“Everybody lies”.
Dr. House
Entrevista
La última vez que postulé a un trabajo me pidieron ser evaluado psicológicamente para conocer y predecir mi forma de ser. Me hicieron llenar una tabla con mis virtudes y defectos, me preguntaron cosas por escrito que luego desarrollé en una entrevista oral, completé series lógicas de líneas, triángulos y cuadrados, además del famoso test de Rorschach. Cuando la psicóloga me pidió describir la primera de sus diez láminas con manchas simétricas de acuarela, le comenté lo difícil que debía resultar tomar ese examen de manera genuina, considerando las recomendaciones que muchos entregan para triunfar en él. Ella recordó que claro, supuestamente no hay que ver monstruos, asesinatos ni murciélagos en las manchas, y cerró el tema diciendo que todo eso era mentira, que el test seguía funcionando si uno decía la verdad. Entonces describí lo que veía con la mayor honestidad posible, suponiendo que si ella me descubría un rasgo negativo para el trabajo al cual postulaba, era mejor identificarlo antes que después de haber firmado el contrato. Más tarde leí que la evaluación en el test de Rorschach va mucho más allá de la identificación de ciertos animales y que, por ejemplo, quien “desmenuce las respuestas con detallismo, buenos análisis, cuidado en la configuración de las respuestas, ajuste a las manchas, etc., también procederá así, muy probablemente, en el trabajo y en su vida en general” (Sainz y Gorospe, 30). Es posible que mi advertencia antes de rendir el test fuese registrada por la psicóloga como signo de que soy desconfiado o de que intento distanciarme de lo que todo el mundo sabe. Lo cierto es que disfruté el test porque me gusta describir e interpretar imágenes ante alguien que se interese en ello, algo que también debiese haber quedado en mi informe.
Días después me llamaron del trabajo, donde valoraron mis rasgos positivos y me preguntaron por los negativos. Aunque no dije nada esta vez, nuevamente me sentí tentado a mentir como lo podría haber hecho en el test de Rorschach, convirtiendo mis defectos en virtudes malinterpretadas. Opté por un equilibrio entre la negación de ciertos defectos y el compromiso de superar los otros, siempre dudando de mi honestidad. Las entrevistas laborales son difíciles porque uno debe cumplir con los a veces contradictorios objetivos de conseguir el trabajo y de mostrar quién es uno, como si nuestra verdadera identidad no mereciera tanto ser contratada. Son difíciles porque ni siquiera sabemos si nos conocemos tan bien. Como citaba Borges de Mark Twain, “nadie puede comunicar la verdad sobre sí mismo, ni tampoco ocultarla” (Bioy, 104). Quizás por eso el test de Rorschach sigue funcionando, por todo lo que no podemos ocultar.
Interrogatorio
Lo que me quedó dando vueltas es el problema de las situaciones en que decir la verdad parece una mala idea. Alain de Botton dice que todas las mentiras surgen así. “Cada vez que hay una mentira, hay dos personas. Está el mentiroso y la persona que ha establecido una situación en la que no se puede aceptar la verdad. Por eso se le miente. No tengamos una imagen tan demandante de lo que es ser una buena persona, que nos hará mentir cuando no podamos alcanzarla. La mentira no es solo un problema del mentiroso, sino también de su audiencia”.
Vi un lamentable ejemplo de esto en Making a murderer, un documental que Netflix ofrece en diez episodios de una hora cada uno. La historia es la de Steven Avery, un estadounidense que pasó 18 años en la cárcel por una violación que no cometió, según se supo en 2003 gracias a un examen de ADN que le entregó la libertad. Poco tiempo después de que él demandara a los responsables de este grave error, los mismos policías culparon a Avery de haber asesinado a Teresa Halbach, una joven desaparecida de 25 años. El documental indica las inconsistencias en la acusación y la debilidad de las pruebas en la creación del supuesto asesino de Halbach. Una de esas pruebas es la confesión de Brendan Dassey, un sobrino de Steven. La admirable recolección de material incluye la grabación de esa confesión, obtenida en un interrogatorio que dos detectives hicieron a Brendan, un joven de 16 años. La siguiente transcripción acelera un diálogo que en realidad es bastante lento, en gran medida por la timidez y las limitaciones intelectuales de Brendan.
Detective 1: Vamos. Algo en la cabeza. ¿Brendan? ¿Qué más le hicieron? Vamos.
Detective 2: Lo que él te obligó a hacer, Brendan. Sabemos que te obligó a hacer algo más.
D1: ¿Qué fue? ¿Qué fue?
D2: Tenemos las pruebas, Brendan. Solo necesitamos que digas la verdad.
Brendan: Le cortó el pelo.
D1: ¿Le cortó el pelo? Bien. ¿Qué más?
D2: ¿Qué más le hicieron en la cabeza?
B: La golpeó.
D1: ¿Qué más? ¿Qué te hizo hacer?
Brendan: Cortarla.
D1: ¿Cortarla dónde?
B: En la garganta.
D1: ¿Le cortaste la garganta? ¿Qué más le pasó en la cabeza?
D2: Es muy importante que nos lo digas para que te creamos.
D1: Vamos, Brendan. ¿Qué más?
D2: Ya lo sabemos. Solo necesitamos que nos lo digas.
B: Es lo único que recuerdo.
D1: Bueno, voy a preguntártelo directamente. ¿Quién le disparó en la cabeza?
B: Él.
D1: ¿Por qué no lo dijiste?
B: Porque no lo recordaba.
(Making a murderer, episodio 3, 53:14 – 55:33)
Los acusantes y la familia de Teresa Halbach consideran que este diálogo demuestra la participación de Brendan en el asesinato, aunque después no se hubiesen encontrado pelos cortados ni sangre derramada en el lugar de los hechos relatados. Los defensores coinciden con lo que Brendan dice a su madre en una conversación telefónica, que ese relato es falso y que él solo intentaba adivinar lo que los detectives querían escuchar.
Mamá: Brendan, no inventas algo así a menos que haya pasado. ¿O es verdad que él la mató?
Brendan: No que yo sepa, te lo dije. Pudo hacerlo, pero no conmigo.
M: Sé sincero, ¿dices la verdad?
B: Sí.
M: ¿No tienes nada que ver con esto?
B: No.
M: No me mientas, Brendan.
B: No miento.
M: No entiendo. ¿Por qué dijiste toda esa mierda si no es cierta? ¿Y cómo se te ocurrió?
B: Adivinando.
M: ¿Cómo que adivinando?
B: Lo adiviné.
M: No se adivina algo así, Brendan.
B: Pero eso hago también con mis tareas escolares.
(Making a murderer, episodio 4, 36:46 – 37:34)
Aquí el problema se volvió relevante para lo que hago como profesor de colegio, que incluye hacer preguntas y dar tareas como las que Brendan resolvía adivinando. Me preocupa porque me parecería pésimo tener alumnos que respondan como Brendan, renunciando a pensar por su cuenta para adivinar mis pensamientos y escribirlos con el fin de obtener una buena nota. Creo que gran parte de la educación funciona así. Los estudiantes aprenden qué quiere el profesor y se lo entregan en las evaluaciones. Supongo que esa es una de las críticas que se hacen a las pruebas estandarizadas como el Simce y la PSU. Los alumnos dejan de pensar por su cuenta para adivinar la alternativa más correcta en las pruebas. El ejercicio no es completamente inútil. También es valiosa la capacidad de ponerse en el lugar del otro y decirle lo que quiere oír. La cordialidad podría consistir en eso (aunque el diccionario la asocie también a la sinceridad). Es una capacidad valiosa pero limitante. Jacques Rancière identifica el problema con precisión: las preguntas de respuestas adivinables son atontadoras porque son falsas. Las preguntas del mundo real no tienen respuestas correctas preestablecidas, sino que las hace quien desea aprender lo que desconoce. “Quien quiere emancipar a un hombre debe preguntarle a la manera de los hombres y no a la de los sabios, para ser instruido y no para instruir. Y eso sólo lo hará con exactitud aquél que efectivamente no sepa más que el alumno, el que no haya hecho antes que él el viaje, el maestro ignorante” (20). Por eso falla el interrogatorio a Brendan Dassey, porque los detectives esperaban una respuesta que ya conocían. Por eso él se adapta correctamente a la situación cuando intenta adivinar. ¿Algo en la cabeza? ¿Qué se le hace a las cabezas? ¡El pelo! A las cabezas se les corta el pelo. ¿Otra cosa? ¡El cuello! Las cabezas se pueden cortar por el cuello. Hasta que los detectives, igual que maestros atontadores, revelan la respuesta que esperaban, sin que ella surgiera de Brendan, negándole su emancipación. Esto será inmediatamente literal cuando encierren al interrogado en la cárcel.
Terapia
Tengo un último caso para compartir, uno donde se mezclan el colegio y la evaluación psicológica. Aparece en La broma infinita de David Foster Wallace, que afortunadamente no necesito resumir aquí. Así que empiezo de golpe, casi sin contexto. Cuando Hal Incandenza encontró a su padre muerto en casa, con la cabeza reventada por haberla metido a un microondas, fue sometido a una terapia psicológica basada en el supuesto de que él había quedado traumado por ver esa cabeza “reventada como una patata sin cortar” (294). El terapeuta era un hombre duro e insaciable que le preguntaba “¿cómo te sentiste, cómo te sientes, cómo te sientes cuando te pregunto cómo te sientes?” (290). Para sacárselo de encima, Hal fue a la biblioteca y leyó libros de psicología sobre la muerte y el duelo, especializándose en la aceptación. “El terapeuta no me aceptó nada de esto. Fue como uno de esos exámenes finales de las pesadillas, para los que te preparas de forma inmaculada y finalmente, al llegar allí, todas las preguntas te las hacen en hindú” (290). Hal estaba tan obsesionado, que empezó a dormir mal y a perder peso. “El terapeuta me felicitó por el mal aspecto que tenía” (291). Todos se alegraban creyendo que Hal finalmente experimentaba el duelo por la muerte de su padre, cuando lo cierto es que sufría por no poder liberarse del psicólogo. Cuando pidió ayuda a una especie de gurú, descubrió que había estado enfocando el asunto desde un ángulo equivocado. “Había ido a la biblioteca y actuado como un estudiante del dolor. Lo que necesitaba estudiar era a los mismísimos profesionales” (292). Tenía que identificarse con el terapeuta para saber lo que esperaba de él, a semejanza de un alumno que dejara de estudiar su asignatura para especializarse en su profesor.
Hal partió a la sección dedicada a las terapias en una biblioteca y al día siguiente volvió renovado donde el terapeuta. “Lo que hice fue presentarme hecho una fiera. Le acusé de inhibir mi esfuerzo por procesar mi dolor al negarse a validar mi falta de sentimientos. Le dije que ya le había dicho la verdad. Dije tacos y palabras malsonantes. Le dije que me importaba un rábano si era o no una figura de autoridad con una abundante cosecha de credenciales. Le dije que era un mierda. Le pregunté qué carajo pretendía de mí. Mi comportamiento fue paroxístico. Le dije que le había dicho que no sentía nada, lo cual era verdad. Le dije que parecía que él quería que yo me sintiera tóxicamente culpable por no sentir nada. Date cuenta de que yo introducía sutilmente ciertos términos de gran peso profesional en la terapia de dolor, como «validar», «procesar» y «culpa tóxica». Los saqué de la biblioteca” (292-293). El terapeuta lo alentó a continuar con esa furia y Hal le gritó que no era culpa suya haber tenido que entrar a la casa justo cuando su padre había muerto ni que el olor a cerebro reventado le hubiese despertado el apetito. El psicólogo lo absolvió de la terapia y Hal pudo recuperar su vida normal.
La entrevista laboral y la terapia psicológica son muy distintas a un interrogatorio que busque incriminar a un sospechoso. Mientras las primeras dos buscan conocer a la persona estudiada para contratarla o ayudarla, el interrogatorio no se interesa tanto en el individuo como en la información que él pudiese entregar. Por eso es grave que los sistemas de evaluación escolar se parezcan a un interrogatorio, porque vuelven a los estudiantes un elemento secundario ante la información que manejen. El modelo debiese ser la terapia psicológica, donde la evaluación diagnostica un caso que podría mejorar con la ayuda de un especialista. Como se ve en las situaciones recolectadas, las distinciones no son tan simples porque los sujetos estudiados pueden tener la misma sensación en la entrevista laboral, la terapia psicológica, el interrogatorio incriminatorio y la evaluación académica. Esta sensación es la de una exigencia tan fuerte, que se termina actuando de manera deshonesta por agradar al otro. Eso dificulta lograr los objetivos de las cuatro situaciones y anula al sujeto estudiado, alguien con una imagen tan negativa de sí mismo que prefiere falsear su mundo interior. ¿Qué habría que hacer? Aunque no sé de qué manera, lo ideal sería conseguir situaciones donde la figura examinadora, ya sea el psicólogo, el detective o el profesor, transmitan la empatía necesaria para que el sujeto estudiado se atreva a mostrarse como realmente cree ser. Al menos la psicóloga laboral logró eso conmigo. Me sentí tan en confianza, que le conté todo lo que yo pensaba sobre mí como trabajador. Ahora, cuando empiece a trabajar, iré confiado porque sé que no contrataron a un personaje que inventé en la entrevista, sino a la persona que creo ser.
Fuentes impresas
Bioy, Adolfo. Borges. Edición minor. Barcelona: Backlist, 2010.
Foster Wallace, David. La broma infinita. Barcelona: Mondadori, 2011 (Google Libros).
Sainz, Francisco Javier y Gorospe, Lourdes. El test de Rorschach y su aplicación en la psicología de las organizaciones. Barcelona: Paidós, 1994 (Google Libros).