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El Otro y el Mismo en la Propuesta de nueva Constitución

Es una revelación cotejar el artículo 14 con el 38 en la última Propuesta de nueva Constitución. Este, por ejemplo, escribe:

Redactado en el capítulo II de la Constitución, en la sección dedicada a los deberes constitucionales, esa declaración es un mero llamado retórico a la participación social de las personas con discapacidad. El capítulo I, en cambio, escribe:

Igualdad de oportunidades de las personas con discapacidad; la idea es asombrosa. Ubicado entre los artículos sobre la familia (13) y el terrorismo (15), el texto sugiere que las personas con discapacidad son tan relevantes para el Partido Republicano como los puntos centrales de su proyecto político: el amor por la sociedad tradicional y el miedo a toda forma de otredad. De esta manera, las personas con discapacidad quedan simbólicamente instaladas en el límite entre la alteridad y la identidad. Han sido un Otro tan lejano y temible como los terroristas, pero el contenido del artículo los vuelve un Nosotros que participa activamente en la sociedad.

Sin embargo, en un texto con más de 200 artículos se corría el riesgo de que lo anterior no fuera más que letra muerta. Es decir, que las personas con discapacidad fueran integradas, pero también aisladas en la Constitución. Un indicio de esto es que la discapacidad solo reaparecía en el inciso 28 del artículo 16, donde el Estado garantiza a las personas el resguardo “de las contingencias de vejez, discapacidad, muerte” y otros males. La discapacidad continuaba más del lado de la alteridad que de la identidad, más cercana al terrorismo que a la familia.

Es entonces cuando el Consejo Constitucional (2023) demuestra ser mucho más inclusivo que la fracasada Convención Constituyente (2022), pues el artículo sobre la participación de las personas con discapacidad no aparece solo una vez, sino dos y en diferentes capítulos de la Constitución. No solo el contenido, sino también la disposición repetida del artículo, integra a las personas con discapacidad. Mientras lo dicho una vez recuerda a una golondrina extraviada, lo dicho repetidas veces ya se asemeja al verano.

Además, ¡qué golondrina la que se elige repetir! Justamente el artículo que vela “por las formas de comunicación apropiadas”. Contenido y forma colaboran en la Propuesta de nueva Constitución. El Otro artículo resulta ser el Mismo, tal como las personas con discapacidad no son un Otro, sino una parte del Nosotros.

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¿Por qué se llama Kino el juego de azar?

La única respuesta que tengo a esta pregunta la encontré, coincidentemente, por azar. Quise confirmarla en internet, pero lo más cercano que había al origen del juego chileno fue que empezó en 1990. Nada más. También busqué la palabra en diccionarios y aprendí que kino significa árbol en japonés, cuerpo en hawaiano y cine en alemán. Por esto último en inglés se usa kino para hablar de un cine más intelectual y difícil. En el origen de este sentido cinematográfico está el griego kine, que significa movimiento, y es de donde surge otro uso en inglés para kino: la técnica de moverse hasta tocar sutilmente a una persona para ganar su confianza y luego tener sexo con ella (¡al fin algo útil!).

Kino en tres idiomas

Lo que encontré por azar fue La perla, una novela de 1947 escrita por John Steinbeck, cuyo protagonista se llama Kino. Él vive con su mujer y su hijo de pocos meses en una modesta casa junto al mar, en el golfo mexicano de California. Llevan una vida sencilla hasta que el hijo recibe la picada de un escorpión en el hombro. La madre succiona rápidamente el veneno de la herida, pero sabiendo que ello no será suficiente, corre con su marido a la casa del único médico del pueblo, un hombre que rechaza atenderlos si solo van a pagarle con las pocas y pequeñas perlas que Kino ha recogido del mar. Desesperados, Kino y su mujer van al mar en busca de perlas más valiosas. Mientras él prepara una canoa, ella aplica unas algas en la herida de su hijo y no reza por su recuperación, sino por encontrar perlas que financien la atención del médico. En este punto el narrador, que había tratado con cariño a sus personajes, comenta que “la mentalidad del pueblo es tan insustancial como los espejismos del Golfo”. La falta de sustancia se manifiesta en el deseo de esta mujer, que en lugar de pedir lo realmente importante, que sería la buena salud del hijo, solo espera un medio para conseguirla, las perlas de mar.

Concha de mar con perlas (World Chess Hall of Fame)

Según el texto, ellas surgen de un accidente al cual se exponen las ostras: que un grano de arena caiga entre los pliegues de sus músculos e irrite su carne. Esta, para protegerse, cubrirá el grano con una capa de suave cemento que seguirá creciendo hasta formar una esfera de nácar: la perla. Ellas “eran meros accidentes y hallar una era suerte, una palmadita en la espalda de Dios, los dioses o ambos”. En otras palabras, una perla es un accidente ofrecido por Dios a unos pocos afortunados que pueden convertirlo en dinero, algo muy parecido a ganarse el Kino.

La probabilidad de ganar este concurso logrando 14 aciertos entre los 25 números disponibles es bajísima, de 1 entre 4.457.400. Para hacerse una idea, es como si uno marcara un grano de arroz con un plumón y lo echara en un barril con 92 kilos de arroz. La probabilidad de meter la mano en el barril y solo sacar el grano marcado es equivalente a la que tenemos de ganar el Kino cuando compramos un cartón. Si tenemos dos cartones, la probabilidad aumenta a la de haber marcado un segundo grano en el mismo barril. Por esto se ha dicho que gastar en juegos de lotería es como pagar un “impuesto a la estupidez”, apostar a un premio que es casi imposible recibir. La diferencia está en ese casi.

25 pelotas rojas giran en una gran esfera transparente impulsadas por un aire hacia una compuerta superior, a través de la cual solo pasan 14 pelotas, todas esféricas como la perla que Kino está buscando en el mar, combinándose de una manera tan improbable como lo que él encontraría bajo el agua. Junto a unas rocas, “bajo un pequeño reborde, [Kino] vio una ostra muy grande, aislada de todos sus congéneres más jóvenes. El caparazón estaba entreabierto, pues la vieja ostra se sentía segura bajo aquel reborde rocoso y entre los músculos de color de rosa vio un destello casi fantasmal momentos antes de que la ostra se cerrase”.

Cuando emergió hasta la canoa con la gran ostra cerrada, su mujer lo percibió agitado, pero disimuló mirando en otra dirección. “No es bueno desear algo con excesivo fervor. Hay que ansiarlo, pero teniendo gran tacto en no irritar a la divinidad”. Prudente como su mujer, Kino demora la apertura de la gran ostra, sabiendo “que lo que había visto podía ser un reflejo, un trozo de concha caído allí por casualidad o una completa ilusión. En aquel Golfo de luces inciertas había más ilusiones que realidades”. Ella le recomienda abrir la ostra y él empieza a manipularla con un cuchillo. “El músculo se relajó y la ostra quedó abierta. Los carnosos labios saltaron desprendidos de las valvas y se replegaron vencidos. Kino los apartó y allí estaba la gran perla, perfecta como la luna. Recogía la luz purificándola y devolviéndola en argéntea incandescencia. Era tan grande como un huevo de gaviota. Era la perla mayor del mundo”.

Edición Penguin de The pearl

Hasta aquí el nombre Kino es perfecto para una lotería. Tenemos a una familia desesperada por financiar la salud de su hijo, que se entrega al azar de buscar perlas en el mar y que ayudada por los dioses encuentra lo que creía imposible: la perla más grande del mundo. La noticia recorre la ciudad, donde muchos se alegran imaginando que recibirán algo de la nueva riqueza de Kino. Este también imagina cosas. Habla de casarse, de comprarse ropas nuevas, de conseguir un rifle y de enviar a su hijo a la escuela, pero nada de esto se cumplirá en el libro. La perla se volverá un objeto maldito, que solo traerá estafas, robos, persecuciones, asesinatos y un incendio, infortunios muy bien elegidos para que la novela de Steinbeck sea una lectura deliciosa, pero muy mal asociados al nombre de un juego que promete una riqueza repentina como la encontrada por Kino. ¿Acaso es tan peligroso recibir una riqueza repentina?

Algunas anécdotas dicen que sí. Está la terrible historia de Rolando Fernández, que ganó el Kino el 2007, fue acusado ante tribunales de haberle robado el boleto a un amigo y el 2008 sufrió un accidente carretero en una camioneta que había comprado con el premio. Según el amigo de la acusación, Fernández estaba bajo una maldición que terminaría cuando devolviera el dinero, algo que no alcanzó a pasar, pues murió 47 días después del accidente. Otra historia es la del empresario Jack Whittaker, que el 2002 ganó 315 millones de dólares en Powerball, la lotería estadounidense. Diez años después su hija y su nieta habían muerto por sobredosis de drogas, su mujer se había divorciado y él había recibido varias demandas, además de un robo de 545 mil dólares cuando lo drogaron en un cabaret. “Desearía haber roto ese boleto”, declaró ante la prensa.

Juan Bravo lustrando botas en la Plaza de Armas de Concepción (La Tercera)

Historias más comunes son las de quienes ganaron el premio y lo perdieron todo. Es lo que le pasó a Juan Bravo, un lustrabotas de Concepción que ganó el Kino el 2003, se compró una casa, se casó, tuvo hijos, viajó, tuvo taxibuses, colectivos, una botillería, un centro de internet y hasta una chanchería, pero al final lo perdió todo. “Nos separamos y hoy pago una pensión de alimentos para mis tres hijos”, contó en una entrevista. Solo conservó la casa y el 2017 volvió a ser lustrabotas. Pero esto también es raro. Un estudio aplicado en Florida a 35 mil ganadores de la lotería descubrió que mil 900 cayeron en banca rota dentro de los primeros cinco años, un número muy grande, pero que solo corresponde al cinco por ciento del total.

En conclusión, llamar Kino al juego de azar es una buena idea si solo leemos los primeros dos capítulos de La perla, donde la riqueza sí parece resolver muchos problemas, pero muy mala si leemos el libro completo, donde la riqueza genera nuevos y peores problemas que los iniciales. Ganar el Kino es un acontecimiento improbable pero posible, que no debiese tener las terribles consecuencias que sufre el Kino creado por John Steinbeck. Por mi parte, seguiré jugando al Kino de vez en cuando. Hace poco me alegró ganar 600 pesos, incluso sabiendo que había gastado 6 mil pesos en tres cartones de ese único sorteo.

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¿Quién mató a Herzog?

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Vladimir Herzog

El 24 de octubre de 1975, el periodista Vladimir Herzog fue visitado por los policías de la dictadura que gobernaba Brasil desde hacía diez años. Él tenía 38 años y dos hijos. Herzog pidió aplazar el interrogatorio al que querían someterlo para alcanzar a terminar el noticiero de esa noche en TV Cultura, que él dirigía. Cumpliendo lo acordado, a las ocho de la mañana siguiente llegó a la sede del Codi-DOI, un órgano del ejército, para que lo interrogaran. En la tarde de ese mismo día Herzog estaba muerto en una celda. “Vladimir Herzog fue asesinado bajo tortura, y los militares, esta vez, no tenían cómo desaparecer con el cuerpo – la redacción entera de TV Cultura sabía que su director había ido espontáneamente al DOI. Sin alternativa, construyeron la versión del suicidio” (Schwarcz, cap. 18). El sindicato de periodistas denunció la farsa del suicidio y la familia se negó a sepultar el cuerpo en pocas horas y en silencio, como exigían los militares. Un rabino determinó que Herzog sería enterrado dentro del cementerio israelí y no junto a los muros, donde se sepultaba a los suicidas. Ocho mil personas asistieron en silencio a un homenaje dirigido por los líderes de tres religiones en la catedral de São Paulo, mientras setecientos periodistas protestaban en un auditorio silencioso de Río de Janeiro. El arzobispo Helder, que participó en la ceremonia ecuménica de la catedral, dijo a un periodista: “Hay momentos en que el silencio habla más alto. Hoy el suelo de la dictadura comenzó a temblar. Es el comienzo del fin” (Schwarcz, cap. 18). Aunque la dictadura duró diez años más, muchos coinciden en que estos años habían marcado el inicio del proceso de término.

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El culto ecuménico en la Catedral da Sé

En ese contexto, el artista Cildo Meireles (1948) ideó otra manera de seguir hablando alto en silencio. Era un problema al que le daba vueltas desde hacía tiempo: ¿cómo crear un sistema de circulación e intercambio de información que no dependa de ningún tipo de control centralizado? En 1970 pensó que en la sociedad hay circuitos que incorporan la ideología de quienes los producen, pero que al mismo tiempo son pasivos cuando reciben inserciones. Meireles aplicó este principio en las botellas retornables de Coca Cola, en las que escribió mensajes como “yankees go home!” y “which is the place of the work of art?” con letras blancas. Estas pasaban desapercibidas hasta que se rellenaban los envases con el contrastante color oscuro de la Coca Cola. Las botellas se movían por sus propios circuitos habiendo incorporado las inserciones de Meireles, el mensaje contra los estadounidenses y la pregunta por el lugar del arte. “En vez de sustraer un objeto del campo mercantil y colocarlo en el campo consagrado del arte, Cildo Meireles proponía la inserción de informaciones ruidosas en el campo homogéneo en que las mercancías circulan y se intercambian” (Anjos, 84). La propuesta de Inserciones en circuitos ideológicos era invitar a todos los que quisieran compartir mensajes en una botella, semejantes a náufragos en una dictadura que había prohibido la comunicación por los medios más tradicionales.

Insertions into Ideological Circuits: Coca-Cola Project 1970 by Cildo Meireles born 1948

Cildo Meireles. “Inserciones en circuitos ideológicos: Proyecto Coca-Cola”

Cuando Herzog fue asesinado, Meireles tomó el circuito del dinero para hacer nuevas inserciones. Ese fue el Proyecto Cédula, la segunda parte de Inserciones en circuitos ideológicos, que consistía en estampar billetes con timbres que repitieron los mensajes contra los yankees y la pregunta por el lugar del arte. Entre otros textos, Meireles estampó una pregunta breve y directa en los cruzeiros: “quem matou Herzog?”, ¿quién mató a Herzog?

02 Quem matou Herzog

Cildo Meireles. “Inserciones en circuitos ideológicos: Proyecto Cédula”

El texto constataba la muerte de Herzog, asumía que había sido asesinado y se activaba como una pregunta. “Quem matou Herzog?” exigía una respuesta con la urgencia de una novela policial, que no termina hasta que se resuelve el crimen central, hasta que se encuentra al asesino. ¿Qué hace esa pregunta al sistema económico cuando aparece en sus billetes? Lo cuestiona. Los billetes y monedas llevan imágenes de autoridades políticas y símbolos nacionales para garantizar su valor. Es como si dijeran:

“Yo, el Gran Rey Fulano de Tal, os doy mi palabra personal de que este disco de metal contiene exactamente cinco gramos de oro. Si alguien osa imitar esta moneda, eso significa que está falsificando mi propia firma, lo que sería una mancha en mi reputación. Castigaré este crimen con la mayor severidad” (Harari, cap. 8).

Por eso los billetes llevan retratos de figuras nacionales. No solo para representar al país, sino para transmitir que él certifica el valor de ese billete. La pregunta sobre Herzog lo hace cambiar de signo, pues cuestiona la confianza en la nación que asegura el valor de ese billete. ¿Por qué habríamos de creer en un billete emitido por una nación donde se miente tan descaradamente? Donde el relato oficial dijo suicidio, Meireles inserta una pregunta que niega esa versión exigiendo la verdadera. ¿Quién mató a Herzog? ¿Cuál es la verdad que nos oculta el Estado de Brasil?

Desconfiar del Estado brasileño es un peligro para la economía, que se basa en la confianza para funcionar. Cuando alguien acepta un billete como forma de pago, está creyendo que ese billete será igualmente aceptado por otros en nuevas transacciones. “El dinero es una una cuestión de creencia, incluso de fe: de creencia en la persona que nos paga, de creencia en la persona que ha emitido el dinero que emplea para hacerlo o en la institución que respalda sus cheques o transferencias. El dinero no es metal. Es confianza inscrita” (Ferguson 46-47). Cuestionar al Estado desde sus billetes es cuestionar su sistema económico.

Ese cuestionamiento no solo se realiza en un objeto que representa al Estado, sino que Meireles lo hace con los lenguajes de ese mismo objeto cuando su valor había sido oficialmente relativizado. La inflación había llegado a tal punto en 1967, que fue necesario un cambio monetario. El antiguo cruzeiro fue reemplazado por el cruzeiro novo, con cifras mil veces menores. Para indicar, por ejemplo, que un billete de diez mil cruzeiros valdría solo diez cruzeiros novos, la ley determinó que los billetes antiguos serían timbrados con el nuevo valor. Ese timbre era una crítica del sistema bancario contra sí mismo, una puesta en duda de sus propios valores. Los billetes valían dos cantidades al mismo tiempo, una impresa original y otra nueva timbrada. La verdad estaba en el timbre, no en la impresión. Los bancos siguen haciendo eso para marcar los billetes falsificados, les timbran la palabra “falso” y dejan de funcionar como billetes. A partir de lo anterior, el timbre de Meireles da a entender que su pregunta es más verdadera que el billete.

03 Novo cruzeiro, 1967

10 Cruzeiros novos de 1967

Si el valor del billete es relativo, la pregunta por los asesinos de Herzog es absoluta y definitiva, como terminó probando la historia. El cruzeiro novo quedó obsoleto en 1990, cuando fue reemplazado por el cruzeiro real, pero la pregunta por la muerte de Herzog persiste hasta la actualidad. Una prueba de esto es que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos recomendó en un informe del 2015 que el Estado de Brasil determine “la responsabilidad criminal por la detención arbitraria, tortura y asesinato de Vladimir Herzog, mediante una investigación judicial completa e imparcial de los hechos con arreglo al debido proceso legal, a fin de identificar a los responsables de dichas violaciones y sancionarlos penalmente” (59). Han pasado más de cuarenta años y la pregunta de Meireles sigue sin respuesta. Todavía no sabemos quién mató a Herzog.

 

Fuentes
Anjos, Moacir dos, “Cildo Meireles, la industria de la poesía”. Dardo Magazine, 2, 2006.
Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Informe No. 71/15. Caso 12.879. Vladimir Herzog y otros. Brasil, 28 de octubre de 2015.
Ferguson, Niall. El triunfo del dinero: cómo las finanzas mueven el mundo. Trad. Francisco Ramos. Barcelona: Debate, 2009.
Harari, Yuval Noah. Sapiens: de animales a dioses. Epub. Debate, 2015.
Schwarcz, Lilia y Heloisa Starling. Brasil: uma biografia. São Paulo: Companhia das letras, 2015.

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Breve, Periodismo

Caerse y decir mamá

Andrea Mantegna

Andrea Mantegna. “Madonna col Bambino” (c.1490)

Manuel José Ossandón explicó en ADN la importancia de que los niños tengan un papá y una mamá, no dos papás ni dos mamás: “Hay un rol natural que existe. Cuando el niño se cae dice mamá, no dice papá, y nadie se lo ha enseñado”.

Que yo sepa, los niños cuando se caen lloran. Después aprenden a decir garabatos, incluido el que termina mencionando a la madre. Quizá Ossandón se refirió a los niños que calman sus llantos al recibir el cariño de la madre que los ha criado, aunque estaríamos interpretando demasiado. Lo que él dice literalmente es que los niños dicen ‘mamá’ sin que nadie les enseñara a decirlo. Usan una palabra sin aprenderla de nadie.

Pero esto no puede ser. Ossandón debe saber que los idiomas se aprenden, que nadie nace con ellos. ¿Acaso se puede decir ‘mamá’ sin haber conocido la cultura asociada a esa palabra? La pregunta sería qué dice un niño cuando dice ‘mamá’. ¿Dice “mujer heterosexual que me parió”? ¿“Entidad que me ayuda cuando estoy en problemas”? ¿Emite un sonido que en general produce efectos positivos, sin que sepa todavía que se deben a la participación de una persona con un rol específico? ¿Perdería ese sonido sus sentidos más importantes si el niño tuviera dos mamás o dos papás?

Pero el centro de su argumento no es el lenguaje, sino la naturaleza. Ossandón justifica la naturalidad de los matrimonios heterosexuales apoyado en la naturalidad de decir una palabra al sentir dolor. ¿Pero es natural decir palabras? Si lo natural es hacer las cosas como siempre se han hecho, o incluso como Dios quiere que se hagan, tenemos problemas al suponer la naturalidad del habla. “La boca, por ejemplo, apareció porque los primitivos organismos pluricelulares necesitaban una manera de incorporar nutrientes a su cuerpo. Todavía usamos la boca para este propósito, pero también la empleamos para besar, hablar y, si somos Rambo, para extraer la anilla de las granadas de mano. ¿Acaso alguno de esos usos es antinatural?” (Noah Harari, Sapiens, cap. 8).

Por todo lo anterior, no creo que las palabras aprendidas por un niño prueben la existencia de ‘lo natural’ ni que existan los roles ‘naturales’. Ossandón tendrá que buscar mejores argumentos si quiere que dejemos de apoyar el matrimonio igualitario.

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Periodismo, Sociedad

¿Necesitamos fronteras?

inmigrantes

Cuando vi que los inmigrantes son el tema del mes en Mimag, pensé como los chilenos cuando les preguntaron por su satisfacción con la vida en la última encuesta CEP: creí estar mucho mejor que el resto*. Pensé: “Qué gran oportunidad de escribir para enseñar a mis compatriotas que su maldad con los extranjeros es absurda y que sus chistes contra ellos son repetidos y fomes”. Asumí que estoy rodeado de discriminadores que me necesitan para abrir los ojos hacia las bondades del pluralismo y la integración, pero fui a ver encuestas (así encontré lo que dije de la CEP, algo que quise compartir porque me sorprendió, pero que dejé en una nota porque no tenía tanta relación con el tema de mi artículo. Igual lean la nota). En realidad lo primero que pensé fue otra cosa: “¿cómo voy a escribir siendo un hombre de casi 30 años en un sitio de jovencitas que rodean los 20? Filo. Gustavo R. lo hizo y nadie se quejó o si lo hicieron yo no me enteré” (Esto también se aleja de mi tema. Debió haber ido en otra nota, aunque eso molestaría a los lectores. Las editoras pueden cambiar eso, borrar todo o quejarse como quizás lo hicieron con Gustavo).

¿Qué decían las encuestas? (Este y el próximo párrafo estarán llenos de porcentajes tomados de encuestas, así que da lo mismo saltárselos para ir directo a las conclusiones.) El 90% está de acuerdo con que el estado chileno entregue salud y educación gratuita a los hijos de inmigrantes y al 61% le parece bien que accedan a subsidios habitacionales. O sea que aprobamos ayudar a los extranjeros con nuestros impuestos. Pero claro, eso es por la solidaridad del chileno, que quiere al amigo cuando es forastero. ¿Qué hay de nuestros miedos y prejuicios? El 63% piensa que los extranjeros no le quitan los empleos a los chilenos y solo el 45% piensa que los inmigrantes aumentan la violencia y el tráfico de drogas (sí, no es tan bajo. Hice trampa con ese “solo”).

¿Y qué opinan ellos, los migrantes? El 61% está satisfecho con el acceso a servicios públicos, los mismos que en la otra encuesta nos mostramos tan dispuestos a ofrecer, y casi el 70% dice recibir un trato similar al de los chilenos en el acceso a servicios públicos y trabajo. Al preguntarles por la discriminación, el 58% no se ha sentido discriminado, aunque entre los que dicen lo contrario hay un 37% que ha recibido insultos de chilenos sin motivo. Eso está feo. (No quiero parecer discriminatorio por haber escrito un párrafo más corto sobre la opinión de los migrantes que sobre la de los chilenos. Diré en mi defensa que los dos párrafos tienen la misma cantidad de datos, cuatro. Eso significa que los párrafos no estuvieron llenos de porcentajes como advertí en otro paréntesis, aunque tuvieron más de lo que uno es capaz de retener. Sospecho que eso es una obligación en los resultados de cualquier encuesta. Si los resultados son recordables, el estadístico inventará más números y gráficos para mostrar que de verdad trabajó mucho. Es lógico: a los estadísticos también les gusta cuantificar lo que hacen. Interrumpo este paréntesis porque ya cumplió su función de dejar el párrafo más largo que el anterior. De hecho, tiene un 65% más de palabras, dato que además me permite superar su cantidad de porcentajes.)

En conclusión, los chilenos somos bastante solidarios con los inmigrantes y ellos están bastante satisfechos con el trato que reciben. Digo bastante porque se puede mejorar mucho todavía, como saben los que sí leyeron los párrafos con estadísticas. Sin embargo, hay un dato que no cuadra en este panorama de solidaridad y empatía con nuestros amigos extranjeros. Contra una canción de Los Prisioneros, el 57,3% opina que sí necesitamos banderas y que sí reconocemos fronteras. Esa gente defiende las restricciones a la inmigración latinoamericana. Además, un 52% opina que los inmigrantes ilegales que ya consiguieron entrar debiesen ser expulsados de Chile. No encontré estadísticas que explicaran esto. Cuando estuve dispuesto a hablar con otras personas para entender la defensa de las restricciones y las expulsiones, o incluso a pensar por mi cuenta, recordé que Internet ofrece mucho más que estadísticas. Busqué “immigration” en un buscador de podcasts y llegué a un episodio sobre el tema en “The Public Philosopher”, un programa radial de la BBC Radio 4 (porque la BBC está llena de gente creativa, pero a sus canales y emisoras las llaman siempre así, con las iniciales de Bueno, Bonito y Caro, agregando un número al final).

El conductor del programa es Michael Sandel, un filósofo estadounidense que hace preguntas a una audiencia de Texamis para provocar interesantes discusiones**. La primera que hizo fue justo la que me interesaba entender. ¿Qué es mejor: legalizar o expulsar a los inmigrantes ilegales? Él vio que la mayoría levantaba la mano por la primera opción, pero se interesó en los pocos que eligieron lo contrario: expulsar a los ilegales. ¿Qué pensaban ellos? Que los ilegales merecen ser castigados porque son ilegales. Suena repetitivo, pero es como cuando se dice que “la ley es la ley” (o que “dar es dar”). La idea es que las leyes fueron hechas para cumplirse. Se daría una muy mala señal al recién llegado si se le enseña que su presencia ilegal es perdonable. Se le enseñaría que las leyes no valen tanto en el país, que son relativas. Eso me lleva a pensar que el 52% de chilenos que expulsaría a los inmigrantes ilegales no es necesariamente intolerante. Solo respeta las leyes de sus país. Habría que repetir la pregunta sin la palabra “ilegal”, que ensucia hasta al inmigrante más buena gente que haya.

Para tener un diálogo más libre, Michael Sandel le pidió a su audiencia ponerse en el lugar de los legisladores. Así dejaba de importar el límite entre lo legal y lo ilegal. Les preguntó si dejarían alguna restricción para entrar a su país. Como en la encuesta chilena, la mayoría estuvo en contra de las fronteras abiertas. ¿Por qué? La audiencia respondió que para protegerse de criminales. Sandel propuso dejarlos fuera, imaginar una frontera casi abierta, que solo impidiera su paso. Ahí se puso interesante, porque los participantes se vieron forzados a pensar más profundamente. Una mujer dijo:

–No creo que tengamos el espacio o los recursos suficientes para recibir a tanta gente. No cabríamos.
Sandel: –Si no tenemos espacio para nuevos ciudadanos, ¿habrá que restringir los nacimientos dentro del país?
Victoria (así se llamaba): –Soy católica, así que no. Además creo que el incremento en la población es menor que si dejáramos cruzar la frontera a todo el mundo.

No sé si ella tenía razón en su cálculo, pero lo encontré bien usado para escapar a una pregunta difícil: ¿por qué aceptar a los hijos y no a los extranjeros? ¿Por qué unos son libres de entrar al mundo desde nuestro país y los otros arriesgan ser ilegales? ¿Dónde está la diferencia? Michael Sandel no la resuelve, pero da pistas. Algunos opinan que la inmigración debiese regularse por causas económicas, porque el empleo y el espacio son limitados o porque sale muy caro pagar la salud y la educación de los inmigrantes (algo que los chilenos estamos muy dispuestos a financiar, según recordarán los que sí leyeron las estadísticas). Otros opinan que los inmigrantes debilitarían la identidad nacional o serían incapaces de integrarse a ella. Sandel concluye que lo que está en juego al discutir sobre los inmigrantes es la noción de ciudadanía.

¿Qué significa ser un ciudadano chileno? ¿Qué significa nacer siendo chileno y en qué se diferencia con volverse chileno por decisión propia? ¿Se trata de una relación económica, del acceso a ciertos servicios a cambio de pagar impuestos? ¿Se trata de algo identitario, algo que solo entendemos los que hemos vivido siempre aquí? Por eso es una gran idea de Mimag poner el tema de los inmigrantes en este mes de la patria. Porque al preguntarnos por las fronteras de Chile, por los que están adentro y afuera del país, nos preguntamos qué se celebra en este mes: la independencia de Chile. ¿Cuán independientes del mundo queremos ser?

Publicado en Mimag.

* El 59% de los chilenos dijo estar total o casi totalmente satisfecho con su vida, descripción que solo el 17% de los encuestados usaría para referirse al resto de los chilenos. O sea que somos felices pero nos creemos rodeados de infelices.

** Acuérdense de que soy un hombre con casi 30 años. Por eso no me aburre leer resultados de encuestas ni escuchar programas de radio sobre filosofía en la BBC. A veces incluso leo el diario. 

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Elogio a Natalia Valdebenito

“Yo creo que no hay mucho secreto,
no hay que escribir mucho
ni hay que darle mucha vuelta:
eres tremendamente graciosa”.
Américo (9:20)

Macedonio Fernández se dirigió a los críticos en uno de sus libros: “sois los únicos que amáis y concebís la Perfección; los escritores nada de esto, publicadores de borradores, libros de apuro, de oportunidad, de rumbeo; la Perfección vendrá algún día en un libro, tal como con razón la esperabais y concebíais” (195). Es una crítica muy bien pensada, que supone la inexistencia de lo perfecto y, por tanto, el absurdo de exigírselo al arte. Finge irónicamente que los escritores son inferiores a los críticos porque no solo aceptan lo imperfecto, sino que lo divulgan en sus libros, que los buscadores de lo perfecto criticarán. Hans Ulrich Gumbrecht lamenta ese supuesto deber que tienen los intelectuales de ser críticos, “que ha reducido seriamente la cantidad de discursos que nos sentimos autorizados a desarrollar” (32). Y lo dice queriendo ampliar esa autorización, justificando que elogiará aquello por lo que siente gratitud. “¿No es verdad que los mejores ejemplos de crítica en arte, literatura y música son casi siempre análisis de pinturas, textos o sinfonías, análisis que implícitamente elogian sus objetos de referencia al mostrar cuán complejos son éstos, y cómo lo son de muchos modos diferentes?” (37). A eso me dedicaré, a elogiar la Perfección del show que Natalia Valdebenito presentó el miércoles 24 de febrero en el Festival de Viña del Mar.

Pero empezaré siendo crítico. Es verdad que uno puede hablar bien de algo sin hablar mal de otras cosas, pero es más fácil si se tiene con qué comparar. Además, Natalia Valdebenito recibió el mismo par de gaviotas que Edo Caroe y Rodrigo González, por lo que merece ser diferenciada. Los shows de ellos hicieron reír, gustaron en la Quinta Vergara, pero en mi inmodesta opinión no fueron tan Perfectos como el de ella. Los revisaré por orden cronológico.

Edo Caroe

caroe

Edo Caroe empezó con el apoyo de Coco Legrand, primero en un video y luego en una imitación suya a cargo del talentoso Óscar Álvarez. Se asoció a un grande, un consagrado en Viña, pero no le hizo honor. Porque lo que hace Coco Legrand es contar historias graciosas que le sirven para reflexionar sobre la sociedad chilena, mientras que Edo Caroe se limitó a pegotear chistecitos que prometían algo mayor sin llegar a ofrecerlo. Veamos un ejemplo de cuando empezó a hablar solo, justo después de conseguir que la Quinta Vergara gritara estar ¡BIEEEN!

“Con ese ánimo sí va a funcionar porque para estar en un escenario como este se necesita valentía. Y yo no soy muy valiente, la verdad. De hecho, la otra vez me quise circuncidar y no me dio el cuero. [Risas] Sí, se necesita valentía para estar acá porque yo sé que algunos me tenían menos fe que a condón de consultorio. [Más risas]” (11:55).

No creo que sus chistes sean intrínsecamente malos, sino que les falta desarrollo y contexto. ¿Quieres hablar de cobardía? Entonces pegotea más chistes al respecto (como el del cocinero que no hacía tallarines porque le daba miedo que empezaran a pegarse). No es mi estilo favorito de humor, pues parece tomado de un libro de chistes, pero al menos construye algo. Después menciona una circuncisión. ¿Qué haría Coco Legrand con ese tema, si recordamos las maravillas que conseguía con su su operación de los testículos? Buscando rápidamente en YouTube llegué a un show donde Joe Rogan le saca mucho partido a un tema tan interesante. Pero no, Caroe solo tenía el chistecito sobre el cuero, expresión que tampoco aprovechó de comentar. ¿Vendrá de ahí, del prepucio? ¿Es necesario ese cuero para tener relaciones sexuales satisfactorias? ¿Entonces de dónde viene la frase? Sé que me expongo con estas propuestas temáticas, que es más seguro acusar de fome a un humorista, pero creo efectivo demostrar que sus defectos tenían solución. El tema es que Edo Caroe no habló de valentía ni de circuncisiones ni de la frase “no me dio el cuero” ni de condones ni de consultorios. Desperdició todas esas palabras jugándoselo todo por unos chistes que produjeron risas, pero nada más. Le faltó lógica, capacidad de hilar un discurso. Un ejemplo de eso está al principio de la cita que transcribí, donde dice que su show funcionará con un público animado porque hay que ser valiente para estar en ese escenario. ¿Qué tipo de causalidad es esa? Para actuar en Viña hay que ser valiente. ¿Es esa una razón para que un show funcione? No. Son hechos totalmente aparte. Hubiese sido más lógico decir:

“Con ese ánimo sí va a funcionar porque este show depende de una relación entre ustedes y yo, que soy muy inseguro y no puedo presentarme ante personas desanimadas. Algunos me dicen que este trabajo se trata de eso, de ser valiente y actuar aunque a uno no lo quieran escuchar, pero yo no soy valiente. De hecho, la otra vez me quise circuncidar…”

Me quedó muy largo para los ritmos televisivos. Habría que agregar chistecitos entremedio, quizá desarrollar esa incapacidad a presentarse ante desanimados, tema que también da para mucho. Se puede pensar en la soledad de un chileno que solo hable con gente alegre y animada. Así se toma el lugar común de que los chilenos somos fomes y se plantean situaciones como el de alguien incapaz de hacer trámites en el banco porque todas las ventanillas son atendidas por gente desanimada. Pero bueno, Edo Caroe no aprovechaba lo que decía, sino que sumaba y sumaba chistecitos, además de trucos de magia y críticas a los políticos más criticados el último año. Fue un show de acumulación, no de construcción. Juntó materiales, pero armó muy poco con ellos.

Rodrigo González

Segunda Noche del Festival de la Canción de Viña del Mar 2016

Foto: Francisco Longa/Agenciauno

Al día siguiente se presentó un humorista que no repitió los errores de Caroe (¿por qué habría de hacerlo?). A mí me gustó el show de Rodrigo González. Tomaba una idea cualquiera, bastante típica y difundida por internet, y la desarrollaba con chistes. Criticó lo actual añorando el pasado al hablar sobre monos animados, dulces, maneras de divertirse, músicas, donde pidió que vuelvan los lentos. Son ideas súper simples, pero eso está bien, porque para conectar con el público funciona decir cosas conocidas. Lo bueno es que las desarrollaba, pasaba un rato hablando sobre cada tema.

Casi al final de su presentación comparó los smartphones actuales con los teléfonos de antes, cuando eran familiares y de disco. Observó que ahora hay grupos de WhatsApp para todo, se rió de los amigos que mandan fotos porno y de esos videos que prometen un gol de Alexis Sánchez pero terminan siendo “ese video porno camuflado”. Cerró su espectáculo con esta reflexión:

“Sin embargo esta noche yo sentí, y esto lo digo de verdad, que nos conectamos. [Aplausos] Que nos conectamos de verdad. Es una noche romántica, es una noche donde el amor todavía existe, es una noche donde nos podemos reencontrar y conectarnos face to face, cara a cara, y decirnos frases que a veces no nos decimos en persona, como por ejemplo, te extraño, te amo, abrázame, baja la tapa del water. [Risas]” (40:41).

Fíjense en todo lo que se demoró en hacer la broma del water. Estaba terminando, ya había hecho reír bastante, pero de todos modos se tomó el tiempo para hacer esa reflexión que sería fácil descalificar como un cliché, pero que me parece valiosa e inteligente para en su show. Si habló tanto de echar de menos cosas antiguas, tenía sentido recordar que su espectáculo fue algo antiguo. Que pararse a hablar frente a mucha gente es algo de otra época que sigue produciendo lo que buscan las tecnologías más actuales: conectarnos.

En definitiva, González hizo un buen trabajo porque no se fue directamente a los chistes, sino que llegó a ellos desde los temas que quiso tratar. Integró el humor a una conversación, que es lo que debiésemos aprender a hacer de los humoristas. Entiendo que la diferencia entre pornografía y erotismo se parece a esto. Mientras la primera se va derechito al sexo, el segundo lo subordina al amor y la ternura. Por eso González fue mejor que Caroe, porque le puso ternura a su presentación.

Natalia Valdebenito

valdebenito

Llego a la difícil tarea de probar que Natalia Valdebenito fue mejor que Edo Caroe y Rodrigo González. Con el primero es fácil porque no dije casi nada bueno sobre él, pero con el segundo me va a costar más. Tengo listo el argumento de que González presentó ideas típicas mientras Valdebenito presentó ideas más novedosas, pero correría el riesgo de sonar ingenuo, como le pasó hace poco a Eddie Redmayne cuando insinuó que Danish girl era la primera película masiva en hablar sobre el transgénero. No. El show de Valdebenito no fue genial por ser feminista. Eso no tiene ninguna gracia en sí mismo. A mí me gustó su rutina porque estaba bien pensada, tenía contenido y bromas constantes que no eran un fin en sí mismas, sino un medio para hablar, principalmente, sobre la experiencia de ser mujer en la actualidad. En definitiva, stand-up comedy de calidad. Lo que me cuesta es entender a qué me refiero con eso.

Después de saludar, agradecer y conseguir ciertos gritos de un público animado como el exigido por Edo Caroe, Natalia Valdebenito empezó su verdadero show:

“En una época de mi vida, y en esto no me voy a censurar, fui bien putaza. [Risas] Sí, putaza. Esa cuestión de cuando una echa a la chuña la… [Risas] De repente una no tiene sexualidad y dice ‘ya, bueno, hoy día salgo a cazar nomás, po’. [Risas] Hoy día lo que caiga. [Risas] Entonces, bajo esa premisa, la verdad es que uno se va encontrando con mucho prejuicio, mucha gente que te dice o que opina. El poto es mío y la gente opina, yo no entiendo. [Risas]” (3:06).

Observemos primero la frecuencia de las risas. Cinco risas con solo 84 palabras (6%). Caroe tuvo dos en la cita de 61 palabras que transcribí (3%) y González solo una en 72 (1%). Obviamente está medición es injusta y poco representativa. Cada humorista tuvo momentos con más y menos risas que los seleccionados. Además, tenemos el caso de las cosquillas, que producen risas sin ninguna palabra y no por eso son humor. Según un estudio de Robert Provine sobre mil 200 personas, menos del 20% de nuestras risas diarias surgen de lo que llamamos humor. Pero es un primer indicador. Valdebenito estaba recién empezando y su público ya se reía constantemente.

De las cinco risas, ninguna es un chiste. Ninguna funciona sacada de contexto, como sí pasa con el humor de Edo Caroe. Uno cumple cuando anuncia contar un chiste y dice: “la otra vez me quise circuncidar y no me dio el cuero”. Si alguien me ofrece un chiste y me cuenta que en una época de su vida fue bien putaza, yo me quedaré esperando la continuación. Con Valdebenito también esperamos, pero no solo chistes, sino también el desarrollo de un tema. Cada una de las risas surge de la misma confesión inicial. Es como si repitiera la misma idea con formas diversas y solo cambiara al final del párrafo, cuando toca el tema de los prejuicios. Pero no es repetitiva, sino inteligente, pues cada repetición añade un matiz: ser putaza es una cualidad, salir de cacería es una acción realizable por quien tiene esa cualidad. Se está dando a entender con algo de profundidad, aunque el tema parezca liviano.

Me cuesta entender por qué nos reímos cuando Valdebenito dice haber sido bien putaza. Me es insuficiente pensar que simplemente lo dijo con gracia, porque si así fuera ella podría haber dicho cualquier otra cosa. No pasaría nada si dijera: “en una época fui bien inmadura”. Quizás sea porque la palabra putaza se aplica normalmente a otras personas y no a una misma. Es algo que no se confiesa, menos con ese bien intensificador. Lo cómico podría estar en la falta de eufemismos (como en mi ejemplo de la inmadurez), aunque en realidad no lo sé. Quizá lo gracioso esté en llevar a un extremo la falta de autocensura, algo como: “está bien decir la verdad, pero nunca tanto”.

Otra posibilidad es que lo gracioso sea el automatismo de volverse putaza, de volverse una marioneta de los deseos corporales hasta el punto de aceptar “lo que caiga”. Henri Bergson propuso en La risa que ella “flexibiliza cualquier resto de rigidez mecánica que pueda quedar en la superficie del cuerpo social” (19). Básicamente, Bergson dice que casi siempre que nos reímos lo hacemos de algo humano que se ha vuelto mecánico, que parece automático, y nos reímos para condenarlo. Según esta teoría, el chiste de Caroe da risa por confundir mecánicamente dos significados de cuero: el de una frase sobre la resistencia (“no me dio el cuero”) y el prepucio. Solo un robot (o un extranjero) pensaría que hay una misma palabra en los dos usos (por eso nos da risa escuchar a extranjeros aprendiendo nuestro idioma). Volviendo a la putaza que caza lo que caiga, Bergson también diría que “es cómico todo incidente que nos pone de relieve el físico de una persona cuando de lo que se trata es de moral” (36). Y la sexualidad humana es totalmente moral. ¿Será eso lo gracioso, que la sexualidad haya sido reducida a una vagina? Hay otro automatismo al final de la cita: “El poto es mío y la gente opina, yo no entiendo”. La analogía es graciosa porque falla. Es verdad que la gente no debiese opinar sobre las cosas personales, pero también es cierto que opinamos muchísimo sobre la vida sexual ajena (de eso se tratan los programas de farándula). Entonces, aunque sea razonable, es divertido que Valdebenito olvide la convención social de que en general, cuando estamos en confianza, opinamos mucho sobre el uso que las otras personas dan a su cuerpo.

¿Sería gracioso un hombre que confesara lo mismo? Probablemente no, por esto de que parece más vergonzoso para un hombre reconocer su virginidad que su promiscuidad. Pero el valor de Natalia Valdebenito está en no quedarse ahí pegada. Ser puta, más que un chiste, es una premisa, según sus propias palabras. Con ese inicio ella se vuelve una autoridad en uno de los grandes temas que tratará en su presentación: los hombres que ha conocido. Cuando dice “me agarré a cuanto hueón había, básicamente para aprender” (4:06) está explicitando esa posición de autoridad, aunque lo diga causando risa por encubrir un deseo corporal con un falso interés intelectual.

Encuentro admirable que una mujer triunfe en televisión diciendo que se mete con muchos hombres cuando anda caliente sin parecer sucia ni tonta. Creo que lo logra porque va mucho más allá de la consigna “las mujeres también tienen derecho a gozar de su sexualidad”. Y ese más allá está en su narración. Como dice Martha Nussbaum: “La información sobre el estigma social y la desigualdad no transmitirá toda la comprensión que un ciudadano democrático necesita sin la experiencia participativa de la posición estigmatizada, que el teatro y la literatura permiten” (cap. VI). Dicho de otro modo, no basta con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, porque en teoría todos somos tolerantes y respetuosos. Lo que necesitamos es sentir las experiencias de las otras personas, algo que podemos conseguir con el buen stand-up comedy, que debe mucho al teatro y la literatura. Así adquieren peso y realidad los personajes que Natalia Valdebenito caracterizó.

Porque ella no solo habló de la putaza, que comenté porque aparecía primero, sino también de la celosa, la canalla y la sola. En Facebook leí una crítica contra Valdebenito porque generalizaba al hablar sobre las mujeres. Yo creo que eso es algo positivo, que las generalizaciones nos ayudan a entender el mundo, y en esto tengo el apoyo de Henri Bergson. Él observó que los títulos de grandes comedias de Molière no son personas específicas como en las tragedias, sino que son nombres de tipos: El avaro, El misántropo, El enfermo imaginario. “La comedia describe caracteres con los que nos hemos cruzado, con los que volveremos a cruzarnos en nuestro camino. La comedia señala semejanzas. Busca mostrarnos arquetipos” (100). Nos gustan esos personajes porque los conocemos, sabemos que existen, creemos en ellos. Y esa es una fuente de humor.

El antropólogo Robert Lynch probó empíricamente que las personas se ríen más cuando ven algo que creen verdadero. Toma de Alistair Clarke la idea de que el stand-up comedy ofrece un humor del tipo “es muy cierto” (142) y concluye, por ejemplo, que las personas sexistas se ríen más con los chistes sexistas en una presentación de Bill Burr. Específicamente, midió cuánto afectaba la creencia de que las mujeres estén más asociadas a la familia que los hombres. “No podemos explicar qué es objetivamente cómico, pues nada es más inherentemente cómico que otra cosa. Aquí el individuo tiene una importancia suprema” (142). Así funcionan las risas personales y también las colectivas, como las que consiguen los buenos humoristas en el Festival de Viña. El mismo Robert Lynch dijo en una entrevista que “muchas risas son sobre temas tabú. Están comunicando algo que todavía no podemos admitir, pero lo comunicamos entre las personas para ver si estamos compartiendo ciertos valores. Si no funciona fue solo una broma. Es una especie de mensaje codificado diciendo ‘oye, ¿eres parte de mi grupo? ¿Estamos en el mismo grupo?’ Y al reírte con la broma, probablemente estarás dando la señal de que sí, de que piensas que las mujeres están más asociadas a la familia” (3:25). Pienso que el éxito de Natalia Valdebenito se debe a esto: logró conectarnos, como decía Rodrigo González, pero de una manera más profunda, con temas más importantes, y por eso fue más divertida. Porque trató más temas que creíamos prohibidos y nos hizo reír a todos juntos, mostrando la verdad de que los tabúes pueden cambiar.

Libros impresos
Bergson, Henri. La risa: ensayo sobre el significado de la comicidad. Trad. Rafael Blanco. Buenos Aires: Godot, 2011.
Fernández, Macedonio. Textos selectos. Buenos Aires: Corregidor, 2014.
Nussbaum, Martha. Not for profit: why democracy needs the humanities. New Jersey: Princeton University Press, 2010.
Ulrich Gumbrecht, Hans. Elogio de la belleza atlética. Trad. Aldo Mazzucchelli. Buenos Aires: Katz, 2006.

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Periodismo

Balzac, específicamente en sus Obras Completas…

Balzac en Aki Frases

“Balzac dice (en ‘La Comedia Humana’) que detrás de toda fortuna se esconde un crimen”, escribió Carlos Peña en su columna de hoy. La frase es conocida. La citan análisis políticos, es el epígrafe de El padrino de Mario Puzo y acompaña retratos de Balzac en internet. Lo normal es atribuir la frase a Balzac para luego pasar a otras cosas, pero Carlos Peña, quizá consciente de que una frase tan usada podría estar mal atribuida, finge haber encontrado la fuente exacta: La comedia humana. Lo gracioso es que ese nombre no se refiere a un libro, sino a alrededor de noventa novelas que Balzac agrupó bajo un mismo título. Especificar que una idea del novelista francés aparece en La comedia humana es casi como decir que se obtuvo de sus obras completas.

Gracias a internet, me ahorré la lectura de los libros para identificar esa fuente con algo más de precisión. Wikipedia coincide con Peña al citar la frase en el artículo “La comedia humana”, donde agrega que “este precepto aparecido en la Posada Roja es recurrente en la Comédie”. Fui a un PDF de la Posada Roja y encontré fortunas y crímenes, pero ninguna vinculación rotunda entre los dos. Después de no encontrar nada valioso en Google Libros ni Académico, probé buscar en inglés. Así llegué a Quote Investigator, un sitio que se dedica a hacer bien lo que el paréntesis de Peña hizo mal: explorar el origen de las citas. Al parecer, Balzac no escribió nunca que “detrás de toda fortuna se esconde un crimen”, aunque expresó algo parecido en Papá Goriot, novela incluida en La comedia humana: “El secreto de las grandes fortunas sin causa aparente es un crimen olvidado, porque se ha cometido de una manera limpia”. Es menos impactante que la versión difundida, pues limita la generalización a las fortunas donde no se conoce la causa. Quote Investigator comenta: “la sentencia simplificada que es popular en los tiempos modernos resulta más provocativa y, en consecuencia, más memorable”.

¿Qué debió haber escrito Carlos Peña? Una opción era seguir a la mayoría y citar a Balzac sin ninguna especificación. Otra era citar a esa mayoría: “Se atribuye a Balzac la idea de que…” o “Balzac parece haber dicho que…”. Una tercera opción era copiar la frase de Papá Goriot, aunque le hubiese ocupado más espacio y le habría exigido demostrar que no hay una causa aparente en la fortuna de la familia Matte. Peña casi tomó la primera opción, muy común en él. Lo que él hace siempre es sintetizar ideas de grandes autores en sentencias que funcionan sin contexto. El método le exige simplificar, tal como hizo el siglo XX con la frase de Balzac. Eso está muy bien en un autor de columnas breves porque nos permite aprender y, como pasa con las buenas citas, nos invita a leer más. El único defecto está en cuando la especificación sobre lo que habría que leer incluye más de 80 libros que, en estricto rigor, no dicen la frase que él está usando.

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Libros, Periodismo

Golborne, un catalejo para acercar al Cid

Un catalejo

En 1654, el italiano Emanuele Tesauro publicó El catalejo aristotélico, un extenso tratado de retórica barroca. El título se refería a una invención tecnológica reciente cuyo nombre en español indica su utilidad: catar o mirar desde lejos. La referencia a Aristóteles se debe a que el catalejo “tiene la fuerza de atraer lo lejano y de alejar lo cercano, al igual que la operación de la metáfora aristotélica”, según indican Molina y Chiuminatto (28). El título es bastante más complejo, como demuestra Mercedes Blanco en su análisis del grabado que antecede al texto de Tesauro, pero aquí me bastarán las ideas de que la metáfora acerca lo lejano y de que Tesauro realizó el mismo movimiento en el título de su obra, al acercar al lejano Aristóteles con lo que en su tiempo fue la cercana herramienta del catalejo.

Como profesor de Lenguaje en Enseñanza Media, tengo la misión de acercar textos que a mis estudiantes les parecen lejanos. Les busco y entrego catalejos intentando no usarlos por ellos, para que sean sus ojos los que descubran esos gustitos que ofrece la literatura distante. Hace poco llevé al tercero medio un catalejo que había armado hace tiempo para leer el Cantar de Mío Cid. Como el del título de Tesauro, se trata de una analogía. Para acercar un poema demasiado viejo, lo comparé con un relato audiovisual publicado en enero del 2013, el video “Es posible”, que Laurence Golborne usó para presentar su campaña presidencial en Chile.

La clave me la dio un texto de Leo Spitzer sobre el Cantar de Mío Cid, donde se describe “la trayectoria ascendente de la vida exterior del héroe” (105). Spitzer afirma que el Cantar mezcla elementos ficticios e históricos para construir una trayectoria que lleva al Cid de “caballero-bandido a reconquistador de Valencia” (104). Esto, porque el ejemplar caballero medieval que fue el Cid empieza desterrado por el rey, probablemente porque lo acusan de haberle robado. Como no tiene nada y nadie se atreve a ayudarlo, se siente obligado a robar dinero: “Me lo he de procurar a la fuerza, ya que de voluntad no me lo han de dar” (v. 84). Entonces idea un engaño contra unos judíos. Les pide un préstamo de dinero dejando en prenda unas arcas aparentemente llenas de oro, aunque solo tienen arena. Después el Cid gana batallas y seguidores, hasta conseguir un logro significativo: la conquista de Valencia. Su ascenso continuo le permite recuperar el amor del rey, enriquecerse, ser honrado por todos y casar a sus hijas. Entonces viene la afrenta de Corpes, cuando esas hijas son maltratadas y abandonadas por sus malos maridos, los infantes de Carrión. Spitzer observa la genialidad de este punto, que precipita al Cid en el mayor sufrimiento “para hacerle subir, al final del poema, a más alto estado” (103), cuando termine siendo padre de reinas, gracias al segundo matrimonio de ellas.

El texto de Spitzer me sirvió para captar el orden de un relato que me parecía confuso. Entonces me acordé de Golborne, que en ese tiempo todavía era candidato a presidente de Chile, y que en su campaña se presentaba como alguien que gracias a su esfuerzo personal había conseguido ascender desde la familia de un ferretero en Maipú hasta la candidatura presidencial. En principio, la comparación se basa solo en el siguiente video, aunque algunos hechos posteriores me permitirán extender la analogía:

Con lo dicho hasta aquí la semejanza más clara está en el esquema ascendente, que podemos simplificar en cuatro momentos. En el caso del Cid son el destierro, la conquista de Valencia, la afrenta de Corpes y los matrimonios que vuelven al Cid un padre de reinas. El destierro es comparable con que Golborne sea un hijo de ferretero, una manera de decir que partió desde muy abajo, incluso fuera del centro de poder santiaguino al marcar que la familia es de Maipú. La conquista de Valencia es un logro personal del héroe, tal como lo son los cargos de gerente corporativo y de ministro en el político chileno. La campaña política no ofrece ningún momento genial como el observado por Leo Spitzer en la afrenta de Corpes: Golborne no tiene grandes dificultades que afecten a su honra personal. No en el video, pero sí públicamente en abril del 2013, cuando la Corte Suprema condenó a la empresa de la cual era gerente por realizar cobros unilaterales a sus clientes. Cuatro días después, la prensa nacional lo acusó de haber omitido en su declaración patrimonial una sociedad en las Islas Vírgenes Británicas, donde participaba por unos 1.400 millones de pesos. Estas dificultades, que recuerdan al robo al rey del cual habrían acusado al Cid antes del destierro, fueron insuperables por Laurence Golborne. Su ascenso fue interrumpido por estos cuestionamientos a su honra sin permitirle un final feliz como el del Cid, cuando sus hijas se casaron con los representantes de Navarra y Aragón volviéndose reinas. El final de Golborne fue su renuncia a la candidatura presidencial, seguida de una derrota como candidato a senador por Santiago Oriente. Curiosamente, mientras el final feliz del Cid es compartido con el de sus hijas, el fracaso de Golborne es compartido con su hija Ignacia, que tampoco resultó electa como diputada en esas mismas elecciones.

Hay otros elementos en común. Primero, la tierra de origen es presentada como un obstáculo en ambos héroes. Sobre Golborne se dice: “es posible que un niño nacido en Maipú pueda superar todo tipo de barreras y salir adelante”. Se insinúa una discriminación sobre la gente de Maipú, que en el Cid es explícita sobre Vivar, su aldea de origen. Los infantes de Carrión dicen: “No nos atrevemos a casarnos con sus hijas porque el Cid es de la aldea de Vivar y nosotros somos todos unos condes de Carrión” (v. 1376). Así la nobleza antigua de los condes cuestiona la nobleza más nueva del Cid, más debida al mérito que a la sangre.

Segundo, en el video se admira la capacidad de Golborne para “estudiar una carrera y al mismo tiempo hacer familia, tener hijos y ser el mejor egresado”. Esto recuerda la compatibilidad del Cid entre su vida como líder de un ejército y padre de familia. En un momento incluso da a entender que gana batallas por el bien de su familia. Dice a su mujer: “Vos, doña Jimena, mujer mía muy honrada y querida, y entrambas hijas, que son mi corazón y mi alma, entrad conmigo en el pueblo de Valencia, heredad que para vosotras he ganado” (vv. 1604-1609).

En tercer lugar está la intervención divina que ambos reciben. La publicidad dice que el rescate a los mineros fue liderado por Golborne “en un momento en que todo era imposible y contra toda esperanza, [logrando que] los chilenos viviéramos un milagro”. Quizás lo del milagro no sea más que una expresión, pero de eso se trata este análisis, de las expresiones que usan los relatos sobre hombres ejemplares. El Cid reza constantemente a Dios, quien le responde a través de un sueño, donde el ángel Gabriel le dice: “todo te ha de salir bien mientras vivas” (v. 409). Como si recordara ese sueño, el Cid dice más adelante que “nuestras cosas han ido siempre adelante gracias a Dios” (v. 1118). Los héroes no logran lo imposible por sí solos, sino que se apoyan en lo milagroso y lo divino.

Me interesa muy poco quién es el verdadero Laurence Golborne, tal como tampoco quiero saber quién fue el Rodrigo Díaz de Vivar histórico. Mi enfoque se basa en el planteamiento de Leo Spitzer, cuando señala que los elementos ficticios del Cid no son inoportunos, “sino fundamentales en la fabulación del Cantar, que sirven para poner de relieve la trayectoria ascendente de la vida exterior del héroe” (105). Al comparar la retórica de un video publicitario con la de un cantar que mezcla historia y ficción, se insinúa que las trayectorias ascendentes necesitan elementos ficticios para funcionar. Esto no significa que la campaña de Golborne mienta, sino que ordenó elementos probablemente reales en un esquema medieval, buscando comunicar que su protagonista es tan ejemplar como otros personajes de ese mismo esquema. La propuesta falla porque está en una campaña publicitaria mandada a hacer por su protagonista, a diferencia del Cid que no mandó a escribir su relato, sino que lo hicieron los cantores populares por iniciativa propia. Quizá el relato definitivo sobre Golborne termine siendo la película Los 33, una ficción que se reconoce como tal, donde otros contarán su historia con el mismo objetivo que los juglares medievales: ganar dinero por entretener al público.

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Libros, Periodismo

La pasión del Che

Che Jesus

Al destino le agradan las repeticiones,
las variantes, las simetrías.
Jorge Luis Borges

El diario El Mundo de España publicó hoy un reportaje sobre Mario Terán, el soldado boliviano que mató al Che Guevara. Cuando leía el texto esta mañana fui captando ciertas semejanzas entre la muerte de Guevara y la de otro hombre admirable: Jesús. A continuación presento un paralelismo entre las dos historias. Los párrafos en cursiva son de El Mundo.

“Los hemos agarrado”, gritó un soldado. Eran las 15.30 horas del 8 de octubre en la quebrada del Churo, a tres kilómetros del poblado de La Higuera. Palabra de Gary Prado:
-¿Quién es usted?- pregunté al más alto antes de pedirle que me mostrara la mano izquierda para verificar la cicatriz que sabía que tenía en el dorso.

Jesús fue capturado en Getsemaní, en un valle al pie del monte de los Olivos, por un grupo de soldados armados con espadas y palos que seguían las órdenes de sus superiores, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (Mt 26, 47). El Che fue capturado en una quebrada, otro terreno irregular. Mientras Jesús estaba en un monte de Olivos, el Che estaba cerca de un poblado con el nombre de otro árbol, La Higuera, cuya presencia bíblica explicaré al final.

La petición de identidad aparece tres veces en la pasión de Cristo. Primero, con el beso de Judas (Mt 26, 48), después ante Caifás (Mt 26, 63-64) y finalmente con Pilato (Mt 27, 11). En el relato del Che se hace una averiguación verbal, como la de las autoridades religiosas bíblicas, y se agrega un medio visual: reconocer una cicatriz en el dorso de su mano. Las palabras necesitan una corroboración tangible, tal como exigió Tomás para aceptar que Cristo había resucitado: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20, 25). Ambas identidades se definen por heridas en las manos.

-Soy Che Guevara -me respondió en voz baja-, me destrozaron el arma cuando su ametralladora empezó a disparar. Supongo que no me van a matar, valgo más para ustedes vivo que muerto… ¿No le parece, capitán, una crueldad tener a un herido amarrado?

Cuando es detenido, Jesús también reclama por la crueldad de los tratos recibidos: “¡Habéis salido a detenerme con espadas y palos, como si fuese un bandido!” (Mt 26, 55). Ambos se entregan sin resistirse.

Lo teníamos atado a un pequeño árbol, y entonces me mostró la pantorrilla. Y vi que tenía un proyectil. “Desátenle las manos”, ordené. Fue cuando me pidió agua, y yo que me acordé de Himmler y algunos jerarcas nazis que se suicidaron con una cápsula de veneno al ser apresados, le di de beber de mi propia cantimplora, evitando la suya.

Poco antes de morir, clavado a una cruz de madera, de árbol, Jesús dijo: “Tengo sed” (Jn 19, 28). En los otros evangelios se dice que le dieron vino con hiel (Mt 27, 34), vino con mirra (Mc 15, 23) o vinagre (Lc 23, 36), que en los tres casos rechazó. Gary Prado no le niega el agua, pero elige de qué cantimplora obtenerla.

Mario Terán, el hombre que mató al Che Guevara, cuenta cómo fue su gran momento:
Cuando llegué, el Che estaba sentado… Al verme me dijo: “Usted ha venido a matarme”. Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder. Yo no me atrevía a disparar. En ese momento vi al Che grande, muy grande. Sentía que se me echaba encima y cuando me miró fijamente me dio un mareo. Pensé que con un movimiento rápido podía quitarme el arma. “Póngase sereno, usted va a matar a un hombre”. Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che cayó al suelo con las piernas destrozadas, se contorsionó y comenzó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y en el corazón.

Jesús también acepta su destino con resignación. Reza en Getsemaní: “Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mt 26, 42). Es decir, si esta es la experiencia que Dios le ha destinado, él aceptará que suceda. Luego llega Judas a apresarlo y Jesús le dice: “Amigo, ¡a lo que estás aquí!” (Mt 26, 50), que significa “haz aquello por lo que estás aquí”. Como el Che Guevara, aconseja e impulsa a su verdugo a cumplir la misión que le han asignado. Hay menos belleza en las palabras de Mateo, quien podría haber aprovechado la melodramática traición de su discípulo para decir algo incluso más memorable que “Póngase sereno, usted va a matar a un hombre”, como hizo Lucas: “¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!”

La instrucción en clave para matar al Che Guevara fue: “Saludos a papá”. Las últimas palabras de Jesús, según el evangelio de Lucas, también fueron un saludo a papá: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23, 46).

La Higuera
Un día, Jesús iba paseando con sus discípulos y sintió hambre. Es claro que a Jesús le molestaba mucho esa sensación, sino no se hubiese promocionado con eso de “el que venga a mí no tendrá hambre” (Jn 6, 35). Lamentablemente, a lo lejos vio una higuera y, como tenía tanta hambre, olvidó algo que Marcos debe haber encontrado muy gracioso: “que no era tiempo de higos” (Mc 11, 13). Entonces se abalanzó sobre la higuera en busca de sus frutos, sin encontrar más que hojas. ¿Les ha pasado alguna vez que tienen muchas ganas de tomar helado, abren el refrigerador de la casa y encuentran una caja de helado que en su interior tiene otra cosa muy distinta? Una presa de pollo, unos panqueques con espinaca, una jalea, cualquier cosa que no sea el helado que uno esperaba tomar. Uno se decepciona y, si el hambre es demasiada, uno incluso se enoja. A Jesús le pasó esto último. Cuando vio que la higuera no tenía higos, le deseó el mal: “¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!” (Mc 11, 14). (En esta maldición se parece a su padre, que al principio de los tiempos hizo un jardín con un árbol del cual nadie debía comer.) Después llegaron a Jerusalén y Jesús, todavía con hambre, se enojó con unos vendedores que estaban en el templo. “Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas” (Mc 11, 17). Estaba tan molesto, que hasta se puso creativo para ofender a esa gente y les dijo: “¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!” (Mc 11, 17). Al día siguiente, ya más calmado por la comida que probablemente se sirvió, volvió a pasar con sus discípulos junto a la higuera. Pedro dijo a Jesús: “¡Mira! La higuera que maldijiste está seca” (Mc 11, 21). Y efectivamente, la higuera “estaba seca hasta la raíz” (Mc 11, 20).

A los que no creemos en Dios nos divierte mucho este pasaje bíblico porque deja muy mal parado a Jesús. Sin embargo, a los cristianos no les satisface la lectura burlesca y necesitan justificar los actos de su Maestro. Un inteligente análisis de Ariel Álvarez explica que en otras partes de la Biblia la higuera representa al pueblo de Israel. Como la higuera era el árbol más fértil que conocían, se comparaban con ella dando a entender que eran un pueblo fecundo en buenas obras. “Es decir, la maldición de la higuera en realidad encierra una condena o reprobación contra el pueblo de Israel”, dice Álvarez. La interpretación se completa con el incidente del templo, donde Jesús se enoja con los sacerdotes y escribas por haber convertido la casa de Dios en una cueva de bandidos. “Con el relato de la higuera encerrando y abrazando el incidente del Templo, los lectores podían comprender el mensaje: la higuera maldita, estéril, sin frutos, en realidad representa a aquella institución religiosa, con sus sacerdotes y ministros, cuya función ha llegado a su fin y está a punto de desaparecer”, dice Ariel Álvarez.

¿No estaba así el socialismo en los últimos años del Che Guevara? ¿No se había vuelto una institución cuya función había llegado a su fin y debía reencausarse, al menos según el Che Guevara? En un texto de 1965 denunció que “la investigación marxista en el campo de la economía está marchando por peligrosos derroteros. Al dogmatismo intransigente de la época de Stalin ha sucedido un pragmatismo inconsistente” (30). Como Jesús, el Che Guevara no estaba en contra de su organización, sino de la manera en que ella se estaba realizando. La higuera marxista no estaba dando los frutos esperados, mientras el Che seguía con hambre de ellos. Según Álvarez, “el hambre de Jesús aquella mañana simboliza sus ansias por hallar frutos en una institución que se había vuelto vacía e inútil. Que no fuera tiempo de higos es una ironía hacia un organismo que se creía con derecho a tener temporadas infecundas”.

La Higuera ni siquiera tiene nombre. Le decían -y le dicen- así porque en tiempos inmemoriales era un lugar en el que abundaban árboles de higo.

La Higuera de donde murió el Che Guevara se secó como la de la Biblia. Ya no da frutos.

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Libros, Periodismo

Una historia sencilla (Leila Guerriero)

No iba a subir este texto porque cuenta casi todo un libro publicado pocos meses atrás, hasta que me acordé de la razonable opinión de Hermes: “vi muchas de las películas SPOILEADAS y lo pasé bien igual, cuando fueron buenas”. Así que aquí va lo que escribí después de leer Una historia sencilla en prácticamente una sentada, con solo un par de pausas para ir al baño o comer Zucaritas con yogurt.

Una historia sencilla

Qué delicada es la presencia de Leila Guerriero en Una historia sencilla. Existe, pero nunca protagónicamente. Ella es un aparato sensorial, una cámara que hace preguntas cuyas respuestas siempre están afuera. Solo desde la página 101 empieza a cuestionar la influencia de su presencia en Rodolfo González Alcántara: “Me pregunto si no resultará perturbador para Rodolfo tener a una periodista siguiéndole los pasos. Si, en esa atmósfera controlada con que se rodea a cada aspirante antes de la competencia, no seré el equivalente a una bacteria enorme y tóxica. Una presión. Después de todo, ¿Rodolfo sabe que su historia vale igual si no sale campeón?” Rodolfo compite en el Festival Nacional de Malambo en Laborde, un concurso de baile con una exigencia física comparable al esfuerzo de correr 100 metros planos pero no en 10 segundos sino en 5 minutos. Quien gana la competencia de este baile folklórico no compite nunca más en ninguna parte. “Es una forma de decir que no hay nada que lo iguale en prestigio y en importancia” (27).

La presentación que hace Guerriero sobre el malambo de Rodolfo es una impresionante descripción de lo indescriptible. Es Borges describiendo el aleph, pero en solo un hombre que condensa la fuerza de la naturaleza cuando baila. “Él era el campo, era la tierra seca, era el horizonte tenso de la pampa, era el olor de los caballos, era el sonido del cielo del verano, era el zumbido de la soledad, era la furia, era la enfermedad y era la guerra, era lo contrario de la paz. Era el cuchillo y era el tajo. Era el caníbal. Era una condena. Al terminar golpeó la madera con la fuerza de un monstruo y se quedó allí, mirando a través de las capas del aire hojaldrado de la noche, cubierto de estrellas, todo fulgor” (52). Cuando dice que era una guerra contraria a la paz, la vuelve aún más guerrera.

Como tantas historias, esta se divide en tres partes. La primera llega desde los libros y los mapas a Laborde, donde la presentación del festival alterna entrevistas y escenas de bailes, como si fuese un documental que une imagen y palabra, aunque aquí el medio siempre sea la palabra con la única excepción de la foto de portada, importante apoyo para todo lo escrito, pues muestra a Rodolfo González Alcántara con su traje y actitud de baile. En este festival, el del 2011, Rodolfo sale subcampeón, título que tradicionalmente le exige salir campeón el año siguiente.

La segunda parte, desde la página 73 a la 99, Rodolfo empieza su preparación para el festival 2012. Enseña su arte: “Cuando pegás el último golpe del malambo te hundís en el piso, para plantarte bien, el torso arriba, siempre respirando por la nariz. Si respirás por la boca sonaste, se descontroló todo, te ahogás y se empieza a notar que estás cansado” (92). Entre las páginas 85 y 89 hay una sección donde se presenta a Rodolfo con datos que si uno lo piensa debiesen ir en párrafos separados por pertenecer a ámbitos diferentes. Sin embargo están todos juntos y uno siente que eso está bien porque Rodolfo es esa mezcla de elementos indivisibles: sus lecturas de Shakespeare y los clásicos griegos, la prolijidad sintáctica de sus mensajes de texto, su búsqueda de enseñanzas en las cosas que le dicen, su tristeza por los adultos que no alcanzan a ver a sus hijos por tener que trabajar, su creencia en Dios y no en la iglesia, sus habilidades de narrador oral, su manera de llamar a las personas, un trabajo muy duro que tuvo en el campo, sus opiniones políticas y cómo lo conmueve el Che Guevara. Uno lee esto y no duda en responder afirmativamente las preguntas: “¿Nos interesa leer historias de la gente como Rodolfo? ¿Gente que cree que la familia es algo bueno, que la bondad y Dios existen? ¿Nos interesa la pobreza cuando no es miseria extrema, cuando no rima con violencia, cuando está exenta de la brutalidad con que nos gusta verla —leerla— revestida?” (79).

La tercera parte sigue a Rodolfo en el festival de enero del 2012. Como conocemos al personaje, nos interesa leer sobre el apoyo que le da su familia o el encuentro con amigos de siempre que también bailan. El momento en que anuncian los resultados finales, en la página 135, es emocionante. Hay una pequeña postergación del nombre ganador que resulta muy efectiva. El locutor dice: “¡El jurado de esta nueva edición consagra campeón nacional de malambo aaaa…!” y el sonido se interrumpe para dar paso a una escena en cámara lenta con una música emocionante que Leila Guerriero no escribe pero que el cine nos ha acostumbrado a escuchar. Finalmente asistimos al festival del 2013, ahora con menos detalles porque ya sabemos de qué se trata todo y solo queremos que nos cuenten que una historia termina cuando muchas otras continúan.

Después de escribir lo anterior, encontré un baile en Laborde de Santiago Sayago, un amigo de Rodolfo:

Fuente:

Guerriero, Leila. Una historia sencilla. Barcelona: Anagrama, 2013.

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