Me carga manejar. Prefiero la micro, la bicicleta o caminar porque me permiten leer, mirar alrededor y detenerme cuando quiero. Pero hoy había que llevar a mi abuelo a la casa de su hermano y, como podrán imaginar de un viejo de noventa años, en las micros se pierde, a la bicicleta no se sube y apenas camina entre su pieza y el comedor de la casa. Así que lo senté al lado mío en el auto y partimos. El viaje, de unos treinta minutos, me recordó por qué me carga manejar: esperé semáforos lentos, anduve por calles llenas de autos grandes sin pasajeros y tomé rutas largas para respetar el sentido de las calles. Lo único bueno fue la música que iba escuchando y que vi una lata de cerveza volar desde un auto a la vereda. En realidad me pareció pésimo, pero caminando me habría llegado a mí (aunque la habría podido recoger). Bajé con mi abuelo, lo dejé en la casa de su hermano y me devolví con las mismas incomodidades del viaje de ida. Andando por una avenida a mitad de camino, me topé en la calle con un maestro de casco y chaleco reflectante que me enfrentó sosteniendo una paleta roja que decía PARE. Había un gran camión, de esos que llevan un barril gigante dando vueltas para que no se seque el cemento que transportan (una pregunta: ¿por qué mejor no mezclar el cemento donde lo vas a usar, en lugar de llevarlo fresco de un extremo a otro de la ciudad?). El camión salía de una construcción, quizá para ir a preparar más hormigón en un lugar lejano y traerlo de nuevo donde mismo. Lo sorprendente de esto, lo que comparto aquí porque me sorprendió, es que la espera del camión no me molestó como las otras.
Yo creo que fue por el banderero, que es como se llaman estos señores que no sostienen una bandera sino una paleta, como las de playa, pero pintada de rojo por un lado y de verde por el otro. Los bandereros coordinan el tráfico en las calles o carreteras donde hay arreglos, accidentes o situaciones difíciles, indicando detenerse o continuar según el lado de la paleta que estén mostrando. Este me mantuvo tranquilo, en parte porque lo vi sudando por estar con casco bajo el sol. ¿Cómo iba a seguir quejándome desde desde un asiento con aire acondicionado y buena música ante ese tipo que lo pasaba tan mal? Quizás yo había reclamado antes por autos donde también había gente muy infeliz, pero solo el banderero me miró a los ojos (o al parabrisas) dando la cara, esa que los autos esconden, y me hizo empatizar con él*.
Además, el banderero le dio relevancia a la maniobra del camión. Uno ve todo el tiempo micros haciendo virajes y cambios de pista imposibles**, pero sin banderero parecen normales. Uno piensa “yo no podría hacer eso, pero los choferes de micros deben estar acostumbrados” y sigue adelante, sin dar la pasada a la micro que intenta acercarse al paradero. El banderero, en cambio, comunica lo contrario: el camión está haciendo algo tan difícil, que no basta un chofer y un acomodador que le indique cómo moverse sin chocar, sino que es necesaria una tercera persona, alguien que detenga el tráfico pidiendo paciencia. En la práctica su paleta roja hace lo mismo que un semáforo lento, pero agrega excepcionalidad. Si siempre salieran camiones, habría un semáforo automático, de esos que mantienen la luz roja aunque no venga nadie por las otras calles. Pero este camión era otra cosa, algo tan fuera de lo común, que necesitó a un encargado de anunciar la novedad con su mirada cansada, cuello sudado y paleta roja que dice PARE hasta el momento exacto en que el camión termina de salir y todo vuelve a la normalidad.
Al retomar mi ruta, pensé en la suerte de ese chofer de camión por tener un banderero, alguien que le permitía moverse con calma, confiado en que no habría autos pasando por la calle ni conductores molestos descargándose con la bocina. Entonces se me fueron ocurriendo situaciones en las que me ayudaría tener un banderero.
La primera es lógica: quiero un banderero para cuando me estacione en lugares difíciles. Hay espacios en los que ya es gran cosa lograr meter el auto, pero si además tengo que estar mirando que no vengan peatones u otros autos, la cosa se vuelve imposible. ¿Solución? Un banderero de chaleco reflectante que contenga el tráfico mientras calculo para dónde girar el manubrio al avanzar o retroceder.
Por asociación de ideas se me ocurrió otra Situación Bandera (la llamo así porque me cuesta decir “banderera”; como que me quedo pegado en “banderererera”). Tengo una billetera que me gusta porque usa muy poco espacio, aunque eso me obliga a doblar dos veces cada billete para que quepan dentro. Mi problema con esto es que en muchos estacionamientos reemplazaron a las personas que cobraban manualmente por máquinas que lo hacen automáticamente, sin ojos para ver el tamaño de mi billetera ni oídos para escuchar mis disculpas por pagar con origamis de papel moneda. La Situación Bandera empieza con el primer rechazo de mi billete doblado, se extiende durante mis esfuerzos por desdoblarlo, hasta que la máquina se aburre y me acepta el billete semi-desdoblado. En todo ese tiempo se ha armado una buena fila detrás mío, con gente de billetes recién planchados en sus billeteras grandes. No es que me reclamen o griten cosas, pero con un banderero yo trabajaría más tranquilo en el desdoble de mis billetes.
Otra Situación Bandera. Hay días duros en que uno llega cansado a la casa, sin que sea biológicamente posible resistir hasta la noche sin una siesta (me pasa todos los días, incluyendo los que paso enteros sin hacer nada en la casa). Te sacas los zapatos, te echas sobre la cama y te tapas con tu manta favorita (que en mi caso es verde y peludita). El celular está en silencio, los ojos se cierran, la respiración es profunda, los sonidos de la casa se convierten en cosas raras que no tienen sentido, estás soñando y… “¿La mamá salió?”, pregunta tu hermano y te trae de vuelta al mundo real. Tu pesadez como respuesta, el enojo de tu hermano, la agitación que vuelve imposible volver a cerrar los ojos, todo eso se evitaría con una puerta cerrada y un letrero de NO MOLESTAR. Pero ese verbo es muy fuerte: ¿acaso preguntar por la mamá es siempre molestar? ¿Acaso se respeta el letrero en una emergencia? Mejor un banderero con buena cara, sin casco bajo techo, que indique con sus manos enguantadas su paleta que dice PARE. El hermano entiende, espera un rato, se le ocurre una idea y parte a ver por la ventana si está el auto de la mamá. No lo ve y con eso responde su pregunta sin haber interrumpido tu siesta. Lo mismo sirve para cuando ves una buena serie: un amable banderero y nadie te fuerza a pausar Netflix o, más aún, a perderte una escena estrenada en vivo por HBO.
Última Situación Bandera. Estás con tu pareja en el mall, tomando un rico helado y caminan hacia el estacionamiento. Le dices que te gustaría ver una película en la noche y ella se sorprende porque te había avisado antes que esa noche se iba a juntar con la gente de su colegio. Tú no le crees: “¡Mentira! Nunca me dijiste. Si quieres revisa los whatsapp”. Ella, tu pareja, alega por ser tomada como una mentirosa, tú levantas la voz para aclararle que una mentira no la hace mentirosa y ella se indigna como siempre que pareces estar enseñándole lógica. Claramente están peleando. Salen en silencio por la puerta del mall y se les acerca un vendedor de rosas rojas. “¿Un regalo para la dama, joven?” Para ese tipo de interrupciones, lo mejor sería un tipo con una paleta de PARE dirigida no solo al florista, sino también a encuestadores, mendigos de ONGs y políticos haciendo refichajes a última hora. Cuando la pareja se ha reconciliado, el banderero girará la paleta a la vista de todos, que leerán SIGA y se acercarán si tienen ganas de hacerlo.
Hace un rato hablé del hermano que nos saca del mundo de los sueños despertándonos con una pregunta que no queremos escuchar. Para que no aparezca en los comentarios, haré aquí esa pregunta: ¿de qué sirve hablar tanto sobre unos bandereros que no existen? Respondo: para hacer que existan. ¿Y cómo se consigue eso? Uy, esa es más difícil. Habría que pensarlo bien, pero por ahora, solo habiéndolo pensado mal, se me ocurre una manera. En lugar de conseguir un banderero para cada Situación Bandera, actuar como si hubiese uno. Por ejemplo, al encontrarse con un auto estacionándose, retroceder un poco y apagar las luces para que ese conductor no nos vea y se estacione con la tranquilidad de quien sí tiene un banderero. Al ver que al frente nuestro hay alguien jugando a desdoblar billetes para pagar en una máquina, buscar otra máquina o darse una vueltita hasta que el origamista haya terminado su obra. Al ver los pies del hermano sobre la cama, tapados con su manta favorita (verde y peludita en mi caso), aguantarse las preguntas hasta verlo caminando. Al ver una pareja demasiado silenciosa y cabizbaja, no ofrecerle nada hasta que se les vea sonreír y llevarse bien. En definitiva, no necesitamos bandereros, sino la habilidad de identificar Situaciones Bandera y actuar como si hubiese un PARE cerca, hasta que el problema se resuelva y todo SIGA con normalidad.
Notas
* Me cuesta imaginarlo, pero es posible que mirando la cara del lanzador de latas de cerveza hubiese entendido su situación (no, en realidad no puedo. ¿Cómo hizo eso y siguió de largo? Era un barrio limpio, que impedía las excusas malas de “ni se va a notar” o “lo hago porque todos lo hacen”).↑
** Una chofer me explicó hace poco que, al revés de los autos, a las micros cuncunas les cuesta más doblar a la derecha que a la izquierda a causa del viraje amplio.↑