Catar el vino
¿Has escuchado hablar de vinos a expertos en el tema? Los enólogos usan un lenguaje extraño, que cuesta tomarse en serio, lleno de especificidades que difícilmente una persona normal podría llegar a sentir. Por ejemplo, veamos lo que dice la CAV sobre el aroma de uno de sus vinos destacados, el Cabernet Sauvignon 2014 del viñedo Chadwick, que cuesta 380 mil pesos (unos 460 dólares):
Aromas vigorizantes, florales, violetas secas y rosas rojas, fruta de casis fresco, cerezas rojas maduras, ligeras frutillas, especias agradables y dulces. Notas de tabaco rubio, granos de café, incienso, pimienta, chocolate, canela.
No recuerdo cómo era el olor de una flor de violeta, ¿pero seca? Es demasiado para mí. ¿Y las cerezas pueden no ser rojas? (Busco y descubro que a las amarillentas se les llama crema y a las más oscuras granate o negruzcas). ¿Y ese color les da un aroma diferente? Pero lo más sorprendente se encuentra en la segunda oración, donde aparecen el tabaco, el café y el chocolate. ¿Acaso se pueden encontrar tantas fragancias en un mismo vino? Yo, que no sé del tema pero enseño Literatura, confío en que la respuesta es sí.
El filósofo Henri Bergson observó que nuestros sentidos tienen una capacidad bastante limitada para captar la realidad. Simplificamos lo que nos rodea para quedarnos apenas con lo que nos sirve: “me gusta el vino porque el vino es bueno”. Pero si queremos percibir mejor, vale la pena hacer el esfuerzo de los artistas, que traducen la realidad a sonidos, colores o palabras y “nos dicen, o más bien nos sugieren, cosas que el lenguaje no estaba hecho para expresar”. Es lo que hacen los enólogos, usan las palabras de maneras novedosas para ayudarnos a percibir lo que ellos sienten en los vinos. Nosotros, los bebedores ocasionales, podemos participar en ese juego expresivo y afinar la percepción en el diálogo con otros bebedores. Y si se nos acaban las palabras, podemos apoyarnos en representaciones visuales como esta, una rueda de aromas del vino:
Qué casualidad… Casi todos los aromas en la descripción de la CAV se encuentran en esta rueda.
Catar el estilo
Cuando dije confiar en la descripción de un Cabernet Sauvignon, lo hice pensando que en Literatura también se hacen cosas parecidas. Me refiero puntualmente a la descripción del estilo, la manera específica que cada texto tiene de estar escrito. Por ejemplo, la española Emilia Pardo Bazán describió en 1882 el estilo del novelista francés Gustave Flaubert. No es necesario que lo leas en detalle, pero fíjate en que la sofisticación de las observaciones se parece a la de un experto en vinos:
Es como lago transparente en cuyo fondo se ve un lecho de áurea y fina arena, o como lápida de jaspe pulimentado donde no es posible hallar ni leves desigualdades. Jamás decae, jamás se hincha; ni le falta ni le sobra requisito alguno; no hay neologismos, ni arcaísmos, ni giros rebuscados, ni frases galanas y artificiosas; menos aún desaliño, o esa vaguedad en las expresiones que suele llamarse fluidez. Es un estilo cabal, conciso sin pobreza, correcto sin frialdad, intachable sin purismo, irónico y natural a un tiempo, y en suma, trabajado con tal valentía y limpieza, que será clásico en breve, si no lo es ya.
Básicamente, lo que dice Pardo Bazán es que Flaubert alcanza un equilibrio justo en su escritura. Que era tan claro, natural y preciso, que merecía ser un clásico (así fue). ¿Pero por qué le dice de manera tan complicada? Primero, porque ella también era escritora y disfrutaba luciéndose con lo que ella habrá considerado frases e imágenes bellas. Y segundo, porque como decía Bergson, ella buscaba decir “cosas que el lenguaje no estaba hecho para expresar”. Necesitaba forzar las palabras más allá de unos pocos adjetivos para transmitir su entusiasmo por un autor que lo dio todo por su estilo. Para hacernos una idea: el hombre podía dedicar todo un día a escribir solo media página o incluso una sola frase, que leía en voz alta y reescribía hasta que quedara con el estilo perfecto que Pardo Bazán admira (34).
¿Y qué queda para los lectores ocasionales, que no escribimos como Emilia Pardo Bazán, pero nos damos cuenta de que un texto es diferente a otro, sin que a veces sepamos exactamente por qué? Nos queda la rueda de estilos, un gráfico que hice para facilitar las primeras palabras cuando uno intenta describir el estilo de un texto:
Por ejemplo, de la cita a Pardo Bazán podemos decir que es metafórica, emocional, formal, ensayística, anticuada, subjetiva, digresiva, expansiva. Una palabra por color. Y, como pasa al describir los aromas de un vino, alguien podrá estar en desacuerdo y me dirá que ella es más didáctica que emocional o que las dos cosas se dan simultáneamente. Para que esa discusión tenga sentido, habría que ir más allá de la lista de palabras y entrar a justificar cada una, las que tengan más relevancia. Para hacerse una idea, cuando digo que la cita tiene un fraseo expansivo, me refiero a que en fragmentos como este:
Es un estilo cabal, conciso sin pobreza, correcto sin frialdad, intachable sin purismo, irónico y natural a un tiempo…
la autora podría haber dicho simplemente que el estilo es cabal, que significa “completo, exacto, perfecto”, pero para ella no fue suficiente. Prefirió expandir la cabalidad hacia otros cinco adjetivos (conciso, correcto, etc.), descartando los defectos que podían desprenderse de tres de ellos (que lo conciso es pobre, etc.). La expansión no repite lo mismo, sino que ayuda a que nos imaginemos mejor en qué sentido Flaubert es cabal. Lo mismo pasa al inicio, cuando compara la escritura de Flaubert con un lago o con una lápida. Acumula metáforas para decir cosas semejantes pero diferentes: que el estilo es claro y además muy cuidado, sin nada irregular.
Yo podría extender mi análisis, pero prefiero interrumpirlo para pasar a algo más urgente: la pregunta por la utilidad de este tipo de trabajos. ¿A quién le importa el estilo de los textos, más allá de los escritores y los profesores de literatura? Mi respuesta es que solo le importará a quienes quieran disfrutar más lo que leen. Con esto vuelvo a los vinos. Uno puede beber “porque el vino es bueno”, por emborracharse o porque la vida social lo exige, pero quien quiere que su vino valga realmente la pena, lo agitará suavemente en su copa a contraluz, apreciará su aroma y luego beberá lentamente, probando las reacciones de la lengua, el paladar y las encías cuando el vino está en la boca y cuando deja de estarlo. A continuación fijará esa experiencia con palabras, tal como los turistas se toman fotos en los lugares memorables. Estas costumbres modifican las experiencias. El turista viaja buscando ángulos y encuadres perfectos, tal como el degustador de vinos bebe buscando las palabras adecuadas, todo para que su experiencia sea más completa. Y en eso consiste analizar el estilo de un texto. Es leer buscando algo más que una trama, unos personajes o una argumentación, descubriendo las causas que explican las emociones (sin excluir el aburrimiento) que nos provocan las lecturas. Y es abandonar las interpretaciones rebuscadas para cumplir con un aforismo del poeta Hugo Von Hofmannsthal: “Lo profundo está escondido. ¿Dónde? En la superficie”.