Soy profesor de Lenguaje en Enseñanza Media y cuando mis alumnos me preguntan qué he estudiado, me gusta contarles que dediqué más de un año a las imágenes de los cinco billetes chilenos actuales y que de eso resultó una tesis de magíster de 120 páginas. ¿Sobre cómo se hicieron los billetes? No, sobre lo que se ve en los billetes: 120 páginas dedicadas casi exclusivamente a observar cinco retratos y cinco paisajes.
Entonces les comparto datos curiosos: que en todos los billetes aparece un símbolo mapuche del sol, que un historiador se enojó porque en los mil pesos le quitaron el gorro a Carrera Pinto, quien además no era chascón como se ve en el retrato, sino completamente pelado, que en los dos mil pesos el nombre del Banco Central tapa sospechosamente la famosa calavera que Manuel Rodríguez llevaba en el cuello, que el cóndor de los diez mil pesos es el primero que aparece volando en la historia del dinero chileno o que esos sacos repartidos en el desierto de los veinte mil pesos en realidad son nidos de flamencos, como se ve abajo a la izquierda, donde hay un huevo abandonado por las aves que se alejan en la esquina superior derecha. Generalmente sacan sus billeteras para verificar que todo sea cierto (¿aunque dónde habré encontrado al historiador enojado por un gorro y cómo saber que ese cóndor es el primero que vuela?) y yo quedo contento por haber despertado una curiosidad y una atención a los detalles que les pido aplicar cuando lean para mi asignatura.

Algunas veces me preguntan por las conclusiones de la tesis, lo cual me lleva a la pregunta que la estructura y le da sentido: ¿qué identidad chilena construyen esos cinco billetes? Les cuento que trabajé como una especie de Sherlock Holmes, entendiendo cada detalle de las imágenes como una pista o un indicio de la identidad chilena, semejante a Sigmund Freud, que estudiaba el inconsciente a partir de las imágenes soñadas por sus pacientes. Como el detective y el psicoanalista, me muevo entre el detalle y el contexto, entre un signo y sus parientes más lejanos. Por ejemplo, me fijé en los paisajes naturales del reverso, algo que desde el himno nacional nos parece tan típicamente chileno, y quise compararlos con los otros paisajes en la historia del billete chileno. Salí a buscar ¡y no había más espacios naturales! Solo uno muy raro del siglo XIX, cuando cada banco emitía sus propios billetes. Los diez pesos del Banco de Talca mostraban al volcán Descabezado con su nombre y altura. Todos los otros paisajes tenían construcciones, locomotoras o escenas agrícolas. ¿Qué cambió en Chile como para que solo ahora haya parques nacionales en los billetes? La historia es larga, pero podemos resumirla en un cambio de la mirada chilena hacia la naturaleza, que antes era utilitaria y después se volvió contemplativa. Un ejemplo de esto es que los primeros parques nacionales de 1925 se hicieron para atraer turistas, aunque si la agricultura generaba más ingresos en los mismos terrenos, se acababa el parque, algo impensable ante la fuerza actual del ecologismo.

Esta metodología detectivesca hizo que un trabajo sobre solo cinco billetes se convirtiera en una reflexión sobre el Chile contemporáneo y buena parte de su historia. La conclusión más general, cuyo desarrollo sinteticé para una revista académica argentina, es que los billetes chilenos del presente no buscan imponernos una identidad nacional, sino que se ofrecen como imágenes libremente interpretables, con el costo de no proponer una narrativa comunitaria que se proyecte al futuro. Pienso que este tema, tratado en un texto que equilibra lo académico y lo anecdótico, podría resultar atractivo para los lectores chilenos, tal como veo que interesa a mis estudiantes de colegio. Por eso me gustaría publicarlo en un libro.