En 1654, el italiano Emanuele Tesauro publicó El catalejo aristotélico, un extenso tratado de retórica barroca. El título se refería a una invención tecnológica reciente cuyo nombre en español indica su utilidad: catar o mirar desde lejos. La referencia a Aristóteles se debe a que el catalejo “tiene la fuerza de atraer lo lejano y de alejar lo cercano, al igual que la operación de la metáfora aristotélica”, según indican Molina y Chiuminatto (28). El título es bastante más complejo, como demuestra Mercedes Blanco en su análisis del grabado que antecede al texto de Tesauro, pero aquí me bastarán las ideas de que la metáfora acerca lo lejano y de que Tesauro realizó el mismo movimiento en el título de su obra, al acercar al lejano Aristóteles con lo que en su tiempo fue la cercana herramienta del catalejo.
Como profesor de Lenguaje en Enseñanza Media, tengo la misión de acercar textos que a mis estudiantes les parecen lejanos. Les busco y entrego catalejos intentando no usarlos por ellos, para que sean sus ojos los que descubran esos gustitos que ofrece la literatura distante. Hace poco llevé al tercero medio un catalejo que había armado hace tiempo para leer el Cantar de Mío Cid. Como el del título de Tesauro, se trata de una analogía. Para acercar un poema demasiado viejo, lo comparé con un relato audiovisual publicado en enero del 2013, el video “Es posible”, que Laurence Golborne usó para presentar su campaña presidencial en Chile.
La clave me la dio un texto de Leo Spitzer sobre el Cantar de Mío Cid, donde se describe “la trayectoria ascendente de la vida exterior del héroe” (105). Spitzer afirma que el Cantar mezcla elementos ficticios e históricos para construir una trayectoria que lleva al Cid de “caballero-bandido a reconquistador de Valencia” (104). Esto, porque el ejemplar caballero medieval que fue el Cid empieza desterrado por el rey, probablemente porque lo acusan de haberle robado. Como no tiene nada y nadie se atreve a ayudarlo, se siente obligado a robar dinero: “Me lo he de procurar a la fuerza, ya que de voluntad no me lo han de dar” (v. 84). Entonces idea un engaño contra unos judíos. Les pide un préstamo de dinero dejando en prenda unas arcas aparentemente llenas de oro, aunque solo tienen arena. Después el Cid gana batallas y seguidores, hasta conseguir un logro significativo: la conquista de Valencia. Su ascenso continuo le permite recuperar el amor del rey, enriquecerse, ser honrado por todos y casar a sus hijas. Entonces viene la afrenta de Corpes, cuando esas hijas son maltratadas y abandonadas por sus malos maridos, los infantes de Carrión. Spitzer observa la genialidad de este punto, que precipita al Cid en el mayor sufrimiento “para hacerle subir, al final del poema, a más alto estado” (103), cuando termine siendo padre de reinas, gracias al segundo matrimonio de ellas.
El texto de Spitzer me sirvió para captar el orden de un relato que me parecía confuso. Entonces me acordé de Golborne, que en ese tiempo todavía era candidato a presidente de Chile, y que en su campaña se presentaba como alguien que gracias a su esfuerzo personal había conseguido ascender desde la familia de un ferretero en Maipú hasta la candidatura presidencial. En principio, la comparación se basa solo en el siguiente video, aunque algunos hechos posteriores me permitirán extender la analogía:
Con lo dicho hasta aquí la semejanza más clara está en el esquema ascendente, que podemos simplificar en cuatro momentos. En el caso del Cid son el destierro, la conquista de Valencia, la afrenta de Corpes y los matrimonios que vuelven al Cid un padre de reinas. El destierro es comparable con que Golborne sea un hijo de ferretero, una manera de decir que partió desde muy abajo, incluso fuera del centro de poder santiaguino al marcar que la familia es de Maipú. La conquista de Valencia es un logro personal del héroe, tal como lo son los cargos de gerente corporativo y de ministro en el político chileno. La campaña política no ofrece ningún momento genial como el observado por Leo Spitzer en la afrenta de Corpes: Golborne no tiene grandes dificultades que afecten a su honra personal. No en el video, pero sí públicamente en abril del 2013, cuando la Corte Suprema condenó a la empresa de la cual era gerente por realizar cobros unilaterales a sus clientes. Cuatro días después, la prensa nacional lo acusó de haber omitido en su declaración patrimonial una sociedad en las Islas Vírgenes Británicas, donde participaba por unos 1.400 millones de pesos. Estas dificultades, que recuerdan al robo al rey del cual habrían acusado al Cid antes del destierro, fueron insuperables por Laurence Golborne. Su ascenso fue interrumpido por estos cuestionamientos a su honra sin permitirle un final feliz como el del Cid, cuando sus hijas se casaron con los representantes de Navarra y Aragón volviéndose reinas. El final de Golborne fue su renuncia a la candidatura presidencial, seguida de una derrota como candidato a senador por Santiago Oriente. Curiosamente, mientras el final feliz del Cid es compartido con el de sus hijas, el fracaso de Golborne es compartido con su hija Ignacia, que tampoco resultó electa como diputada en esas mismas elecciones.
Hay otros elementos en común. Primero, la tierra de origen es presentada como un obstáculo en ambos héroes. Sobre Golborne se dice: “es posible que un niño nacido en Maipú pueda superar todo tipo de barreras y salir adelante”. Se insinúa una discriminación sobre la gente de Maipú, que en el Cid es explícita sobre Vivar, su aldea de origen. Los infantes de Carrión dicen: “No nos atrevemos a casarnos con sus hijas porque el Cid es de la aldea de Vivar y nosotros somos todos unos condes de Carrión” (v. 1376). Así la nobleza antigua de los condes cuestiona la nobleza más nueva del Cid, más debida al mérito que a la sangre.
Segundo, en el video se admira la capacidad de Golborne para “estudiar una carrera y al mismo tiempo hacer familia, tener hijos y ser el mejor egresado”. Esto recuerda la compatibilidad del Cid entre su vida como líder de un ejército y padre de familia. En un momento incluso da a entender que gana batallas por el bien de su familia. Dice a su mujer: “Vos, doña Jimena, mujer mía muy honrada y querida, y entrambas hijas, que son mi corazón y mi alma, entrad conmigo en el pueblo de Valencia, heredad que para vosotras he ganado” (vv. 1604-1609).
En tercer lugar está la intervención divina que ambos reciben. La publicidad dice que el rescate a los mineros fue liderado por Golborne “en un momento en que todo era imposible y contra toda esperanza, [logrando que] los chilenos viviéramos un milagro”. Quizás lo del milagro no sea más que una expresión, pero de eso se trata este análisis, de las expresiones que usan los relatos sobre hombres ejemplares. El Cid reza constantemente a Dios, quien le responde a través de un sueño, donde el ángel Gabriel le dice: “todo te ha de salir bien mientras vivas” (v. 409). Como si recordara ese sueño, el Cid dice más adelante que “nuestras cosas han ido siempre adelante gracias a Dios” (v. 1118). Los héroes no logran lo imposible por sí solos, sino que se apoyan en lo milagroso y lo divino.
Me interesa muy poco quién es el verdadero Laurence Golborne, tal como tampoco quiero saber quién fue el Rodrigo Díaz de Vivar histórico. Mi enfoque se basa en el planteamiento de Leo Spitzer, cuando señala que los elementos ficticios del Cid no son inoportunos, “sino fundamentales en la fabulación del Cantar, que sirven para poner de relieve la trayectoria ascendente de la vida exterior del héroe” (105). Al comparar la retórica de un video publicitario con la de un cantar que mezcla historia y ficción, se insinúa que las trayectorias ascendentes necesitan elementos ficticios para funcionar. Esto no significa que la campaña de Golborne mienta, sino que ordenó elementos probablemente reales en un esquema medieval, buscando comunicar que su protagonista es tan ejemplar como otros personajes de ese mismo esquema. La propuesta falla porque está en una campaña publicitaria mandada a hacer por su protagonista, a diferencia del Cid que no mandó a escribir su relato, sino que lo hicieron los cantores populares por iniciativa propia. Quizá el relato definitivo sobre Golborne termine siendo la película Los 33, una ficción que se reconoce como tal, donde otros contarán su historia con el mismo objetivo que los juglares medievales: ganar dinero por entretener al público.