Unas alumnas de octavo básico me preguntaron esta semana por qué tienen que leer tanto en Lenguaje si la mayoría de ellas terminará trabajando en áreas muy lejanas a la lectura y la escritura. ¿Por qué se impone leer a los que no quieren leer? En el momento improvisé una respuesta basada en lo que cuenta Doris Sommer sobre el ex alcalde de Bogotá, Antanas Mockus, quien dice: “Cuando me siento atrapado, me pregunto ¿que haría un artista?” Conté que llegó a sus creativas soluciones políticas con mimos, globos y disfraces gracias a su habilidad interpretativa desarrollada como lector. “Los artistas piensan críticamente para interpretar el material existente con nuevas formas”, dice Sommer en The work of art in the world. De esta manera, la lectura y las experiencias estéticas entrenan el pensamiento crítico, útil para lo que sea que vayamos a hacer en nuestras vidas.
En la primera temporada de Game of Thrones, el gran Tyrion Lannister dice que “la mente necesita libros como una espada necesita una piedra de afilar”. Leer nos agudiza la mente por medio de un enfrentamiento entre las ideas del texto y las nuestras. Como dijo Christina Nehring en The New York Times, “en sus mejores momentos, los libros son invitaciones a pelear, no llamadas a rezar” (“Los libros te vuelven aburrido”). Con esto se refiere a que no leemos para venerar autores sino para poner a prueba nuestras ideas y las del texto. Desde el lado de los escritores, Gerald Graff y Cathy Birkenstein sostienen que todo texto argumentativo surge como una respuesta a otros textos porque opinar es entrar en conversación con otros. “Trabajar con el modelo ‘ellos dicen/yo digo’ puede ayudarnos a inventar, a encontrar algo que decir. En nuestra experiencia, los estudiantes descubren mejor lo que quieren decir no pensando sobre un tema aislado, sino leyendo textos, escuchando atentamente lo que otros escritores dicen y buscando un espacio donde entrar en la conversación” (They say/I say). Ante este argumento, las alumnas de octavo podrían insistir en la idea de que ellas no quieren ser escritoras. Sin embargo, estarán de acuerdo en que quieren tener ideas propias, identidades definidas, saber quiénes son. Y en gran medida para eso leemos, para sacar filo a nuestras espadas mentales, formar nuestras capacidades individuales y poder usarlas mejor. El “conócete a ti mismo” délfico no se consigue mirándose el ombligo, sino haciéndolo dialogar con los ombligos ajenos.
Otra razón para desarrollar las habilidades lectoras es la capacidad de construir sentidos. Stanley Fish explica esto cuando diferencia las oraciones de las listas de palabras. “¿Qué hacemos cuando creamos una oración a partir de una colección aleatoria de palabras? ¿Qué agregamos a esas palabras al volverlas reconocibles como oraciones? La respuesta se puede dar en una sola palabra: ‘relaciones’” (How to write a sentence). El mundo es un caos que nuestras mentes se esfuerzan por ordenar de manera lógica. Un ejemplo de orden lo entregan los textos escritos. Por eso el gran consejo de Stanley Fish para escribir oraciones correctas es: “asegúrate de que cada elemento de tu oración se relaciona con los otros elementos de manera clara y sin ambigüedades”. Leer nos enseña a encontrar el sentido en el texto que tenemos ante nuestros ojos y en el mundo real que ese mismo texto refiere. Por eso, después de leer la novela que Francis Scott Fitzgerald hizo sobre su vida, Gerald Murphy le escribió a su biógrafo: “sólo la parte inventada de nuestra historia –la parte irreal– ha tenido alguna estructura, alguna belleza”. La ficción y la escritura en general tienen la virtud de tomar hechos aislados y relacionarlos para conformar estructuras con belleza. Y esto es algo que todos necesitamos. El sentido que cada persona da a su vida, el que da a cada experiencia, existe únicamente para quien establece relaciones lógicas de oposición y semejanza. Un gran modelo para ello se encuentra en los textos. Por eso nos gustan las historias clásicas, porque jerarquizan los elementos de la realidad y nos ayudan a distinguir entre lo importante y lo secundario, como ilustra este video de María Popova:
(También puedes ver una versión subtitulada en español.)
Otra razón para leer es el uso terapéutico que podemos dar al arte. En palabras de Alain de Botton, “el arte nos compensa ciertas debilidades que tenemos desde el nacimiento, más de la mente que del cuerpo, debilidades que podemos llamar fragilidades psicológicas” (Art as therapy). Esto incluye la esperanza que nos da un final feliz y el alivio de sentirnos menos solos al descubrir que otros sufren por causas similares a las nuestras. Gonzalo Garcés indica algo semejante cuando dice que el arte ofrece advertencias sobre cómo debiésemos o no comportarnos. “En su origen todo el arte, y en particular la narrativa, son fábulas cautelares. Mirá lo que te puede pasar si robás el fuego del cielo como Prometeo. Mirá lo que te puede pasar si mirás atrás como la mujer de Lot. Que no te pase como a Gilgamesh, que rechaza los encantos de Ishtar y por eso la diosa despechada envía contra él al Toro de los Cielos” (“Todo lo que necesitás saber sobre la vida”).
Por último, la literatura nos acerca como seres humanos al presentarnos puntos de vista que, contextualizados adecuadamente, nos resultan aceptables o al menos comprensibles. Borges lo explicó del siguiente modo: “El concepto de asesinos denota una mera generalización; Raskolnikov, para quien ha leído su historia [en Crimen y castigo] es un ser verdadero. En la realidad no hay, estrictamente, asesinos; hay individuos a quienes la torpeza de los lenguajes incluye en ese indeterminado conjunto. En otras palabras, quien ha leído la novela de Dostoievsky ha sido, en cierto modo, Raskolnikov y sabe que su ‘crimen’ no es libre, pues una red inevitable de circunstancias lo prefijó y lo impuso” (“El verdugo piadoso”). No sé si algún lector empezó a matar gente por haber leído a Dostoievsky, pero sé que su lectura nos ayuda a ponernos en el lugar de quienes sí han matado. Nos enseña a ser empáticos y, en consecuencia, un poco menos egocéntricos.
No creo que la lectura sea la única manera de aprender a resolver problemas, formar opiniones propias, encontrar sentidos, compensarnos psicológicamente y sentir empatía por los demás. Ni siquiera creo que la mayor parte de los lectores consigan estos objetivos. Sólo creo que la lectura puede ayudarnos en esos aspectos. Supongo que en algo de esto habrán pensado quienes volvieron obligatorio el estudio del lenguaje y la literatura durante toda la vida escolar. Si no es así, no importa. Los profesores de Lenguaje podemos trabajar para que nuestra clase sirva a estos objetivos prácticos y consigamos estudiantes, no necesariamente cultos, pero sí más sabios, respetuosos y felices.