Cuando vi que los inmigrantes son el tema del mes en Mimag, pensé como los chilenos cuando les preguntaron por su satisfacción con la vida en la última encuesta CEP: creí estar mucho mejor que el resto*. Pensé: “Qué gran oportunidad de escribir para enseñar a mis compatriotas que su maldad con los extranjeros es absurda y que sus chistes contra ellos son repetidos y fomes”. Asumí que estoy rodeado de discriminadores que me necesitan para abrir los ojos hacia las bondades del pluralismo y la integración, pero fui a ver encuestas (así encontré lo que dije de la CEP, algo que quise compartir porque me sorprendió, pero que dejé en una nota porque no tenía tanta relación con el tema de mi artículo. Igual lean la nota). En realidad lo primero que pensé fue otra cosa: “¿cómo voy a escribir siendo un hombre de casi 30 años en un sitio de jovencitas que rodean los 20? Filo. Gustavo R. lo hizo y nadie se quejó o si lo hicieron yo no me enteré” (Esto también se aleja de mi tema. Debió haber ido en otra nota, aunque eso molestaría a los lectores. Las editoras pueden cambiar eso, borrar todo o quejarse como quizás lo hicieron con Gustavo).
¿Qué decían las encuestas? (Este y el próximo párrafo estarán llenos de porcentajes tomados de encuestas, así que da lo mismo saltárselos para ir directo a las conclusiones.) El 90% está de acuerdo con que el estado chileno entregue salud y educación gratuita a los hijos de inmigrantes y al 61% le parece bien que accedan a subsidios habitacionales. O sea que aprobamos ayudar a los extranjeros con nuestros impuestos. Pero claro, eso es por la solidaridad del chileno, que quiere al amigo cuando es forastero. ¿Qué hay de nuestros miedos y prejuicios? El 63% piensa que los extranjeros no le quitan los empleos a los chilenos y solo el 45% piensa que los inmigrantes aumentan la violencia y el tráfico de drogas (sí, no es tan bajo. Hice trampa con ese “solo”).
¿Y qué opinan ellos, los migrantes? El 61% está satisfecho con el acceso a servicios públicos, los mismos que en la otra encuesta nos mostramos tan dispuestos a ofrecer, y casi el 70% dice recibir un trato similar al de los chilenos en el acceso a servicios públicos y trabajo. Al preguntarles por la discriminación, el 58% no se ha sentido discriminado, aunque entre los que dicen lo contrario hay un 37% que ha recibido insultos de chilenos sin motivo. Eso está feo. (No quiero parecer discriminatorio por haber escrito un párrafo más corto sobre la opinión de los migrantes que sobre la de los chilenos. Diré en mi defensa que los dos párrafos tienen la misma cantidad de datos, cuatro. Eso significa que los párrafos no estuvieron llenos de porcentajes como advertí en otro paréntesis, aunque tuvieron más de lo que uno es capaz de retener. Sospecho que eso es una obligación en los resultados de cualquier encuesta. Si los resultados son recordables, el estadístico inventará más números y gráficos para mostrar que de verdad trabajó mucho. Es lógico: a los estadísticos también les gusta cuantificar lo que hacen. Interrumpo este paréntesis porque ya cumplió su función de dejar el párrafo más largo que el anterior. De hecho, tiene un 65% más de palabras, dato que además me permite superar su cantidad de porcentajes.)
En conclusión, los chilenos somos bastante solidarios con los inmigrantes y ellos están bastante satisfechos con el trato que reciben. Digo bastante porque se puede mejorar mucho todavía, como saben los que sí leyeron los párrafos con estadísticas. Sin embargo, hay un dato que no cuadra en este panorama de solidaridad y empatía con nuestros amigos extranjeros. Contra una canción de Los Prisioneros, el 57,3% opina que sí necesitamos banderas y que sí reconocemos fronteras. Esa gente defiende las restricciones a la inmigración latinoamericana. Además, un 52% opina que los inmigrantes ilegales que ya consiguieron entrar debiesen ser expulsados de Chile. No encontré estadísticas que explicaran esto. Cuando estuve dispuesto a hablar con otras personas para entender la defensa de las restricciones y las expulsiones, o incluso a pensar por mi cuenta, recordé que Internet ofrece mucho más que estadísticas. Busqué “immigration” en un buscador de podcasts y llegué a un episodio sobre el tema en “The Public Philosopher”, un programa radial de la BBC Radio 4 (porque la BBC está llena de gente creativa, pero a sus canales y emisoras las llaman siempre así, con las iniciales de Bueno, Bonito y Caro, agregando un número al final).
El conductor del programa es Michael Sandel, un filósofo estadounidense que hace preguntas a una audiencia de Texamis para provocar interesantes discusiones**. La primera que hizo fue justo la que me interesaba entender. ¿Qué es mejor: legalizar o expulsar a los inmigrantes ilegales? Él vio que la mayoría levantaba la mano por la primera opción, pero se interesó en los pocos que eligieron lo contrario: expulsar a los ilegales. ¿Qué pensaban ellos? Que los ilegales merecen ser castigados porque son ilegales. Suena repetitivo, pero es como cuando se dice que “la ley es la ley” (o que “dar es dar”). La idea es que las leyes fueron hechas para cumplirse. Se daría una muy mala señal al recién llegado si se le enseña que su presencia ilegal es perdonable. Se le enseñaría que las leyes no valen tanto en el país, que son relativas. Eso me lleva a pensar que el 52% de chilenos que expulsaría a los inmigrantes ilegales no es necesariamente intolerante. Solo respeta las leyes de sus país. Habría que repetir la pregunta sin la palabra “ilegal”, que ensucia hasta al inmigrante más buena gente que haya.
Para tener un diálogo más libre, Michael Sandel le pidió a su audiencia ponerse en el lugar de los legisladores. Así dejaba de importar el límite entre lo legal y lo ilegal. Les preguntó si dejarían alguna restricción para entrar a su país. Como en la encuesta chilena, la mayoría estuvo en contra de las fronteras abiertas. ¿Por qué? La audiencia respondió que para protegerse de criminales. Sandel propuso dejarlos fuera, imaginar una frontera casi abierta, que solo impidiera su paso. Ahí se puso interesante, porque los participantes se vieron forzados a pensar más profundamente. Una mujer dijo:
–No creo que tengamos el espacio o los recursos suficientes para recibir a tanta gente. No cabríamos.
Sandel: –Si no tenemos espacio para nuevos ciudadanos, ¿habrá que restringir los nacimientos dentro del país?
Victoria (así se llamaba): –Soy católica, así que no. Además creo que el incremento en la población es menor que si dejáramos cruzar la frontera a todo el mundo.
No sé si ella tenía razón en su cálculo, pero lo encontré bien usado para escapar a una pregunta difícil: ¿por qué aceptar a los hijos y no a los extranjeros? ¿Por qué unos son libres de entrar al mundo desde nuestro país y los otros arriesgan ser ilegales? ¿Dónde está la diferencia? Michael Sandel no la resuelve, pero da pistas. Algunos opinan que la inmigración debiese regularse por causas económicas, porque el empleo y el espacio son limitados o porque sale muy caro pagar la salud y la educación de los inmigrantes (algo que los chilenos estamos muy dispuestos a financiar, según recordarán los que sí leyeron las estadísticas). Otros opinan que los inmigrantes debilitarían la identidad nacional o serían incapaces de integrarse a ella. Sandel concluye que lo que está en juego al discutir sobre los inmigrantes es la noción de ciudadanía.
¿Qué significa ser un ciudadano chileno? ¿Qué significa nacer siendo chileno y en qué se diferencia con volverse chileno por decisión propia? ¿Se trata de una relación económica, del acceso a ciertos servicios a cambio de pagar impuestos? ¿Se trata de algo identitario, algo que solo entendemos los que hemos vivido siempre aquí? Por eso es una gran idea de Mimag poner el tema de los inmigrantes en este mes de la patria. Porque al preguntarnos por las fronteras de Chile, por los que están adentro y afuera del país, nos preguntamos qué se celebra en este mes: la independencia de Chile. ¿Cuán independientes del mundo queremos ser?
* El 59% de los chilenos dijo estar total o casi totalmente satisfecho con su vida, descripción que solo el 17% de los encuestados usaría para referirse al resto de los chilenos. O sea que somos felices pero nos creemos rodeados de infelices. ↑
** Acuérdense de que soy un hombre con casi 30 años. Por eso no me aburre leer resultados de encuestas ni escuchar programas de radio sobre filosofía en la BBC. A veces incluso leo el diario. ↑