Educación, Libros

Catar el estilo de un texto

Catar el vino

¿Has escuchado hablar de vinos a expertos en el tema? Los enólogos usan un lenguaje extraño, que cuesta tomarse en serio, lleno de especificidades que difícilmente una persona normal podría llegar a sentir. Por ejemplo, veamos lo que dice la CAV sobre el aroma de uno de sus vinos destacados, el Cabernet Sauvignon 2014 del viñedo Chadwick, que cuesta 380 mil pesos (unos 460 dólares):

Aromas vigorizantes, florales, violetas secas y rosas rojas, fruta de casis fresco, cerezas rojas maduras, ligeras frutillas, especias agradables y dulces. Notas de tabaco rubio, granos de café, incienso, pimienta, chocolate, canela.

No recuerdo cómo era el olor de una flor de violeta, ¿pero seca? Es demasiado para mí. ¿Y las cerezas pueden no ser rojas? (Busco y descubro que a las amarillentas se les llama crema y a las más oscuras granate o negruzcas). ¿Y ese color les da un aroma diferente? Pero lo más sorprendente se encuentra en la segunda oración, donde aparecen el tabaco, el café y el chocolate. ¿Acaso se pueden encontrar tantas fragancias en un mismo vino? Yo, que no sé del tema pero enseño Literatura, confío en que la respuesta es sí.

El filósofo Henri Bergson observó que nuestros sentidos tienen una capacidad bastante limitada para captar la realidad. Simplificamos lo que nos rodea para quedarnos apenas con lo que nos sirve: “me gusta el vino porque el vino es bueno”. Pero si queremos percibir mejor, vale la pena hacer el esfuerzo de los artistas, que traducen la realidad a sonidos, colores o palabras y “nos dicen, o más bien nos sugieren, cosas que el lenguaje no estaba hecho para expresar”. Es lo que hacen los enólogos, usan las palabras de maneras novedosas para ayudarnos a percibir lo que ellos sienten en los vinos. Nosotros, los bebedores ocasionales, podemos participar en ese juego expresivo y afinar la percepción en el diálogo con otros bebedores. Y si se nos acaban las palabras, podemos apoyarnos en representaciones visuales como esta, una rueda de aromas del vino:

Qué casualidad… Casi todos los aromas en la descripción de la CAV se encuentran en esta rueda.

Catar el estilo

Cuando dije confiar en la descripción de un Cabernet Sauvignon, lo hice pensando que en Literatura también se hacen cosas parecidas. Me refiero puntualmente a la descripción del estilo, la manera específica que cada texto tiene de estar escrito. Por ejemplo, la española Emilia Pardo Bazán describió en 1882 el estilo del novelista francés Gustave Flaubert. No es necesario que lo leas en detalle, pero fíjate en que la sofisticación de las observaciones se parece a la de un experto en vinos:

Es como lago transparente en cuyo fondo se ve un lecho de áurea y fina arena, o como lápida de jaspe pulimentado donde no es posible hallar ni leves desigualdades. Jamás decae, jamás se hincha; ni le falta ni le sobra requisito alguno; no hay neologismos, ni arcaísmos, ni giros rebuscados, ni frases galanas y artificiosas; menos aún desaliño, o esa vaguedad en las expresiones que suele llamarse fluidez. Es un estilo cabal, conciso sin pobreza, correcto sin frialdad, intachable sin purismo, irónico y natural a un tiempo, y en suma, trabajado con tal valentía y limpieza, que será clásico en breve, si no lo es ya.

Básicamente, lo que dice Pardo Bazán es que Flaubert alcanza un equilibrio justo en su escritura. Que era tan claro, natural y preciso, que merecía ser un clásico (así fue). ¿Pero por qué le dice de manera tan complicada? Primero, porque ella también era escritora y disfrutaba luciéndose con lo que ella habrá considerado frases e imágenes bellas. Y segundo, porque como decía Bergson, ella buscaba decir “cosas que el lenguaje no estaba hecho para expresar”. Necesitaba forzar las palabras más allá de unos pocos adjetivos para transmitir su entusiasmo por un autor que lo dio todo por su estilo. Para hacernos una idea: el hombre podía dedicar todo un día a escribir solo media página o incluso una sola frase, que leía en voz alta y reescribía hasta que quedara con el estilo perfecto que Pardo Bazán admira (34).

¿Y qué queda para los lectores ocasionales, que no escribimos como Emilia Pardo Bazán, pero nos damos cuenta de que un texto es diferente a otro, sin que a veces sepamos exactamente por qué? Nos queda la rueda de estilos, un gráfico que hice para facilitar las primeras palabras cuando uno intenta describir el estilo de un texto:

Por ejemplo, de la cita a Pardo Bazán podemos decir que es metafórica, emocional, formal, ensayística, anticuada, subjetiva, digresiva, expansiva. Una palabra por color. Y, como pasa al describir los aromas de un vino, alguien podrá estar en desacuerdo y me dirá que ella es más didáctica que emocional o que las dos cosas se dan simultáneamente. Para que esa discusión tenga sentido, habría que ir más allá de la lista de palabras y entrar a justificar cada una, las que tengan más relevancia. Para hacerse una idea, cuando digo que la cita tiene un fraseo expansivo, me refiero a que en fragmentos como este:

Es un estilo cabal, conciso sin pobreza, correcto sin frialdad, intachable sin purismo, irónico y natural a un tiempo…

la autora podría haber dicho simplemente que el estilo es cabal, que significa “completo, exacto, perfecto”, pero para ella no fue suficiente. Prefirió expandir la cabalidad hacia otros cinco adjetivos (conciso, correcto, etc.), descartando los defectos que podían desprenderse de tres de ellos (que lo conciso es pobre, etc.). La expansión no repite lo mismo, sino que ayuda a que nos imaginemos mejor en qué sentido Flaubert es cabal. Lo mismo pasa al inicio, cuando compara la escritura de Flaubert con un lago o con una lápida. Acumula metáforas para decir cosas semejantes pero diferentes: que el estilo es claro y además muy cuidado, sin nada irregular.

Yo podría extender mi análisis, pero prefiero interrumpirlo para pasar a algo más urgente: la pregunta por la utilidad de este tipo de trabajos. ¿A quién le importa el estilo de los textos, más allá de los escritores y los profesores de literatura? Mi respuesta es que solo le importará a quienes quieran disfrutar más lo que leen. Con esto vuelvo a los vinos. Uno puede beber “porque el vino es bueno”, por emborracharse o porque la vida social lo exige, pero quien quiere que su vino valga realmente la pena, lo agitará suavemente en su copa a contraluz, apreciará su aroma y luego beberá lentamente, probando las reacciones de la lengua, el paladar y las encías cuando el vino está en la boca y cuando deja de estarlo. A continuación fijará esa experiencia con palabras, tal como los turistas se toman fotos en los lugares memorables. Estas costumbres modifican las experiencias. El turista viaja buscando ángulos y encuadres perfectos, tal como el degustador de vinos bebe buscando las palabras adecuadas, todo para que su experiencia sea más completa. Y en eso consiste analizar el estilo de un texto. Es leer buscando algo más que una trama, unos personajes o una argumentación, descubriendo las causas que explican las emociones (sin excluir el aburrimiento) que nos provocan las lecturas. Y es abandonar las interpretaciones rebuscadas para cumplir con un aforismo del poeta Hugo Von Hofmannsthal: “Lo profundo está escondido. ¿Dónde? En la superficie”.

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Si hay alcohol, ¿hay sexo? Fact checking a Bad Bunny

Si hay sol, hay playa
Si hay playa, hay alcohol
Si hay alcohol, hay sexo
Si es contigo, mejor

A principios del siglo VI dC, el filósofo romano Boecio estudió a fondo la filosofía de Aristóteles hasta alcanzar una alegría que hoy nos resulta difícil de entender: descubrió que su maestro había dejado un tema sin tratar. ¿No es obvio suponer que incluso los pensadores más importantes olvidaron hablar sobre algunas cosas? Así creemos nosotros, pero según los medievales Aristóteles ya había pensado sobre todo lo que merecía ser pensado. Actualmente esto sería como inventar un chiste, buscarlo en Google y no encontrarlo. Conclusión: soy un aporte al humorismo mundial. El descubrimiento de Boecio fue que Aristóteles lo dijo casi todo sobre la lógica y los modos de razonamiento, pero le faltó uno: el silogismo hipotético. Él consiste en plantear una suposición que, si es verdadera, permite concluir algo. Por ejemplo, que si mi chiste no está en Google es porque lo inventé yo. O que si hay sol, hay playa y si hay playa, hay alcohol. Lo interesante de este tipo de razonamiento es que sigue adelante a pesar de las dudas. Permite pensar provisoriamente, aceptando verdades hasta que alguien las confirme o las niegue, que es justamente lo que voy a hacer con unos versos de Bad Bunny en la canción “Callaíta”.

Este exitazo del 2019 trata sobre una joven que aunque se ve estudiosa y silenciosa, en realidad lleva una vida donde disfruta del sexo y las drogas. Sé que no hay contradicción entre el silencio y las drogas o entre el estudio y el sexo, pero es como está planteado el coro de la canción: “Ella es callaíta pero pal’ sexo es atrevida”. Aunque en la letra hay otros elementos dignos de análisis, como la creencia de que una sexualidad activa es un daño provocado por alguien (“ella no era así, no sé quién la dañó”), solo voy a analizar los primeros tres versos del siguiente polisilogismo hipotético:

Si hay sol, hay playa
Si hay playa, hay alcohol
Si hay alcohol, hay sexo
Si es contigo, mejor

No diré nada sobre el cuarto verso porque no sé a qué “contigo” se refiere, lo cual me impide averiguar si el sexo es mejor con esa persona. Lo que sí puedo comprobar es el resto, la cadena lógica que nos lleva desde el sol al sexo, pasando por la playa y el alcohol. En los tiempos de la posverdad, donde nada se da inmediatamente por sentado, considero relevante hacer un fact checking a esos tres versos de Bad Bunny. Quizá descubramos que aún es válido seguir confiando en las canciones que bailamos.

Si hay sol, hay playa

Primero, para que este ejercicio tenga algo de sentido, no podemos ser absolutamente literales. Por eso un día soleado en un lugar sin playas no nos hará dudar de Bad Bunny. Tampoco el dato de que algunos de los puntos que captan más energía solar en todo el mundo están en medio del océano, donde obviamente no hay playas. Por lo mismo no vamos a interpretar la frase desde mitos de creación como el del Génesis, donde la separación entre la tierra y el mar (la playa) surge un día antes que el sol (que misteriosamente aparece tres días después que la luz). Tampoco nos servirá saber que la arena de las playas surge principalmente de rocas erosionadas por la fuerza de las olas y el viento, y no por efecto del sol, aunque cambios de temperatura extremos han podido hacer que algunas rocas “se expandan y encojan hasta que terminan por romperse y desmoronarse”. Si el sol participa en este último proceso, es inverosímil que lo haga con protagonismo en el de la digestión del pez loro, que también es una fuente de arena y finalmente de playas (¡arena de caca!).

Lo que dice Bad Bunny es que cuando los días están soleados, vamos a la playa. Esta afirmación será bastante verdadera si viene de personas occidentales del siglo XXI, donde tenemos instalada la idea de que en los días soleados y calurosos resulta agradable ir a la playa. Sin embargo, habría sido falsa en otros tiempos. Por ejemplo, tenemos el testimonio del doctor inglés Edward Rigby, quien escribió una carta el 2 de agosto de 1789 desde las playas de Niza, en Francia. Ahí él contaba que en la noche anterior tuvo una encantadora caminata a la luz de la luna, donde disfrutó la vista del mar. Pero al día siguiente, “después de un buen descanso nocturno, caminamos por la playa, y luego hizo demasiado calor como para continuar nuestra caminata” (149). Al revés de lo afirmado por Bad Bunny, cuando hubo sol no hubo más playa para el doctor Rigby, que prefirió ir a su casa. El historiador experto en playas Alain Corbin comenta que “este tipo de discurso solía ir acompañado de una diatriba contra el calor del sol, especialmente cuando no había cuevas ni follaje en los cuales refugiarse” (155). Según él mismo, para que las playas llegaran a asociarse positivamente con el sol y el calor “debieron ocurrir cambios en la manera en que la gente se relacionaba con el sol, la arena caliente y la tierra estéril – en síntesis, con los elementos que dan forma a las imágenes actuales de la playa” (155). O sea que si escuchamos la frase de Bad Bunny desde el siglo XIX en adelante, ella podrá ser verdadera. Habiendo sol, habrá playa.

Si hay playa, hay alcohol

Algunos meses antes que “Callaíta”, Pedro Capó y Farruko estrenaron “Calma”, que en el coro dice:

Vamos pa’ la playa
pa’ curarte el alma.
Cierra la pantalla,
abre la Medalla.

Además de atribuir una función terapéutica a la playa, que se difundió en Europa desde el siglo XVIII, la canción invita a dejar los celulares y abrir la marca de cerveza más popular en Puerto Rico: la Medalla. Es decir, propone que habiendo playa, haya alcohol. Sin embargo, esta práctica es ilegal en aquel país, o al menos en municipios como Trujillo Alto y Carolina. La ley chilena también prohíbe el alcohol en lugares públicos y una encuesta del 2013 determinó que solo el 48% de los estadunidenses legalizaría el consumo de alcohol en playas.

Según Joe Satran, el origen de estas prohibiciones fue sacar a los vagabundos y borrachos de las calles, medida que en los 70 se empezó a considerar discriminatoria. Como era feo prohibir a las personas borrachas o vagabundas, se optó por volver ilegal su acción característica: beber en lugares públicos. La medida se difundió entre 1975 y 1990 por Estados Unidos, y entre 1995 y el 2010 por Europa. En palabras del mismo Joe Satran, “la prohibición de beber en público podría ser la exportación culinaria estadounidense más exitosa desde el Big Mac”. Si esto es cierto, las invitaciones de Pedro Capó y Bad Bunny buscarían recuperar una libertad perdida desde 1975, la de que si hay una playa u otro lugar público, haya alcohol.

Si hay alcohol, hay sexo

Primero conviene aclarar que el sexo no es la única consecuencia de beber alcohol en la playa. Una de ellas es morirse ahogado y otra es obligarte a ir al baño (o al mar), deshidratarte y finalmente quedar más vulnerable a las quemaduras del sol. Pero vamos a lo que realmente nos importa. ¿Qué efectos tiene el alcohol sobre el sexo? ¿Aumenta la libido? ¿Mejora el desempeño?

En palabras del bioquímico Pere Estupinyá, “la disminución de actividad cerebral reduce el autocontrol; sin embargo, aunque no lo parezca, también la respuesta fisiológica de excitación”. Dicho de otra manera, el alcohol hace que una mujer callaíta para el sexo sea atrevida, pero también le “disminuye la lubricación y el flujo sanguíneo en la vagina”. Le excita la mente, pero no el cuerpo. Esto dificulta alcanzar el clímax. En conclusión, si hay alcohol hay sexo, pero podría no haber orgasmo.

Veredicto final

Aunque algunas de las afirmaciones analizadas parezcan a primera vista extrañas o absurdas, ante nuestro examen las tres resultaron verdaderas o al menos muy posibles. En nuestra cultura, si hay sol hay playa, si hay playa podríamos legalizar que haya alcohol y si hay alcohol es natural desear el sexo. Abusando del silogismo hipotético, diremos que “si hay sol, hay sexo”, un descubrimiento que llena de emociones las predicciones del tiempo y que está de acuerdo con la ciencia.

Todo lo anterior da sustento a algo que Bad Bunny publicó el 2018: “ser real es raro en un mundo de mentiras, pero ya me acostumbré”. Habiendo realizado el fact checking, creamos más seguros en Bad Bunny y en sus silogismos que dicen la verdad.

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El cuento de CRISPR (feat. Chayanne)

La versión más corta de esta historia es que unas científicas se ganaron el Nobel por descubrir un sistema de defensa de las bacterias y adaptarlo para inventar una herramienta que edita el ADN. ¿Ejemplos de su aplicación? Granos de café naturalmente descafeinados, niños ciegos que recuperan la vista y el renacer de los mamuts.

La versión más larga la escribió Walter Isaacson, el biógrafo de Steve Jobs, y se llama El código de la vida, un documentadísimo libro de 500 páginas. Veamos si me resulta convertirla en una especie de cuento.

El cuento de CRISPR

La historia de CRISPR empieza en 1986, con el japonés Yoshizumi Ishino trabajando para su doctorado en biología molecular por la Universidad de Osaka. Él tenía 29 años y la lenta tarea de secuenciar un gen de una bacteria, es decir, de traducirlo a unas letritas que en ese caso serían 1.038 (menos de dos veces este párrafo). Al año siguiente publicó un artículo sobre su trabajo, observando al final una cosa que le resultó extraña. En el ADN que él había registrado, una secuencia de 29 letras se repetía 5 veces. Raro. Era un gen cortito (menos de dos veces este párrafo), que hacía algo tan molesto como mi paréntesis: se repetía. Ishino escribió al final de su artículo: “no se conoce el sentido biológico de estas secuencias”.

Yoshizumi Ishino, haciendo como que trabaja

En 1990, el español de 27 años Francisco Mojica se encontró con algo parecido. También para un doctorado, pero en la Universidad de Alicante, Mojica estudiaba el ADN de otro organismo unicelular sin núcleo, llamado arquea. Nuevamente un científico encontraba repeticiones en las letritas de un ADN. Pero esta vez no eran 5, sino 14, y aparecían en intervalos regulares. Además se fijó en otra rareza, y es que parecían palíndromos, esas frases que se leen igual en ambos sentidos (como “Yo hago yoga hoy”, “Somos o no somos” y “Sé verlas al revés”). Luego de confirmar que el error no era suyo por haber copiado mal las letras, salió corriendo al Google de su tiempo: la biblioteca. En un índice impreso de artículos académicos, buscó la palabra “repetición” y así llegó al texto de Ishino. Había encontrado algo, pero aún no sabía qué. Años después, Mojica le inventó el nombre de CRISPR, una sigla que en inglés significa “repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas”. Pero olvidemos esa frase tan larga y quedémonos con CRISPR, que su señora aprobó inmediatamente al comentar que sonaba como el nombre de un perro: “¡Crísper! ¡Crísper! ¡Ven aquí, pequeñín!”

Francisco Mojica, haciendo como que trabaja

Sin embargo, el mayor aporte de Mojica surgiría recién el 2003, durante unas vacaciones. Él estaba en la ciudad costera de Santa Pola, en la casa de sus suegros, pero como no le gustaba la playa, conducía los 30 minutos que lo separaban de su laboratorio en Alicante y dedicaba sus días a analizar el ADN de unas bacterias. O sea que trabajaba en vacaciones. La buena noticia es que en ese tiempo sí había internet, por lo que al ingresar en el computador un fragmento de CRISPR de una bacteria, descubrió que coincidía con el ADN de un virus que atacaba a esa bacteria. El mismo fenómeno se repetía en otras bacterias, lo que lo hizo exclamar: “¡Madre mía!” Una tarde, seguro de su hallazgo, se lo explicó a su señora en la casa de la playa: “Las bacterias tienen un sistema inmune, pueden recordar qué virus las han atacado en el pasado”.

Aunque muchos creamos que los virus y las bacterias son básicamente enfermedades, la verdad son muchas otras cosas más. Para nuestra historia, digamos que son enemigos entre sí. Las bacterias son gente buena, tranquila y microscópica, que de vez en cuando recibe los molestos ataques de unos virus. Para ellas, los virus son también enfermedades. Lo que Mojica descubrió mientras su señora tomaba sol en la playa, es que tras siglos de recibir ataques virales, las bacterias inventaron una manera de defenderse. Su técnica se parece a la de nuestras vacunas, en el sentido de integrar una parte de la enfermedad invasiva para poder recordarla y, en el futuro, evitarla. Pero hay una diferencia. Como las bacterias tienen solo una célula, el aprendizaje registrado en su ADN pasa a formar parte de sus descendientes. De esta manera, el virus que fracasa atacando a una bacteria no puede vengarse contra sus hijitas porque ellas también estarán protegidas.

Lo anterior resultó especialmente valioso para un grupo humano que vive de las bacterias: los productores de yogur. Ellas son sus trabajadoras más importantes, las encargadas de transformar la leche fresca en postre hasta el día terrible en que un virus las ataca y toda esa millonaria producción de alimentos se interrumpe. Por eso Danisco, una enorme empresa danesa que vive de aquellos millones, formó equipos de científicos dedicados al bienestar de sus bacterias. Dos de sus científicos son los franceses Rodolphe Barrangou y Philippe Horvath, que se enteraron sobre los descubrimientos de Francisco Mojica y se lanzaron a buscarle aplicaciones prácticas.

Rodolphe Barrangou y Philippe Horvath, posando en el trabajo

Lo primero fue aprovechar los registros genéticos que Danisco había guardado de cada bacteria utilizada desde 1980. Como ven, una empresa donde cada trabajadora deja su huella. Ahí se dieron cuenta de que en cada ataque importante de algún virus, las bacterias habían modificado su ADN para repeler futuros ataques. Que las trabajadoras se unieran ante la adversidad confirmaba lo planteado por Mojica, pero los franceses no solo querían entender a las bacterias, sino también salvarlas (por el bien de sus jefes y nuestros yogures). Y ese fue el paso decisivo: aprender a manipular el sistema inmunitario de las bacterias. Cuando veían un virus, tomaban parte de su ADN y lo añadían a un espacio CRISPR de la bacteria, que entonces quedaba protegida. En el 2005 la empresa ya estaba “vacunando” a sus bacterias, que ahora trabajaban mucho más tranquilas, sin miedo a enfermarse. El 2007 el hallazgo se publicó en la revista Science, convirtiendo una defensa del yogur en un aporte a la ciencia mundial.

Interludio con Chayanne

Chayanne, que trabaja de posar

Después de tantos científicos, hagamos una pausa para hablar sobre Chayanne, que a los 53 años sigue siendo el hombre más sexy del 2021. Imagina cómo habrá sido a los 30, en el esplendor de su vida, cuando lanzaba Atado a tu amor, el álbum más exitoso de su carrera, y estrenaba una película, Baila conmigo. Por si fuera poco, a su lado en el film actuaba Vanessa Williams, ganadora del concurso de belleza Miss América 1984 y cantante del tema central de Pocahontas, “Colors of the wind”. Se veían tan hermosos, que en el afiche de la película solo aparecen ellos dos:

En la historia, Chayanne es un cubano que llega a Estados Unidos en busca de su padre y Vanessa es una excampeona de baile internacional. Se conocen, van a un local de música latina, ella lo invita a bailar y le pregunta:

—¿Bailas mambo?
—Sí, pero no sé lo que haces tú.
—Te enseñaré los pasos rápidamente. Cambias en el segundo tiempo.
—¿Cambio?
—Sí. Empieza con el izquierdo en el dos, con un cambio de pie.

“No sé lo que haces tú”

Para nuestra decepción, Chayanne resulta ser un pésimo aprendiz de baile. Tanto, que Vanessa le pide un descanso y se va al baño. Entonces otra mujer le hace señas desde lejos, él acepta su invitación y juntos bailan perfectamente. Cuando Vanessa los ve, se retira indignada.

Lo que nos enseña esta escena, es que Vanessa y Chayanne son dos excelentes bailarines en la práctica, pero solo ella domina la teoría de los tiempos y cambios de pie. Los dos se lucen en las fiestas, pero solo ella gana campeonatos de baile porque sabe lo que está haciendo. Gracias a esto, puede enseñarlo a quien no sepa nada, es decir, a los que no somos Chayanne. En la historia de CRISPR, Chayanne son los productores de yogur y Vanessa son las dos científicas que el 2020 ganaron el premio Nobel de Química: Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna.

La fórmula de CRISPR

En el año 2007, ya se sabía cómo usar CRISPR para modificar el ADN de algunas bacterias, pero se ignoraba la manera exacta en que eso sucedía. Hacía falta pasar del análisis in vivo al in vitro, del baile espontáneo de la vida al conteo de pasos en un laboratorio. La analogía con el baile la hizo Emmanuelle Charpentier, una francesa que a los veinte años abandonó el ballet profesional para dedicarse a las ciencias naturales. Según ella, el trabajo duro en ambas disciplinas “consiste en la repetición durante días y días de los mismos movimientos y técnicas”. Y así, repitiendo experimentos con bacterias, llegó a identificar que la molécula ARNtracr era fundamental para el sistema CRISPR. Había encontrado un paso de ese baile, pero necesitaría de una bioquímica que le ayudara a precisar sus alcances.

Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, posando sin trabajar

Emmanuelle Charpentier fue a buscarla en marzo del 2011 a Puerto Rico, donde se realizaba un congreso de microbiología. Se le acercó en la cafetería del hotel y al día siguiente, caminando por las calles de San Juan, ya había convencido a la bioquímica estadounidense Jennifer Doudna: “¡Tenemos que averiguar cómo funciona exactamente!” Charpentier sumó a un investigador polaco y Doudna a uno checo. Este cuarteto, trabajando desde Estados Unidos, Suecia y Austria, comunicados por medio de Skype y Dropbox, determinó a inicios del 2012 los componentes esenciales de CRISPR, que la revista Science publicó en junio. Finalmente, todo el mundo podía bailar al ritmo de CRISPR.

Emmanuelle Charpentier (Francia), Jennifer Doudna (EE.UU.), Martin Jinek (República Checa) y Krzysztof Chylinski (Polonia)

Tres bailes

“Báilame como quieras, báilame”
Chayanne

Para entender la importancia de este baile universal, volvamos a los tres ejemplos que mencioné al principio. El primero es sobre el café, cuyo grano produce naturalmente cafeína, una sustancia que nos deja desvelados si la consumimos demasiado tarde. Hasta ahora, la solución a ese problema ha sido remojar los granos y cocerlos al vapor, pero una empresa británica descubrió cómo atacar el problema de raíz, o incluso antes, desde la primera célula de la semilla. Le quitan el gen de la cafeína y listo, los granos producen café descafeinado.

El segundo ejemplo cura una forma de ceguera, la amaurosis congénita de Leber. Lo admirable de este procedimiento es que no se trata de desactivar un gen en el embrión, antes de que se desarrolle el feto, sino que modifica el ojo de una persona viva. La técnica consiste en inyectar tres gotas de un fluido con CRISPR por medio de un tubito delgado como un pelo en la retina del paciente. Eso modifica las células receptoras de la luz y las personas vuelven a ver colores.

Y llegamos a los mamuts, un caso que ilusiona a todos los que amamos la explicación científica de Jurassic Park, porque es básicamente lo mismo: tomar el ADN encontrado de un animal extinto y mezclarlo con el de un animal vivo. Lo que en la película eran dinosaurios con ranas, en la realidad se está haciendo con mamuts y elefantes. Aunque podría tardar muchos años en llevarse a cabo, al menos sabemos que hay apoyo económico, pues personas de todo el mundo ya han donado más de 15 millones de dólares, ilusionados con el regreso a la vida de una especie extinta hace 37 siglos.

¿Y los problemas éticos? Revivir una especie extinta ya tiene mucho de jugar a ser Dios. ¿Y si empezamos a diseñar a nuestros hijos exactamente como queramos? ¿Y si solo los ricos pueden pagar por los superpoderes de CRISPR? Yo solo prometí el cuento de un proceso de descubrimiento, pero si te interesa este tipo de preguntas, recomiendo mucho leer la séptima parte en el libro de Walter Isaacson, titulada “Las cuestiones morales”. Su epígrafe, del biólogo James Watson, resulta provocador: “Si los científicos no juegan a ser Dios, ¿quién lo va a hacer?”

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Educación

Las reglas de acentuación, paso a paso

Con internet es muy fácil encontrar las reglas de acentuación; lo difícil es aprenderlas. Esto es porque las recibimos como una lista de obligaciones sin sentido, posiblemente ideadas por profesores malignos que quieren hacerte sufrir de dos maneras:

  1. Enseñarte las reglas de acentuación.
  2. Bajar tus notas porque no las aprendiste.

Porque pasa lo segundo, el profesor repite lo primero y así su trabajo está asegurado hasta la eternidad o al menos hasta que salgas del colegio. Contra el futuro laboral de ese profesor, hoy me propongo enseñarte las reglas de acentuación por última vez, ojalá sin que sufras. Dividiré mi exposición en dos partes: las reglas generales y las excepciones. Así puedes tomarte un descanso cuando llegues a la mitad.

Reglas generales de acentuación

Mi estrategia para esta sección consistirá en hacerte descubrir paso a paso la lógica detrás de las reglas de acentuación. Para eso analizaremos tres veces el siguiente par de párrafos en letras grises, que tienen exactamente cien palabras (y un número). No es necesario que lo leas, pero si lo haces descubrirás que incluso un premio Nobel de Literatura reconoce lo difíciles que son las reglas ortográficas (es el señor que teclea con miedo a equivocarse en la foto del inicio):

Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Gabriel García Márquez en Zacatecas, México, el siete de abril de 1997 durante la inauguración del Primer Congreso Internacional de la Lengua

El primer paso del análisis responderá una pregunta muy sencilla: ¿cuántas palabras del párrafo tienen o no tienen tilde? Marqué con verde las que sí tienen tilde:

Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Gabriel García Márquez en Zacatecas, México, el siete de abril de 1997 durante la inauguración del Primer Congreso Internacional de la Lengua

Si sacas la cuenta, verás que de las 100 palabras, solo 12 tienen tilde. ¡Una mínima parte del total!

Con esto ya podemos sacar nuestra primera conclusión, la Regla Global que guiará todo lo demás, así que apréndetela bien:

Regla Global: acentuaremos poco.

La estadística nos enseñó que si tienes dudas sobre tildar una palabra, lo mejor es no tildarla. Pero seremos más precisos si nos hacemos una segunda pregunta, quizá la más difícil en todo lo que te voy a enseñar. En el mismo párrafo, ¿cuántas palabras son esdrújulas, graves, agudas y monosílabas?

Ninguno de estos términos importa demasiado para escribir bien. De hecho, no hay ningún problema si solo recuerdas los colores en los encabezados de la tabla o si les asignas nombres nuevos, como las nacionalidades que les inventé en la tercera fila. Lo que sí importa es que reconozcas cada tipo de palabra según su sonido o musicalidad*. Relaciona las definiciones de la tabla con los colores de las palabras en el párrafo de ejemplo para captar en qué consisten.

* Un ejemplo de este vínculo entre acentuación y musicalidad lo ofrece Andrés Bello, quien se quejaba en 1847 por un error de acentuación que seguimos cometiendo en el Himno Nacional de Chile. La frase que repetimos al final dice “o el asilo contra la opresión”, pero pronunciamos “contra” como si fuera “contrá”. Si intentas cantar ese verso con la acentuación corregida, notarás que se pierde la música original. Por eso Andrés Bello, autor de una Gramática de la Lengua Castellana, reclamaba que la “última línea no puede cantarse”.

EsdrújulasGravesAgudasMonosílabas
Se acentúan en la antepenúltima sílaba.Se acentúan en la penúltima sílaba.Se acentúan en la última sílaba.Tienen solo una sílaba.
Italianas: Michelángelo, Nápoli, Bravíssimo, PíccolaEspañolas: viva, España, míaFrancesas: liberté, égalité, fraternité, BeyoncéInglesas: don’t, stop, me, now

Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Gabriel García Márquez en Zacatecas, México, el siete de abril de 1997 durante la inauguración del Primer Congreso Internacional de la Lengua

Si las cuentas, comprobarás que hay 3 esdrújulas, 41 graves, 10 agudas y 46 monosílabas:

Siguiendo la Regla Global de acentuar poco, vamos a obtener dos conclusiones a partir de estos datos. La primera es que como hay tantos monosílabos, no los vamos a acentuar casi nunca (ya veremos las excepciones). La segunda es que como hay tan pocas esdrújulas, las vamos a acentuar todas. Así que toma nota:

I. No acentuaremos los monosílabos.
II. Acentuaremos todas las esdrújulas

Ahora solo nos falta descubrir las reglas para las palabras graves y agudas, que juntas son la mitad de nuestro párrafo de ejemplo (las partes naranja y celeste en el gráfico circular). Esta regla considera un nuevo elemento: la última letra de cada palabra. Nuestra tercera pregunta al párrafo de García Márquez será: ¿cuántas palabras terminan en N, S o vocal? Es decir, en N, S, A, E, I, O, U. Marquemos las que no cumplen este requisito:

Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Gabriel García Márquez en Zacatecas, México, el siete de abril de 1997 durante la inauguración del Primer Congreso Internacional de la Lengua

Hemos descubierto una nueva tendencia: 79 de las 100 palabras terminan en N, S o vocal. Es decir, casi todas:

De nuestros tres cálculos y gráficos obtendremos las últimas conclusiones. Recordemos los siguientes datos:

  • Muchas palabras son graves.
  • Casi todas las palabras terminan en N, S o vocal.

Como la Regla Global es acentuar poco, de lo anterior obtenemos nuestra tercera conclusión:

III. No acentuaremos las graves terminadas en N, S o vocal.

La cuarta conclusión es el complemento lógico de la tercera. Sus datos son los siguientes:

  • Pocas palabras son agudas.
  • Casi todas las palabras terminan en N, S o vocal.

Siguiendo la Regla General, esta combinación de situaciones sí llevará tilde:

IV. Sí acentuaremos las agudas terminadas en N, S o vocal.

Dicho todo lo anterior, estamos listos para presentar una tabla que resume nuestras cuatro conclusiones, en lo que los lingüistas llaman Las Reglas Generales de Acentuación:

EsdrújulasGravesAgudasMonosílabas
Sí las acentuamos siempre.No las acentuamos si terminan en N, S o vocal. Sí las acentuamos si terminan en N, S o vocal.No los acentuamos (casi nunca).

Qué agradable sería reducir toda la acentuación del español a una tabla tan pequeña, pero eso no es posible. Al menos habría que añadir una explicación a eso de que casi nunca acentuamos las palabras monosílabas. Y otra sobre palabras como “García” y “ortografía”, que son graves, terminan en vocal, pero sí llevan tilde. Son las dos grandes excepciones a las reglas generales, que técnicamente se llaman “acento diacrítico” y “hiato”. Vamos por ellas y terminemos de una vez por todas con el tema de la acentuación (a menos que quieras descansar, como te recomendé al inicio del texto).

Acento diacrítico

El 10 de enero del 2022, el diario Las Últimas Noticias dedicó una de sus páginas a hablar sobre el contagio con covid-19 de la política chilena Evelyn Matthei. Al pie de la foto adjunta al texto, se transcribió una frase de Matthei: “Ahora estoy leyendo y cociendo”. A falta de un contexto mayor, debemos suponer que la alcaldesa se está dedicando a la lectura y la cocina. Sin embargo, aunque se le ha visto cocinar en redes sociales, es más común en ella hacer publicaciones sobre sus confecciones de vestidos, que incluso la llevaron a anunciar su propia firma de ropa (fue una broma del Día de los Inocentes). Por lo tanto, es probable que ella no estuviese cociendo, sino cosiendo.

La diferencia ortográfica entre esas dos palabras que suenan igual, es lo que llamamos un signo diacrítico. Sirven para distinguir significados a partir de las letras, como en el ejemplo entre cocer y coser, o también a partir del uso de las tildes. Por eso algunas palabras monosílabas pueden llegar a tener tildes, para diferenciarse unas de otras:

De (casa de papel)El (artículo)Mas (pero)Mi (lo mío)
Dé (dar)Él (alguien)Más (suma)Mí (alguien)
Se (con verbos)Si (condición)Te (a ti)Tu (lo tuyo)
Sé (saber)Sí (afirmativo)Té (tecito)Tú (alguien)

El otro gran acento diacrítico es el de las preguntas y exclamaciones. Se usa en las palabras adónde, cómo, cuál, cuán, cuándo, cuánto, dónde, qué y quién. Si alguna de ellas sirve para preguntar o exclamar algo, debe llevar tilde. Esto se aplica con o sin los signos de pregunta o exclamación. Por ejemplo, yo puedo decir que no sé dónde está el baño y ese “dónde” llevará tilde porque está dicho como una pregunta: no saber algo es una forma de preguntarlo.

En este punto estoy de acuerdo con García Márquez cuando dice que el contexto suele resolver estas ambigüedades. Si volvemos a la cita de la alcaldesa, es muy raro que alguien diga “estoy cociendo” sin precisar qué comida está cociendo (ej: unas papas, un pollo). En cambio, es más común hablar así sobre coser ropa. Esta es la razón por la cual no fui tan lógico al presentar la excepción del acento diacrítico, porque a mí mismo me cuesta encontrar su lógica. La buena noticia es que la otra excepción sí tiene mucho sentido.

Hiato

Desde la ley general, no tiene sentido que “García” y “ortografía”, dos palabras graves terminadas en vocal, lleven tilde. ¿Acaso “ortografía” se escribe con una falta de ortografía? No. (Si te gustan estas contradicciones, piensa que la palabra “aguda” no es aguda, sino grave.) Lo que pasa en esos dos términos, es que si les quitáramos la tilde seguirían siendo graves, pero con el acento en otra sílaba. Sin tilde, habría que acentuar las sílabas subrayadas en Gar-cia y or-to-gra-fia. Sonarían parecidas al nombre del Capitán Gar-fio.

Esto se debe a una distinción entre las vocales que, como las bocas dibujadas, pueden ser abiertas o cerradas (la verdad es que ninguna está completamente cerrada, pero se entiende que la de la derecha está más cerca de ese estado). Las vocales abiertas son A, E, O y las cerradas son I, U.

Si me ahorro algunos tecnicismos, la regla queda un poco larga:

V. Si hay una vocal abierta y una cerrada juntas, pero en sílabas diferentes, y el acento va en la cerrada, debemos tildarla.

Observemos la diferencia entre las dos palabras subrayadas en la frase: “Le dio el día libre”. En los dos casos hay una vocal abierta (o/a) y una cerrada (i) juntas, pero solo en “día” las vocales quedan en sílabas diferentes por el acento en la i: dí-a. Sin la tilde, la palabra dia tendría que sonar igual que en la primera sílaba de diá-co-no. Otro caso parecido sería la oración: “Del rey reí”. Sin la tilde, la oración sonaría igual que “Del rey rey”. Quedaría tartamuda y perdería la risa.

Resumen para quien no tomó apuntes

Si tomaste notas como te pedí que lo hicieras, ya has terminado tu trabajo. Puedes ir a escribir correctamente por la vida y también a burlarte de quienes no lo hacen. ¡Que te vaya bien, aplicada persona!

Si no tomaste notas, puedes transcribir el siguiente resumen con lo que yo esperaba que fueras registrando mientras leías mi texto. La verdad me molesta tener que facilitarte tanto las cosas, pero lo hago porque sé que muchas personas son como tú: mediocres.

  1. Ley general de acentuación:
    • Monosílabos NO se tildan.
    • Agudas se tildan si terminan en N, S o vocal.
    • Graves NO se tildan si terminan en N, S o vocal.
    • Esdrújulas Sí se tildan siempre.
  2. Acento diacrítico:
    • 8 monosílabos confundibles.
    • Preguntas y exclamaciones.
  3. El hiato:
    • Si es tónica, la vocal cerrada lleva tilde.

A pesar de tu pasividad e incluso flojera, también espero que te vaya bien, cómodo ser humano. (Ahora que estamos solos, sin la gente que tomaba apuntes, te confieso que me siento más parte de tu grupo que del otro. Por eso soy tan duro contigo, porque me estoy criticando a mí mismo.)

Si te quedan dudas, revisa la RAE, lee Wikipedia o escríbeme en los comentarios. Y por último, si me faltó o sobró alguna tilde, dímelo en privado para que yo lo corrija disimuladamente, sin que nadie se dé cuenta. Ahora me voy a cocer.

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The Truman Show, una historia de la religión

The Truman Show es una historia de la religión. En ella un hombre descubre que no está solo en el universo, sino observado por una especie de Dios omnisciente compuesto por 5 mil cámaras y millones de espectadores. Es decir, que lleva toda su vida protagonizando un reality show.

Conocemos a Truman demorándose frente al espejo del baño en la mañana, saludando a los vecinos y conduciendo a su trabajo. Es la rutina de un día común, que se rompe con un hecho sobrenatural. Truman ve en la calle a su padre que murió hace años, pero vivo. Un resucitado. Como siempre en esas situaciones, las cosas son confusas, hay demasiada gente, el padre desaparece en un bus y Truman se queda perplejo, buscando fotos que comparen a quien creyó haber visto con quien realmente vio. Su entorno familiar le dirá que se equivoca, que siempre hay una explicación más razonable para todo, pero Truman queda intranquilo, sensible a cada cosa extraña que le sucede.

Cuando experimenta con la realización de actos impredecibles como salir de su oficina y entrar en un edificio cualquiera, aparenta ser científico, pero es religioso por lo indefendible de su hipótesis: hay algo ahí afuera que me observa e interviene constantemente en mi vida. El mundo trata de decirme cosas, todo pasa por algo. Y de hecho es así, todo pasa para que el espectáculo televisivo conserve y multiplique su audiencia. Ella es la divinidad que sabe y decide todo. Umberto Eco escribió que a falta de un Dios que nos comprenda y juzgue con justicia, del cual podamos decir “Dios sabe cuánto he sufrido” o “Dios sabe que soy inocente”, nos queda el ojo de la sociedad, el ojo de los otros, al que hay que mostrarse para no caer en el agujero negro del anonimato. Por eso el éxito de las redes sociales y los reality shows.

Pero esta es una historia moderna de la religión, que no termina en la creencia, sino en la huida de ella. Truman llega a la frontera del mar, sube una escalera y abre una puerta en el cielo pintado sobre las paredes del gigantesco estudio de televisión. Oye la voz del director, un Dios que le promete la seguridad del paraíso conocido, donde hasta las peores tormentas se calman con un par de palabras: “es suficiente”. Y Truman piensa eso, que ya ha tenido suficiente del destino manejado por unos guionistas que dan sentido a cada manifestación del azar. Se despide con una reverencia, da media vuelta y cruza el umbral del estudio televisivo hacia el agujero negro del anonimato. Se convierte en alguien como nosotros, los espectadores, que celebramos la valentía de su decisión.

(Texto escrito para el Taller de Críticas Maestras de Hermes el Sabio.)

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Breve, Educación

La historia de la creación según la ciencia

Al principio, hace 13.810 millones de años, el universo era un puntito ardiente. Tenía un tamaño infinitamente pequeño y una temperatura infinitamente alta. Entonces, sin que nadie sepa por qué, el punto ardiente explotó hacia lo contrario, un universo cada vez más grande y frío en un proceso que sigue sucediendo todavía. En el primer segundo después de la explosión, la temperatura ya había bajado a unos 10 mil millones de grados. Cien segundos después la temperatura era de mil millones de grados, todavía muy alta, pero ya suficientemente baja como para que algunas partículas empezaran a combinarse hasta formar los primeros núcleos de átomos, pero solo eso. Tuvieron que pasar un millón de años en que el universo siguió creciendo y enfriándose para que recién pudiesen surgir los primeros átomos. Como todas las teorías científicas, la de la gravedad empezó a ser cierta desde la explosión. Por eso los átomos dispersos se fueron atrayendo hasta formar galaxias giratorias como la Vía Láctea. En su interior, una nube de gas con residuos de estrellas viejas llegó a formar nuestro Sol hace unos 5 mil millones de años. Una pequeña cantidad de los elementos más pesados, digamos lo que sobró del Sol, quedó dando vueltas a su alrededor y llegó a estabilizarse en planetas. Así surgió la Tierra hace 4 mil 550 millones de años.

En ese tiempo nuestro planeta se parecía al resto del universo: era un montón de átomos probando todas las combinaciones posibles. La mayoría no resultaban, pero como tenían tanto tiempo, se siguieron combinando hasta llegar a una forma muy improbable, pero que sin duda ocurrió: moléculas capaces de hacer copias o réplicas de sí mismas, que por eso llamamos replicadores. Los más exitosos fueron los que vivían por más tiempo, se reproducían más rápidamente y creaban copias más parecidas al original. Para conseguir lo primero, vivir por más tiempo, aprendieron a atacar y defenderse. En realidad, más que aprender, lo que pasó fue que entre tantas copias iguales, alguna tenía un error que terminó siendo un acierto. Por ejemplo, replicadores con una capa de piel que los protegía de peligros externos. Como los que tenían piel resistían más que los sin capa, los primeros sobrevivieron y los segundos se extinguieron (esto es lo que decía Darwin de que los más aptos sobreviven). Con el paso del tiempo, los replicadores empezaron a llamarse genes y sus pieles protectoras se convirtieron en lo que somos nosotros y todos los seres vivos que pueblan la Tierra, máquinas de supervivencia para los genes. Por eso tenemos instintos que nos ayudan a cuidarlos: hacemos todo lo posible por evitar el dolor y la muerte, tenemos deseos sexuales para reproducirnos y lo hacemos con un sistema donde cada hijo conserva la mitad de nuestro material genético. Así que eso somos, modestos intentos de estabilidad en un universo que sigue mutando y expandiéndose hasta no sabemos cuándo más.

Fuentes
Stephen Hawkins, La teoría del todo (2002), conferencias 2 y 5
Richard Dawkins, El gen egoísta (1976), capítulo 2

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¿Por qué se llama Kino el juego de azar?

La única respuesta que tengo a esta pregunta la encontré, coincidentemente, por azar. Quise confirmarla en internet, pero lo más cercano que había al origen del juego chileno fue que empezó en 1990. Nada más. También busqué la palabra en diccionarios y aprendí que kino significa árbol en japonés, cuerpo en hawaiano y cine en alemán. Por esto último en inglés se usa kino para hablar de un cine más intelectual y difícil. En el origen de este sentido cinematográfico está el griego kine, que significa movimiento, y es de donde surge otro uso en inglés para kino: la técnica de moverse hasta tocar sutilmente a una persona para ganar su confianza y luego tener sexo con ella (¡al fin algo útil!).

Kino en tres idiomas

Lo que encontré por azar fue La perla, una novela de 1947 escrita por John Steinbeck, cuyo protagonista se llama Kino. Él vive con su mujer y su hijo de pocos meses en una modesta casa junto al mar, en el golfo mexicano de California. Llevan una vida sencilla hasta que el hijo recibe la picada de un escorpión en el hombro. La madre succiona rápidamente el veneno de la herida, pero sabiendo que ello no será suficiente, corre con su marido a la casa del único médico del pueblo, un hombre que rechaza atenderlos si solo van a pagarle con las pocas y pequeñas perlas que Kino ha recogido del mar. Desesperados, Kino y su mujer van al mar en busca de perlas más valiosas. Mientras él prepara una canoa, ella aplica unas algas en la herida de su hijo y no reza por su recuperación, sino por encontrar perlas que financien la atención del médico. En este punto el narrador, que había tratado con cariño a sus personajes, comenta que “la mentalidad del pueblo es tan insustancial como los espejismos del Golfo”. La falta de sustancia se manifiesta en el deseo de esta mujer, que en lugar de pedir lo realmente importante, que sería la buena salud del hijo, solo espera un medio para conseguirla, las perlas de mar.

Concha de mar con perlas (World Chess Hall of Fame)

Según el texto, ellas surgen de un accidente al cual se exponen las ostras: que un grano de arena caiga entre los pliegues de sus músculos e irrite su carne. Esta, para protegerse, cubrirá el grano con una capa de suave cemento que seguirá creciendo hasta formar una esfera de nácar: la perla. Ellas “eran meros accidentes y hallar una era suerte, una palmadita en la espalda de Dios, los dioses o ambos”. En otras palabras, una perla es un accidente ofrecido por Dios a unos pocos afortunados que pueden convertirlo en dinero, algo muy parecido a ganarse el Kino.

La probabilidad de ganar este concurso logrando 14 aciertos entre los 25 números disponibles es bajísima, de 1 entre 4.457.400. Para hacerse una idea, es como si uno marcara un grano de arroz con un plumón y lo echara en un barril con 92 kilos de arroz. La probabilidad de meter la mano en el barril y solo sacar el grano marcado es equivalente a la que tenemos de ganar el Kino cuando compramos un cartón. Si tenemos dos cartones, la probabilidad aumenta a la de haber marcado un segundo grano en el mismo barril. Por esto se ha dicho que gastar en juegos de lotería es como pagar un “impuesto a la estupidez”, apostar a un premio que es casi imposible recibir. La diferencia está en ese casi.

25 pelotas rojas giran en una gran esfera transparente impulsadas por un aire hacia una compuerta superior, a través de la cual solo pasan 14 pelotas, todas esféricas como la perla que Kino está buscando en el mar, combinándose de una manera tan improbable como lo que él encontraría bajo el agua. Junto a unas rocas, “bajo un pequeño reborde, [Kino] vio una ostra muy grande, aislada de todos sus congéneres más jóvenes. El caparazón estaba entreabierto, pues la vieja ostra se sentía segura bajo aquel reborde rocoso y entre los músculos de color de rosa vio un destello casi fantasmal momentos antes de que la ostra se cerrase”.

Cuando emergió hasta la canoa con la gran ostra cerrada, su mujer lo percibió agitado, pero disimuló mirando en otra dirección. “No es bueno desear algo con excesivo fervor. Hay que ansiarlo, pero teniendo gran tacto en no irritar a la divinidad”. Prudente como su mujer, Kino demora la apertura de la gran ostra, sabiendo “que lo que había visto podía ser un reflejo, un trozo de concha caído allí por casualidad o una completa ilusión. En aquel Golfo de luces inciertas había más ilusiones que realidades”. Ella le recomienda abrir la ostra y él empieza a manipularla con un cuchillo. “El músculo se relajó y la ostra quedó abierta. Los carnosos labios saltaron desprendidos de las valvas y se replegaron vencidos. Kino los apartó y allí estaba la gran perla, perfecta como la luna. Recogía la luz purificándola y devolviéndola en argéntea incandescencia. Era tan grande como un huevo de gaviota. Era la perla mayor del mundo”.

Edición Penguin de The pearl

Hasta aquí el nombre Kino es perfecto para una lotería. Tenemos a una familia desesperada por financiar la salud de su hijo, que se entrega al azar de buscar perlas en el mar y que ayudada por los dioses encuentra lo que creía imposible: la perla más grande del mundo. La noticia recorre la ciudad, donde muchos se alegran imaginando que recibirán algo de la nueva riqueza de Kino. Este también imagina cosas. Habla de casarse, de comprarse ropas nuevas, de conseguir un rifle y de enviar a su hijo a la escuela, pero nada de esto se cumplirá en el libro. La perla se volverá un objeto maldito, que solo traerá estafas, robos, persecuciones, asesinatos y un incendio, infortunios muy bien elegidos para que la novela de Steinbeck sea una lectura deliciosa, pero muy mal asociados al nombre de un juego que promete una riqueza repentina como la encontrada por Kino. ¿Acaso es tan peligroso recibir una riqueza repentina?

Algunas anécdotas dicen que sí. Está la terrible historia de Rolando Fernández, que ganó el Kino el 2007, fue acusado ante tribunales de haberle robado el boleto a un amigo y el 2008 sufrió un accidente carretero en una camioneta que había comprado con el premio. Según el amigo de la acusación, Fernández estaba bajo una maldición que terminaría cuando devolviera el dinero, algo que no alcanzó a pasar, pues murió 47 días después del accidente. Otra historia es la del empresario Jack Whittaker, que el 2002 ganó 315 millones de dólares en Powerball, la lotería estadounidense. Diez años después su hija y su nieta habían muerto por sobredosis de drogas, su mujer se había divorciado y él había recibido varias demandas, además de un robo de 545 mil dólares cuando lo drogaron en un cabaret. “Desearía haber roto ese boleto”, declaró ante la prensa.

Juan Bravo lustrando botas en la Plaza de Armas de Concepción (La Tercera)

Historias más comunes son las de quienes ganaron el premio y lo perdieron todo. Es lo que le pasó a Juan Bravo, un lustrabotas de Concepción que ganó el Kino el 2003, se compró una casa, se casó, tuvo hijos, viajó, tuvo taxibuses, colectivos, una botillería, un centro de internet y hasta una chanchería, pero al final lo perdió todo. “Nos separamos y hoy pago una pensión de alimentos para mis tres hijos”, contó en una entrevista. Solo conservó la casa y el 2017 volvió a ser lustrabotas. Pero esto también es raro. Un estudio aplicado en Florida a 35 mil ganadores de la lotería descubrió que mil 900 cayeron en banca rota dentro de los primeros cinco años, un número muy grande, pero que solo corresponde al cinco por ciento del total.

En conclusión, llamar Kino al juego de azar es una buena idea si solo leemos los primeros dos capítulos de La perla, donde la riqueza sí parece resolver muchos problemas, pero muy mala si leemos el libro completo, donde la riqueza genera nuevos y peores problemas que los iniciales. Ganar el Kino es un acontecimiento improbable pero posible, que no debiese tener las terribles consecuencias que sufre el Kino creado por John Steinbeck. Por mi parte, seguiré jugando al Kino de vez en cuando. Hace poco me alegró ganar 600 pesos, incluso sabiendo que había gastado 6 mil pesos en tres cartones de ese único sorteo.

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Imágenes, Sociedad

La identidad chilena en nuestros billetes

Soy profesor de Lenguaje en Enseñanza Media y cuando mis alumnos me preguntan qué he estudiado, me gusta contarles que dediqué más de un año a las imágenes de los cinco billetes chilenos actuales y que de eso resultó una tesis de magíster de 120 páginas. ¿Sobre cómo se hicieron los billetes? No, sobre lo que se ve en los billetes: 120 páginas dedicadas casi exclusivamente a observar cinco retratos y cinco paisajes.

Entonces les comparto datos curiosos: que en todos los billetes aparece un símbolo mapuche del sol, que un historiador se enojó porque en los mil pesos le quitaron el gorro a Carrera Pinto, quien además no era chascón como se ve en el retrato, sino completamente pelado, que en los dos mil pesos el nombre del Banco Central tapa sospechosamente la famosa calavera que Manuel Rodríguez llevaba en el cuello, que el cóndor de los diez mil pesos es el primero que aparece volando en la historia del dinero chileno o que esos sacos repartidos en el desierto de los veinte mil pesos en realidad son nidos de flamencos, como se ve abajo a la izquierda, donde hay un huevo abandonado por las aves que se alejan en la esquina superior derecha. Generalmente sacan sus billeteras para verificar que todo sea cierto (¿aunque dónde habré encontrado al historiador enojado por un gorro y cómo saber que ese cóndor es el primero que vuela?) y yo quedo contento por haber despertado una curiosidad y una atención a los detalles que les pido aplicar cuando lean para mi asignatura.

Una foto del calvo Carrera Pinto y su peludo retrato en el billete de mil pesos.

Algunas veces me preguntan por las conclusiones de la tesis, lo cual me lleva a la pregunta que la estructura y le da sentido: ¿qué identidad chilena construyen esos cinco billetes? Les cuento que trabajé como una especie de Sherlock Holmes, entendiendo cada detalle de las imágenes como una pista o un indicio de la identidad chilena, semejante a Sigmund Freud, que estudiaba el inconsciente a partir de las imágenes soñadas por sus pacientes. Como el detective y el psicoanalista, me muevo entre el detalle y el contexto, entre un signo y sus parientes más lejanos. Por ejemplo, me fijé en los paisajes naturales del reverso, algo que desde el himno nacional nos parece tan típicamente chileno, y quise compararlos con los otros paisajes en la historia del billete chileno. Salí a buscar ¡y no había más espacios naturales! Solo uno muy raro del siglo XIX, cuando cada banco emitía sus propios billetes. Los diez pesos del Banco de Talca mostraban al volcán Descabezado con su nombre y altura. Todos los otros paisajes tenían construcciones, locomotoras o escenas agrícolas. ¿Qué cambió en Chile como para que solo ahora haya parques nacionales en los billetes? La historia es larga, pero podemos resumirla en un cambio de la mirada chilena hacia la naturaleza, que antes era utilitaria y después se volvió contemplativa. Un ejemplo de esto es que los primeros parques nacionales de 1925 se hicieron para atraer turistas, aunque si la agricultura generaba más ingresos en los mismos terrenos, se acababa el parque, algo impensable ante la fuerza actual del ecologismo.

Al centro, el único paisaje natural anterior a los billetes del Bicentenario: el volcán Descabezado en los 10 pesos del Banco de Talca, fundado en 1869.

Esta metodología detectivesca hizo que un trabajo sobre solo cinco billetes se convirtiera en una reflexión sobre el Chile contemporáneo y buena parte de su historia. La conclusión más general, cuyo desarrollo sinteticé para una revista académica argentina, es que los billetes chilenos del presente no buscan imponernos una identidad nacional, sino que se ofrecen como imágenes libremente interpretables, con el costo de no proponer una narrativa comunitaria que se proyecte al futuro. Pienso que este tema, tratado en un texto que equilibra lo académico y lo anecdótico, podría resultar atractivo para los lectores chilenos, tal como veo que interesa a mis estudiantes de colegio. Por eso me gustaría publicarlo en un libro.

Artículo publicado en la Revista LIS de la Universidad de Buenos Aires
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Educación, Libros

Ocho maneras de escribir sobre lo que leemos

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Cuando en el colegio se pide escribir un ensayo argumentativo a partir de una lectura, cunde el pánico entre los alumnos. ¿Qué hacer? ¿Qué decir? ¿Por dónde empezar?

Los profesores tratamos de ayudar diciendo que todo es muy simple, que solo hay que tener una tesis y después fundamentarla en un texto con introducción, desarrollo y conclusión. Eso aumenta el pánico: todos quedan en blanco, nadie hace nada porque nadie tiene una tesis personal, que al final será misteriosamente parecida a la del resto del curso.

Entonces los profesores, que esperábamos recibir textos tan diversos como nuestros estudiantes, terminamos revisando treinta versiones de las mismas ideas para cada libro: que La Metamorfosis es autobiográfica, que Subterra hace crítica social, que La Tregua es existencialista, que Macondo es Latinoamérica, que La última niebla es feminista… Generalmente ideas que dijimos en clases y que los estudiantes, acostumbrados a triunfar repitiéndolas, escriben a partir de sus apuntes en Arial 12 justificado tamaño carta.

***

Mi trabajo de este año como profesor reemplazante me ha hecho ver este triste fenómeno en colegios que dejan de llamarme cuando sus profesores están sanos o sin viajes. En esos tiempos de cesantía que he aprovechado leyendo, creo haber encontrado una solución. Mi diagnóstico es que la escritura de ensayos falla entre los estudiantes porque cuesta mucho expresarse en géneros que uno no lee y porque la finalidad de los ensayos con tesis y argumentos se aleja demasiado de las vidas de nuestros estudiantes. Quizás la academia funcione así, con artículos que continúan o refutan otros artículos, pero la lectura de obras literarias no debiese tener esa finalidad. ¿Acaso leemos novelas para ganar discusiones?

Mi remedio son las Prosas no obligatorias de Wisława Szymborska. Ella es una gran poeta polaca que publicó cientos de reseñas sobre todo tipo de libros: manuales, diccionarios, ensayos, textos históricos y autobiográficos. Más que la amplitud de sus lecturas, me interesa la de sus maneras de leer. Enumero algunas con citas de ejemplo:

  1. Convertir un libro en el relato de alguien que lo usa
    Antes de empapelar una casa, Szymborska recomienda leer la guía Empapelando la casa como si fuera una advertencia. “Guiándonos por las instrucciones del libro, tendremos que pasarnos por una tienda de pinturas, donde, según dicen, prestan unas determinadas herramientas bajo fianza. Pero en realidad no lo hacen. Dedicamos algunas tardes a visitar a los conocidos porque, quién sabe, quizá tengan alguna de las herramientas que necesitamos. Plantarse así por las buenas no suele ser muy apropiado; es preciso llevarles algo de chocolate a los niños y preguntar a los padres por su salud y su estado”. Lo de los chocolates es invención de ella, pero lo hace a partir del libro, que termina mezclado con la realidad de quien lo leyó.

  2. Identificar por qué un libro no se dirige a nosotros
    De un libro de historia Szymborska lamenta su nivel de abstracción. “Cuando habla de ‘los movimientos migratorios’, una necesita verdaderamente de un don para adivinar si se refiere a un tranquilo asentamiento en unos nuevos territorios o a la huida desesperada de alguna tribu provocada por el empuje de otra. Por desgracia, el poeta sigue pensando en imágenes”. O sea que ella, por ser poeta, obtiene muy poco de ese libro.

  3. Preguntarse por qué leemos un libro que parece no dirigirse a nosotros
    ¿Por qué estoy leyendo este libro? No tengo la menor intención de instalar un terrario en casa. Y aún menos un acuaterrario… En fin, que no soy la destinataria idónea de este libro. Solo lo estoy leyendo porque, desde pequeña, me produce placer acumular saberes innecesarios. Y porque, después de todo, ¿acaso puede alguien saber de antemano qué será necesario y qué no lo será?”

  4. Describir el libro que nos habría gustado leer en lugar del que leímos
    Szymborska lee un libro de cuatrocientas páginas sobre las enfermedades de los perros, pero escribe sobre lo que el autor pasa por alto: “las enfermedades más comunes entre los perros, es decir, todos los tipos de neurosis y psicosis”, que luego imagina: “Cada vez que salimos de casa, el perro se desespera, pues cree que nos marchamos para siempre”. De eso sí que sería interesante leer.

  5. Enumerar datos que cumplen una misma función
    Szymborska lee Los científicos y sus anécdotas, cuyas torpezas encuentra reconfortantes. “Naturalmente no fui el primero en hallar la arsfenamina, pero al menos no soy tan despistado como Ehrlich, quien se escribía cartas a sí mismo. […] ¿Y he olvidado alguna vez presentarme en mi propia boda como Pasteur?”

  6. Contar nuestra anécdota favorita del libro
    De una historia de la paleontología, “no puedo resistirme a la tentación de narrar uno de los episodios de esa historia. No será ni el más dramático ni el más importante, pero mi bolígrafo se estremece ante él”. Y cuenta lo que Wikipedia llama la Guerra de los Huesos (aunque es mejor leerla en la versión de Szymborska).
  7. Inventar la historia de alguien que necesita el libro
    Si sueñas con vivir en la Varsovia del siglo XVIII imaginando los salones de sus reyes, lamentarás llegar a ese mundo real: “un caos de calles, montones de basuras y sucias casas en ruinas”. Si al fin te duermes en una cama llena de chinches, podrían despertarte los gritos de un incendio. “No esperando el rescate de los bomberos, quienes todavía no han sido inventados, te lanzas por la ventana y, únicamente gracias a la montaña de pestilentes desechos que hay en el patio, no te partes el cuello, sino solo una pierna… Cojeando vuelves a tu época y te compras el libro por cual deberías haber empezado: La vida diaria en Varsovia durante la ilustración”.
  8. Explicar por qué no le creemos a un libro
    Sobre un libro dedicado a las pinturas de Vermeer, Szymborska sintetiza la interpretación del autor sobre una obra y comenta que “nos parecerá sensata siempre y cuando no miremos el cuadro”, que luego describe para justificar su desacuerdo. “Miro una y otra vez y no estoy de acuerdo con nada de lo dicho”.

Este último ejemplo es sin duda un ejercicio argumentativo, pero mucho mejor para un estudiante que el ensayo completamente abierto, pues resulta más concreto hacerle una pregunta que lo guíe. El problema no está en argumentar a partir de los libros, sino en que los estudiantes no perciban la libertad que los profesores queremos darles. Por eso pienso que estas ocho opciones podrían ser de utilidad. Además me parece que todas transmiten algo muy valioso sobre la lectura: que no leemos para ganar discusiones, sino para iniciar conversaciones.

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Educación, Libros

Una página en blanco sobre Nicanor Parra

Prueba de Parra

Cuando recibí el sacramento de la Confirmación, el año 2005, mi abuelo ateo asistió a la ceremonia y luego me regaló un libro dudosamente religioso: la antología de Nicanor Parra Poemas para combatir la calvicie. Me acuerdo de que me leyó en voz alta un par de textos tomados al azar y de que se rio fuerte con cada uno de ellos, sin que yo entendiera por qué.

Meses después ese libro me sirvió para Lenguaje en el colegio. Mi profesor se paraba adelante y hacía más o menos lo mismo que mi abuelo: tomaba un poema al azar, lo leía en voz alta y se reía o se quedaba en silencio, esperando que alguien dijera algo. Yo leí todo el libro en mi casa, marcando las frases que me gustaban y siguiendo adelante con todo lo que no entendía. Para la prueba, el profesor nos entregó una hoja en blanco tamaño oficio a cada estudiante y nos dio un endecasílabo como instrucción: “demuestre que leyó a Nicanor Parra”.

Siempre he creído que las pruebas son la peor parte de la educación, sobre todo ahora que soy profesor y me toca corregirlas. Siendo alumno me demoraba en empezarlas porque me daban mucha flojera. Eso me pasó con la de Parra. Mis compañeros llevaban media página escrita sobre la diferencia entre poesía y antipoesía, y yo seguía en blanco. De ahí saqué la idea. Abrí mi libro y me puse a buscar. Estuve un buen rato en eso, releyendo toda la antología hasta encontrar las citas que me servían. Fueron dos y las copié en mi hoja:

El deber del poeta
consiste en superar la página en blanco
dudo que eso sea posible.

me considero
un drogadicto de la página en blanco
como lo fuera el propio Juan Rulfo
que se negó a escribir
+ de lo estrictamente necesario

Puse mi nombre y curso en una esquina, entregué la hoja con el par de citas y volví a sentarme. Días después me había sacado un siete.

Convertí esa experiencia en un un relato típicamente chileno, el de quien se jacta por triunfar habiendo hecho trampa. Aunque había leído a Parra, había engañado a mi profesor, o eso creía hasta hace muy poco, cuando leí Nicanor Parra, rey y mendigo, la biografía de Rafael Gumucio sobre el antipoeta.

La clave me la dio una expresión de Parra en el libro. Cuando encontraba algo bien dicho, una frase aguda, un poema perfecto, él preguntaba: “¿qué se hace después?” (48), “¿cómo se responde a eso?” (139), “con eso basta y sobra” (17). La idea era que lo bien dicho deja a todos sin palabras, como cuando leyó “Los vicios del mundo moderno” a Pablo Neruda y sus amigos. En su relato la reacción era “cáspitas, recórcholis, sorpresa general, escándalo, silencio totaaaaal” (29). Su triunfo era callar al poeta, lo que internet llamaría un “drop the mic”, el gesto de los raperos que dicen una rima incontestable por sus oponentes y dejan caer el micrófono. ¿Para qué entregarlo si ya se dijo la última palabra?

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La versión académica del drop the mic la formuló Harold Bloom, autor del prefacio a las obras completas de Parra. Su idea es que la tradición literaria no es un amable proceso donde los maestros transmiten enseñanzas a sus discípulos, sino “una lucha entre el genio anterior y el actual aspirante” (18). Esta lucha produce la angustia de las influencias, que “cercena a los talentos débiles, pero estimula al genio canónico” (21). En este esquema el aspirante a poeta se compara con los autores reconocidos y se descubre inferior. Por eso prefiere callar, dejar la página en blanco hasta estar muy seguro de su valor.

Gumucio dice que así se reconoce a un parriano, “por su angustia a la hora de escribir. Por los chistes, pero sobre todo por los espacios en blanco, las páginas que se preguntan si pueden ser escritas. […] ¿Se puede decir esto? ¿Se puede no decir esto?” (32). Desde esta visión, la buena literatura no inspira a los nuevos poetas, sino que los calla. “Para él, los escritores son como los físicos que buscan fórmulas que anulan las fórmulas físicas anteriores” (111).

Dicho todo lo anterior, mi prueba del colegio habría acertado en la elección de su tema, pero no todavía en su forma. En una entrevista de 1989 Parra decía haberse demorado 17 años en escribir los antipoemas. “Van cinco años desde las Hojas de parra. Entonces tengo doce años por delante” (408). Yo podría haber hecho eso, devolver la página en blanco anunciando romper el silencio en unos años más, quizá con un preciso “voy & vuelvo”, como el título de las obras completas que se publicarían el año siguiente. ¿Por qué tuve un siete si al indicar la página en blanco terminé manchándola con palabras?

La respuesta está en que lo dije citando, robando palabras al mismo poeta que inició una de sus obras más famosas, “Defensa de Violeta Parra”, robando dos versos a un soneto español del siglo XVII. “Eso era Nicanor”, dice Gumucio, “la insolencia de usar versos de otros, sin cita ni explicación, para escribir el más personal de sus poemas” (277). Es lo que hizo en “Yo me sé tres poemas de memoria”, incluido en Hojas de Parra, que transcribe poemas de Juan Guzmán Cruchaga, Carlos Pezoa Véliz y Víctor Domingo Silva, sin decir sus títulos ni autores. Lo que buscaba Parra era “hablar con otra voz distinta a la suya” (364), como hizo en los Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, “un ejercicio de convertir en verso la prosa de los folletos” (364) de un campesino que predicaba en los parques de Santiago hacia 1930. Hablar a través de otros es también lo que encontró Alejandro Zambra en Poemas y antipoemas, donde “el lugar de la primera persona lo ocupan dos antagonistas que se disputan el micrófono. De un lado está el poeta tradicional, que responde a las expectativas del lector […]. Del otro lado está el antipoeta que descree de la inspiración y de Dios y de toda ideología” (172). Es, por último, lo que hizo casi al principio en su Quebrantahuesos, con Jodorowsky y Enrique Lihn, esos recortes de diarios que pegaron en una pared de Santiago en 1952. Poesía hecha con pedazos de voces ajenas, tratar de decir algo desde lo que ya se dijo.

Quebrantahuesos

En cuarto medio yo no comprendía francamente ni cómo me llamaba. Hice una especie de broma que mi profesor se tomó adecuadamente en serio, trece años antes que yo. Solo ahora entiendo que la página en blanco fue un problema central en la obra de Parra y que la cita sin atribuir fue una manera suya de resolverlo. Al fin acepto que mi profesor hizo muy bien al haberme puesto esa nota siete. Sin saber por qué, me la merecía.

Fuentes citadas
Bloom, Harold. El canon occidental. Barcelona: Anagrama, 2009.
Gumucio, Rafael. Nicanor Parra, rey y mendigo. Santiago: Universidad Diego Portales, 2018.
Zambra, Alejandro. “Algunos rostros de Nicanor Parra”. No leer. Barcelona: Alpha Decay, 2010. 169-177.

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