprovechado la melodramática traición de su discípulo para decir algo incluso más memorable que “Póngase sereno, usted va a matar a un hombre”, como hizo Lucas: “¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!”

La instrucción en clave para matar al Che Guevara fue: “Saludos a papá”. Las últimas palabras de Jesús, según el evangelio de Lucas, también fueron un saludo a papá: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23, 46).

La Higuera
Un día, Jesús iba paseando con sus discípulos y sintió hambre. Es claro que a Jesús le molestaba mucho esa sensación, sino no se hubiese promocionado con eso de “el que venga a mí no tendrá hambre” (Jn 6, 35). Lamentablemente, a lo lejos vio una higuera y, como tenía tanta hambre, olvidó algo que Marcos debe haber encontrado muy gracioso: “que no era tiempo de higos” (Mc 11, 13). Entonces se abalanzó sobre la higuera en busca de sus frutos, sin encontrar más que hojas. ¿Les ha pasado alguna vez que tienen muchas ganas de tomar helado, abren el refrigerador de la casa y encuentran una caja de helado que en su interior tiene otra cosa muy distinta? Una presa de pollo, unos panqueques con espinaca, una jalea, cualquier cosa que no sea el helado que uno esperaba tomar. Uno se decepciona y, si el hambre es demasiada, uno incluso se enoja. A Jesús le pasó esto último. Cuando vio que la higuera no tenía higos, le deseó el mal: “¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!” (Mc 11, 14). (En esta maldición se parece a su padre, que al principio de los tiempos hizo un jardín con un árbol del cual nadie debía comer.) Después llegaron a Jerusalén y Jesús, todavía con hambre, se enojó con unos vendedores que estaban en el templo. “Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas” (Mc 11, 17). Estaba tan molesto, que hasta se puso creativo para ofender a esa gente y les dijo: “¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!” (Mc 11, 17). Al día siguiente, ya más calmado por la comida que probablemente se sirvió, volvió a pasar con sus discípulos junto a la higuera. Pedro dijo a Jesús: “¡Mira! La higuera que maldijiste está seca” (Mc 11, 21). Y efectivamente, la higuera “estaba seca hasta la raíz” (Mc 11, 20).

A los que no creemos en Dios nos divierte mucho este pasaje bíblico porque deja muy mal parado a Jesús. Sin embargo, a los cristianos no les satisface la lectura burlesca y necesitan justificar los actos de su Maestro. Un inteligente análisis de Ariel Álvarez explica que en otras partes de la Biblia la higuera representa al pueblo de Israel. Como la higuera era el árbol más fértil que conocían, se comparaban con ella dando a entender que eran un pueblo fecundo en buenas obras. “Es decir, la maldición de la higuera en realidad encierra una condena o reprobación contra el pueblo de Israel”, dice Álvarez. La interpretación se completa con el incidente del templo, donde Jesús se enoja con los sacerdotes y escribas por haber convertido la casa de Dios en una cueva de bandidos. “Con el relato de la higuera encerrando y abrazando el incidente del Templo, los lectores podían comprender el mensaje: la higuera maldita, estéril, sin frutos, en realidad representa a aquella institución religiosa, con sus sacerdotes y ministros, cuya función ha llegado a su fin y está a punto de desaparecer”, dice Ariel Álvarez.

¿No estaba así el socialismo en los últimos años del Che Guevara? ¿No se había vuelto una institución cuya función había llegado a su fin y debía reencausarse, al menos según el Che Guevara? En un texto de 1965 denunció que “la investigación marxista en el campo de la economía está marchando por peligrosos derroteros. Al dogmatismo intransigente de la época de Stalin ha sucedido un pragmatismo inconsistente” (30). Como Jesús, el Che Guevara no estaba en contra de su organización, sino de la manera en que ella se estaba realizando. La higuera marxista no estaba dando los frutos esperados, mientras el Che seguía con hambre de ellos. Según Álvarez, “el hambre de Jesús aquella mañana simboliza sus ansias por hallar frutos en una institución que se había vuelto vacía e inútil. Que no fuera tiempo de higos es una ironía hacia un organismo que se creía con derecho a tener temporadas infecundas”.

La Higuera ni siquiera tiene nombre. Le decían -y le dicen- así porque en tiempos inmemoriales era un lugar en el que abundaban árboles de higo.

La Higuera de donde murió el Che Guevara se secó como la de la Biblia. Ya no da frutos.

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