Educación, Libros

Una página en blanco sobre Nicanor Parra

Prueba de Parra

Cuando recibí el sacramento de la Confirmación, el año 2005, mi abuelo ateo asistió a la ceremonia y luego me regaló un libro dudosamente religioso: la antología de Nicanor Parra Poemas para combatir la calvicie. Me acuerdo de que me leyó en voz alta un par de textos tomados al azar y de que se rio fuerte con cada uno de ellos, sin que yo entendiera por qué.

Meses después ese libro me sirvió para Lenguaje en el colegio. Mi profesor se paraba adelante y hacía más o menos lo mismo que mi abuelo: tomaba un poema al azar, lo leía en voz alta y se reía o se quedaba en silencio, esperando que alguien dijera algo. Yo leí todo el libro en mi casa, marcando las frases que me gustaban y siguiendo adelante con todo lo que no entendía. Para la prueba, el profesor nos entregó una hoja en blanco tamaño oficio a cada estudiante y nos dio un endecasílabo como instrucción: “demuestre que leyó a Nicanor Parra”.

Siempre he creído que las pruebas son la peor parte de la educación, sobre todo ahora que soy profesor y me toca corregirlas. Siendo alumno me demoraba en empezarlas porque me daban mucha flojera. Eso me pasó con la de Parra. Mis compañeros llevaban media página escrita sobre la diferencia entre poesía y antipoesía, y yo seguía en blanco. De ahí saqué la idea. Abrí mi libro y me puse a buscar. Estuve un buen rato en eso, releyendo toda la antología hasta encontrar las citas que me servían. Fueron dos y las copié en mi hoja:

El deber del poeta
consiste en superar la página en blanco
dudo que eso sea posible.

me considero
un drogadicto de la página en blanco
como lo fuera el propio Juan Rulfo
que se negó a escribir
+ de lo estrictamente necesario

Puse mi nombre y curso en una esquina, entregué la hoja con el par de citas y volví a sentarme. Días después me había sacado un siete.

Convertí esa experiencia en un un relato típicamente chileno, el de quien se jacta por triunfar habiendo hecho trampa. Aunque había leído a Parra, había engañado a mi profesor, o eso creía hasta hace muy poco, cuando leí Nicanor Parra, rey y mendigo, la biografía de Rafael Gumucio sobre el antipoeta.

La clave me la dio una expresión de Parra en el libro. Cuando encontraba algo bien dicho, una frase aguda, un poema perfecto, él preguntaba: “¿qué se hace después?” (48), “¿cómo se responde a eso?” (139), “con eso basta y sobra” (17). La idea era que lo bien dicho deja a todos sin palabras, como cuando leyó “Los vicios del mundo moderno” a Pablo Neruda y sus amigos. En su relato la reacción era “cáspitas, recórcholis, sorpresa general, escándalo, silencio totaaaaal” (29). Su triunfo era callar al poeta, lo que internet llamaría un “drop the mic”, el gesto de los raperos que dicen una rima incontestable por sus oponentes y dejan caer el micrófono. ¿Para qué entregarlo si ya se dijo la última palabra?

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La versión académica del drop the mic la formuló Harold Bloom, autor del prefacio a las obras completas de Parra. Su idea es que la tradición literaria no es un amable proceso donde los maestros transmiten enseñanzas a sus discípulos, sino “una lucha entre el genio anterior y el actual aspirante” (18). Esta lucha produce la angustia de las influencias, que “cercena a los talentos débiles, pero estimula al genio canónico” (21). En este esquema el aspirante a poeta se compara con los autores reconocidos y se descubre inferior. Por eso prefiere callar, dejar la página en blanco hasta estar muy seguro de su valor.

Gumucio dice que así se reconoce a un parriano, “por su angustia a la hora de escribir. Por los chistes, pero sobre todo por los espacios en blanco, las páginas que se preguntan si pueden ser escritas. […] ¿Se puede decir esto? ¿Se puede no decir esto?” (32). Desde esta visión, la buena literatura no inspira a los nuevos poetas, sino que los calla. “Para él, los escritores son como los físicos que buscan fórmulas que anulan las fórmulas físicas anteriores” (111).

Dicho todo lo anterior, mi prueba del colegio habría acertado en la elección de su tema, pero no todavía en su forma. En una entrevista de 1989 Parra decía haberse demorado 17 años en escribir los antipoemas. “Van cinco años desde las Hojas de parra. Entonces tengo doce años por delante” (408). Yo podría haber hecho eso, devolver la página en blanco anunciando romper el silencio en unos años más, quizá con un preciso “voy & vuelvo”, como el título de las obras completas que se publicarían el año siguiente. ¿Por qué tuve un siete si al indicar la página en blanco terminé manchándola con palabras?

La respuesta está en que lo dije citando, robando palabras al mismo poeta que inició una de sus obras más famosas, “Defensa de Violeta Parra”, robando dos versos a un soneto español del siglo XVII. “Eso era Nicanor”, dice Gumucio, “la insolencia de usar versos de otros, sin cita ni explicación, para escribir el más personal de sus poemas” (277). Es lo que hizo en “Yo me sé tres poemas de memoria”, incluido en Hojas de Parra, que transcribe poemas de Juan Guzmán Cruchaga, Carlos Pezoa Véliz y Víctor Domingo Silva, sin decir sus títulos ni autores. Lo que buscaba Parra era “hablar con otra voz distinta a la suya” (364), como hizo en los Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, “un ejercicio de convertir en verso la prosa de los folletos” (364) de un campesino que predicaba en los parques de Santiago hacia 1930. Hablar a través de otros es también lo que encontró Alejandro Zambra en Poemas y antipoemas, donde “el lugar de la primera persona lo ocupan dos antagonistas que se disputan el micrófono. De un lado está el poeta tradicional, que responde a las expectativas del lector […]. Del otro lado está el antipoeta que descree de la inspiración y de Dios y de toda ideología” (172). Es, por último, lo que hizo casi al principio en su Quebrantahuesos, con Jodorowsky y Enrique Lihn, esos recortes de diarios que pegaron en una pared de Santiago en 1952. Poesía hecha con pedazos de voces ajenas, tratar de decir algo desde lo que ya se dijo.

Quebrantahuesos

En cuarto medio yo no comprendía francamente ni cómo me llamaba. Hice una especie de broma que mi profesor se tomó adecuadamente en serio, trece años antes que yo. Solo ahora entiendo que la página en blanco fue un problema central en la obra de Parra y que la cita sin atribuir fue una manera suya de resolverlo. Al fin acepto que mi profesor hizo muy bien al haberme puesto esa nota siete. Sin saber por qué, me la merecía.

Fuentes citadas
Bloom, Harold. El canon occidental. Barcelona: Anagrama, 2009.
Gumucio, Rafael. Nicanor Parra, rey y mendigo. Santiago: Universidad Diego Portales, 2018.
Zambra, Alejandro. “Algunos rostros de Nicanor Parra”. No leer. Barcelona: Alpha Decay, 2010. 169-177.

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Internet

Cartas muertas para Ángela

(Por respeto a Ángela, desenfoqué su imagen.)

Por respeto a Ángela, desenfoqué su imagen de Tinder.

19-10-2014 11:52
Eres mi primer match. Aunque esta sea nuestra última conversación, aunque ni siquiera me respondas, siempre te recordaré como mi primer match (¿se dirá así? Ahora que lo digo por segunda vez me surgen dudas).

26-10-2014 22:18
Le he hablado a mucha gente de ti. Les cuento que mi primer match fue con una Angélica que nunca me respondió. Ahora tengo un dato que vuelve aun más dramática nuestra historia: estás a 1773 kms. de distancia.

28-10-2014 23:19
Me pasó algo ridículo. Quise mostrarte lo mucho que me importas grabando una canción sobre ti, pero terminé cambiando la única palabra tuya que conozco: tu nombre. Al igual que en mi último comentario, te llamé Angélica en lugar de Ángela. La canción se puede escuchar en http://soundcloud.com/elvenegas/angelica

31-10-2014 11:21
Un párrafo de la novela ‘Océano mar’ de Alessandro Baricco: “Bartleboom tiene treinta y ocho años. Él cree que en alguna parte, por el mundo, encontrará algún día a una mujer que, desde siempre, es su mujer. De vez en cuando lamenta que el destino se obstine en hacerle esperar con obstinación tan descortés, pero con el tiempo ha aprendido a pensar en el asunto con gran serenidad. Casi cada día, desde hace ya años, toma la pluma y le escribe. No tiene nombre y no tiene señas para poner en los sobres, pero tiene una vida que contar. Y ¿a quién sino a ella? Él cree que cuando se encuentren será hermoso depositar en su regazo una caja de caoba repleta de cartas y decirle: Te esperaba”.
Nuestro monológico diálogo se irá convirtiendo en mi caja de caoba. Podrás leer sus mensajes en silencio, podrás cansarte y bloquearme de Tinder o podrás responderme y volver dialógico el monólogo. Yo solo seguiré un consejo del mismo libro: “Escribir a alguien es la única forma de esperarlo sin hacerse daño”.

31-10-2014 16:57
Me ha pasado muchas veces en la calle. Veo a una mujer bonita con el rostro cubierto, me acerco y cuando llego a verle la cara, siempre es menos bonita de lo que me había imaginado. ¿Solución? Dejar de imaginar o incluso de mirar, pasearme sin expectativas por la calle. Pero uno no decide esos impulsos imaginativos… Te hablo de esto para protegerme, porque existe la posibilidad de que te esté imaginando con un rostro mejor del que realmente tienes. Más precisamente, con una voz mejor, más perfecta, porque prácticamente lo único que conozco de ti es tu rostro. ¿Cómo será tu voz? ¿Cómo la estaré imaginando? Ahora no puedo saber o decirlo. Cuando me hables veré si coinciden o no mis expectativas con la realidad.

1-11-2014 8:30
Un amigo me preguntó si yo seguía escribiéndote inspirado en la canción “Querido Tommy”, que yo no conocía. Le dije que mi inspiración es el Quijote, un hombre que dedica batallas y versos a una mujer imaginaria. Cuando Sancho escucha una descripción del Quijote sobre el amor hacia Dulcinea, le responde: “Con esa manera de amor he oído yo predicar que se ha de amar a Nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena”. Así te sigo escribiendo, como lo haría un religioso a un dios que no da señales de existencia. Mario Benedetti dijo: “No sé si creo en Dios. A veces imagino que, en el caso de que Dios exista, no habría de disgustarle esta duda. Los elementos que él mismo nos ha dado no son en absoluto suficientes como para garantizarnos ni su existencia ni su no-existencia”. Yo sigo creyendo en ti, aunque no me des elementos que garanticen tu existencia.

3-11-2014 9:40
“Que las Musas son de naturaleza divina ajena a los hombres, lo testimonia Plutarco de modo rotundo cuando señala que los santuarios de las Musas están situados lo más lejos posible de las ciudades”. Encontré esto en un libro de Walter F. Otto que me interesó por su título: ‘Las musas y el origen divino del canto y del habla’. Desde que te encontré, desde que Tinder nos encontró, no he hecho otra cosa que hablar y cantarte. Te has convertido en mi musa. En el fragmento que copié se dicen algunas ideas que también coinciden contigo: la naturaleza divina ajena a los hombres (sobre todo esto último, ajena a los hombres. Si hay algo que no me pertenece en el mundo, eres tú) y la distancia de las ciudades. ¿Por qué viajas tanto, Ángela? ¿Adónde vas cuando Tinder me cuenta que nuestra distancia aumenta y disminuye? Ahora nuestra separación es de 5 kms., pero sé que en cualquier momento volverá a ser de 500. Eres inalcanzable y por eso me inspiras, por eso sigo escribiendo y cantando en tu nombre.

4-11-2014 9:15
Una novela de Alejandro Zambra dice dos veces que “El libro sigue hasta que ella vuelva o hasta que Julián esté seguro de que ya no va a volver”. Este libro, este diálogo de a uno, también termina cuando tú aparezcas o cuando yo esté seguro de que no aparecerás. Ahora estoy seguro. ¿Por qué comparar este breve diálogo con un libro? Porque escribir a una desconocida que no responde se parece demasiado a escribirle a un lector, a escribir un libro cuyo autor no sabe quién lo leerá.
Antes de conocer a la mujer que todavía no vuelve, Julián escribía pensando en ella, “en el fantasma de ella mirándolo escribir”, hasta que un día decidió llamarla. Yo no haré eso. Aunque podría buscarte en internet, aunque podría llegar a llamarte, no lo haré. Esta historia termina aquí, cuando estoy seguro de que no me vas a responder, cuando desinstale Tinder y este match haya sido, para mí, el primero en empezar y el último en terminar.

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