Libros, Periodismo

Una historia sencilla (Leila Guerriero)

No iba a subir este texto porque cuenta casi todo un libro publicado pocos meses atrás, hasta que me acordé de la razonable opinión de Hermes: “vi muchas de las películas SPOILEADAS y lo pasé bien igual, cuando fueron buenas”. Así que aquí va lo que escribí después de leer Una historia sencilla en prácticamente una sentada, con solo un par de pausas para ir al baño o comer Zucaritas con yogurt.

Una historia sencilla

Qué delicada es la presencia de Leila Guerriero en Una historia sencilla. Existe, pero nunca protagónicamente. Ella es un aparato sensorial, una cámara que hace preguntas cuyas respuestas siempre están afuera. Solo desde la página 101 empieza a cuestionar la influencia de su presencia en Rodolfo González Alcántara: “Me pregunto si no resultará perturbador para Rodolfo tener a una periodista siguiéndole los pasos. Si, en esa atmósfera controlada con que se rodea a cada aspirante antes de la competencia, no seré el equivalente a una bacteria enorme y tóxica. Una presión. Después de todo, ¿Rodolfo sabe que su historia vale igual si no sale campeón?” Rodolfo compite en el Festival Nacional de Malambo en Laborde, un concurso de baile con una exigencia física comparable al esfuerzo de correr 100 metros planos pero no en 10 segundos sino en 5 minutos. Quien gana la competencia de este baile folklórico no compite nunca más en ninguna parte. “Es una forma de decir que no hay nada que lo iguale en prestigio y en importancia” (27).

La presentación que hace Guerriero sobre el malambo de Rodolfo es una impresionante descripción de lo indescriptible. Es Borges describiendo el aleph, pero en solo un hombre que condensa la fuerza de la naturaleza cuando baila. “Él era el campo, era la tierra seca, era el horizonte tenso de la pampa, era el olor de los caballos, era el sonido del cielo del verano, era el zumbido de la soledad, era la furia, era la enfermedad y era la guerra, era lo contrario de la paz. Era el cuchillo y era el tajo. Era el caníbal. Era una condena. Al terminar golpeó la madera con la fuerza de un monstruo y se quedó allí, mirando a través de las capas del aire hojaldrado de la noche, cubierto de estrellas, todo fulgor” (52). Cuando dice que era una guerra contraria a la paz, la vuelve aún más guerrera.

Como tantas historias, esta se divide en tres partes. La primera llega desde los libros y los mapas a Laborde, donde la presentación del festival alterna entrevistas y escenas de bailes, como si fuese un documental que une imagen y palabra, aunque aquí el medio siempre sea la palabra con la única excepción de la foto de portada, importante apoyo para todo lo escrito, pues muestra a Rodolfo González Alcántara con su traje y actitud de baile. En este festival, el del 2011, Rodolfo sale subcampeón, título que tradicionalmente le exige salir campeón el año siguiente.

La segunda parte, desde la página 73 a la 99, Rodolfo empieza su preparación para el festival 2012. Enseña su arte: “Cuando pegás el último golpe del malambo te hundís en el piso, para plantarte bien, el torso arriba, siempre respirando por la nariz. Si respirás por la boca sonaste, se descontroló todo, te ahogás y se empieza a notar que estás cansado” (92). Entre las páginas 85 y 89 hay una sección donde se presenta a Rodolfo con datos que si uno lo piensa debiesen ir en párrafos separados por pertenecer a ámbitos diferentes. Sin embargo están todos juntos y uno siente que eso está bien porque Rodolfo es esa mezcla de elementos indivisibles: sus lecturas de Shakespeare y los clásicos griegos, la prolijidad sintáctica de sus mensajes de texto, su búsqueda de enseñanzas en las cosas que le dicen, su tristeza por los adultos que no alcanzan a ver a sus hijos por tener que trabajar, su creencia en Dios y no en la iglesia, sus habilidades de narrador oral, su manera de llamar a las personas, un trabajo muy duro que tuvo en el campo, sus opiniones políticas y cómo lo conmueve el Che Guevara. Uno lee esto y no duda en responder afirmativamente las preguntas: “¿Nos interesa leer historias de la gente como Rodolfo? ¿Gente que cree que la familia es algo bueno, que la bondad y Dios existen? ¿Nos interesa la pobreza cuando no es miseria extrema, cuando no rima con violencia, cuando está exenta de la brutalidad con que nos gusta verla —leerla— revestida?” (79).

La tercera parte sigue a Rodolfo en el festival de enero del 2012. Como conocemos al personaje, nos interesa leer sobre el apoyo que le da su familia o el encuentro con amigos de siempre que también bailan. El momento en que anuncian los resultados finales, en la página 135, es emocionante. Hay una pequeña postergación del nombre ganador que resulta muy efectiva. El locutor dice: “¡El jurado de esta nueva edición consagra campeón nacional de malambo aaaa…!” y el sonido se interrumpe para dar paso a una escena en cámara lenta con una música emocionante que Leila Guerriero no escribe pero que el cine nos ha acostumbrado a escuchar. Finalmente asistimos al festival del 2013, ahora con menos detalles porque ya sabemos de qué se trata todo y solo queremos que nos cuenten que una historia termina cuando muchas otras continúan.

Después de escribir lo anterior, encontré un baile en Laborde de Santiago Sayago, un amigo de Rodolfo:

Fuente:

Guerriero, Leila. Una historia sencilla. Barcelona: Anagrama, 2013.

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